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Tradición y trato familiar en la carnicería Can Espanyol JR

Pepe Ramon Torres está al frente del establecimiento, un negocio que pusieron en marcha sus padres en los años 60 y que se ha sabido adaptar a los gustos de los consumidores

Pepe Ramón Torres se hizo cargo del negocio familiar cuando cumplió 18 años

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Hablar de Carnicería JR Can Espanyol es hablar de la historia del pequeño comercio de Eivissa contada desde detrás de un mostrador. Es hablar de una familia, de un oficio que se transmite de generación en generación y de una forma de trabajar que, lejos de desaparecer entre modas y prisas, se ha reforzado con el paso del tiempo. Desde que abrió su primera tienda allá por los 60, esta empresa familiar se ha convertido en uno de los nombres imprescindibles de la buena carne en la isla, tanto para particulares como para los restaurantes que buscan producto fiable, fresco y de máxima calidad.

«Cuando nací, mis padres ya tenían el negocio», recuerda Pepe Ramón Torres, actual propietario y alma visible de Can Espanyol JR. Su relato personal está íntimamente ligado al crecimiento de la carnicería, a los cambios del sector y a la transformación de Eivissa. «Éramos los primeros en la isla que teníamos matadero y carnicería todo junto. La gente venía a recoger lo que se sacrificaba en ese momento», explica, pues por aquel entonces no existía el matadero insular. Los orígenes se sitúan en Can Clavos, donde sus padres abrieron la primera carnicería, a la que iba prácticamente todo el mundo en la isla. «Literalmente, nací allí», explica Torres, quien recuerda cómo, por ejemplo, de pequeño se subía a lomos de los corderos para jugar. «Eran cosas de niños», recuerda con cariño. A los 15 años ya estaba ayudando en el negocio familiar, siguiendo los pasos de sus hermanos. «Mi ilusión siempre ha sido ser carnicero», reconoce.

Con los años, la empresa fue creciendo y diversificándose. El hermano mayor abrió una segunda carnicería en la ciudad de Eivissa, que con el tiempo Pepe acabaría comprando y gestionando. «Cuando mi hermano falleció me quedé la carnicería, se la compré a mi cuñada y seguí con ella», cuenta con serenidad y responsabilidad adquirida. Tener dos tiendas era un sueño cumplido, pero también un desafío constante. Sin embargo, los últimos años han dejado claro que incluso los negocios consolidados necesitan adaptarse.

Suelen tener una media de 100o 150 clientes por día.

La segunda tienda permanece cerrada desde hace cuatro años por falta de personal cualificado. «Encontrar buenos profesionales es cada vez más difícil. Si ya cuesta, imagínate en Eivissa, con el precio de la vivienda y lo caro que es vivir aquí. Hay gente de la Península que quiere venir, pero entre que la vivienda y el nivel de vida son caros, pues no vienen», lamenta. A pesar de ello, la carnicería principal, situada en Jesús, continúa con la misma fuerza de siempre, gracias a un equipo que crece en verano (llegando a rondar la decena de trabajadores) y a una clientela fiel que abarca varias generaciones. «Es muy bonito ver cómo vienen diferentes generaciones de una misma familia; al final acabas haciendo amistad», precisa.

MÁXIMA CALIDAD.

La filosofía de la empresa se ha mantenido inmutable: ofrecer carnes selectas (nacionales e internacionales), embutidos artesanos y productos gourmet con una garantía total de frescura. Con los años, ese enfoque ha ido evolucionando para adaptarse al gusto de un cliente cada vez más exigente. «Antes las referencias eran las que había en Eivissa: cordero, ternera, conejo, pollo y cerdo. Ahora es diferente, todo viene de mataderos de fuera y hay mucha variedad: black angus, wagyu… de todo», explica Torres. Esa evolución ha sido clave para mantenerse como referencia tanto para familias locales como para los más de 30 restaurantes que confían en ellos. «Nosotros no salimos a buscar clientes, ellos vienen a nosotros porque saben la calidad que tenemos», afirma.

Además, también trabajan con empresas de alquiler de yates, a quienes surten de las mejores carnes. Y es que tienen claro que su lema es «lo que se pide, tiene que estar. Si decimos que sí, tenemos que tenerlo», afirma con firmeza. Esa confianza que generan entre la cliente les lleva a atender a una media de 150 personas al día. El establecimiento actual combina la estética y la tradición del carnicero de toda la vida con un pequeño espacio gastronómico donde se exponen quesos, vinos, embutidos selectos y otros productos gourmet. Es una ampliación del negocio que responde tanto a la demanda como a la voluntad de ofrecer una experiencia completa al cliente.

CERCANÍA.

Una de las claves del éxito de Can Espanyol JR es la cercanía y el trato familiar con sus clientes. «Tenemos clientela de toda la vida. Con algunos ya hay amistad; son muchos años. Los que vienen en verano con segunda residencia llegan a tu tienda con ilusión, como si fueran de la familia», señala. Esa atención personalizada es, según Torres, tan importante como el producto. Incluso tienen clientes famosos, pero los tratan como a un vecino más, cosa que los rostros conocidos siempre agradecen. «Tenemos muchos clientes famosos. Vienen porque saben que los tratamos como uno más. La familia Thyssen viene como si fueran conocidos de siempre», cuenta, poniendo en valor un trato que nunca hace distinciones.

Pepe posando con todo su equipo de quien se siente orgulloso y afirma que son parte esencial del trabajo.

En cuanto a los ‘picos’ de más trabajo, si el verano es intenso por la afluencia de residentes y turistas, la Navidad es el momento más exigente del año. La preparación empieza pronto: el uno de diciembre ya se recogen encargos y, a partir de ese momento, no paran. En las semanas previas al 24 de diciembre se viven jornadas de ritmo frenético: piernas deshuesadas, solomillos calibrados, bandejas especiales y rellenos preparados al gusto de cada cliente. Para hacerse una idea del volumen de trabajo que tienen en época navideña, para Nochebuena atienden unos 400 pedidos, más los clientes de mostrador. «En Navidad la gente pide cosas muy específicas y tenemos que ajustarnos. También les damos consejos cuando no saben muy bien qué hacer, por ejemplo», comenta Pepe.

El objetivo es claro: que todos salgan satisfechos. «El reto más grande es que en Navidad todo el mundo quede contento. Cuando termina el día 24 y ves que todo ha salido bien, realmente es muy emocionante», reconoce. Es en esos momentos, según relata Pepe, cuando se evidencia el valor del trabajo bien hecho. A pesar de los retos que puedan surgir, como burocracia, inspecciones constantes o falta de personal, Pepe mantiene intacta la vocación que lo llevó a ponerse tras el mostrador siendo apenas un adolescente.

«Ver que la gente está contenta y que lo que han preparado les ha salido bien es lo más gratificante», dice con la sinceridad de quien ha vivido cada etapa de este oficio. Pero no oculta que el camino no es sencillo. «Desde fuera se ve muy bonito, pero desde dentro es complicado sacar adelante tu propio negocio. Hay que estar muy seguro», aconseja a quienes estén pensando en montar su propio negocio. Rodearse de un buen equipo, insiste, es fundamental. Y es que la profesionalidad y la tranquilidad con la que se trabaja influyen directamente en la calidad del producto y del servicio, según afirma.

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