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¿Sobrarán vacas?

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El anuncio inesperado de que La Payesa, una de las queserías más grandes de Menorca, dejará de fabricar queso en quince días, ha dejado en estado shock al sector primario de la Isla y en particular, a las ocho fincas que vendían su leche a esta empresa familiar que les compraba tres millones de litros al año con los que producía 300 toneladas de queso anualmente. Una decisión fácil de entender pero difícil de digerir, ya que supone un toque de atención al futuro del campo menorquín y añade interrogantes de si producir queso, ha dejado de ser rentable.

Esta misma semana, la mesa del sector láctico, convocada por el Govern, se ha reunido para encontrar soluciones de urgencia con el objetivo de colocar todo este excedente de leche pero en una Europa que quiere menos vacas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, estamos hablando de parches. Presionados por el Pacto Verde Europeo que obliga a sus miembros a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero al menos un 55% de aquí a 2030, gobiernos y agricultores ya están discutiendo sobre la conveniencia o no de reducir el número de cabezas. Aquí todavía estamos unas pantallas atrás, pero el debate sobre los gases de efecto invernadero que se ha desatado en los últimos meses en los Países Bajos, Francia y otros lugares de Europa, está a la orden del día y no podemos mirar hacia otro lado.

Por suerte, Menorca no tiene ganadería intensiva pero las estrategias climáticas de países más avanzados que el nuestro, ya están escaneando a sus explotaciones para conocer sus prácticas agrícolas, de modo que se pueda saber exactamente cuántos gases de efecto invernadero se producen en cada punto, ya sea el ganado, la maquinaria agrícola o los edificios. En Suiza, por ejemplo, están probando añadir a su cabaña suplementos alimenticios a base de semillas de lino o colza, ricas en omega 3, para reducir sus emisiones.

También se habla de envejecer el rebaño, limitando el número de animales más jóvenes que tienen que criarse y alimentarse durante dos años sin producir leche. Los retos son mayúsculos y si queremos evitar que la solución fácil pase por reducir la cabaña a corto plazo, tendremos que ser imaginativos.

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