Un viento de pesimismo se ha abatido sobre el futuro de estas relaciones. Menos por razón de los últimos episodios de la rivalidad de las dos superpotencias frente al desarrollo de la guerra de Ucrania que, por un factor tal vez subestimado: la política interior de los dos países. La china, en las antípodas de una democracia con singular opacidad; en los Estados Unidos, la rivalidad con la superpotencia emergente es un punto de consenso. Joe Biden rastreó y endureció una política iniciada por su predecesor después de un giro tomado por Barack Obama. Hay pocos temas de continuidad tan fuertes e incluso de doble filo en época de intercambios electorales. Biden ya ha decidido que será nuevamente candidato, mientras que en lo republicano las ambiciones tienen que desarrollarse bajo la pesada sombra de Trump y con resultados sin contaminaciones chinas, o expresiones de debilidad. Del lado chino no resultó ser un «grupo think» chino, el pensamiento de un solo hombre que en apariencia lo controla todo ha podido nombrar el equipo dirigente que ha tenido que cambiar brutalmente, después de haber explicado durante tres años que el covid cero era una prueba de superioridad del socialismo con características chinas, debiéndose enfrentar ahora con complicaciones en la evolución de su economía. El temor a sensaciones de debilidad ha impulsado a Biden a anular la visita a Pekín de su secretario de estado. Del lado chino se presentan serias dudas en un mundo de negocios escaldados por la vuelta al estatismo y los efectos de las sanciones tecnológicas americanas y han elegido poner a su país en pie de guerra no solo de forma teórica, como lo demuestran las declaraciones de su nuevo ministro de exteriores Gin Gang, amenazando con una confrontación, impulsando una búsqueda acelerada de la autosuficiencia tecnológica y militar. Utilizando entre ambos el término contención, vocablo recuperado de la guerra fría, que puede permitirle soldar la población china, alrededor de su jefe y servirse de una buena excusa ante las dificultades económicas. Así es como moldea y paraliza la diplomacia norteamericana detrás de la bandera ambigua. Washington y Pekín se colocan en posturas difíciles de deshacer.
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