Problemas de visión, fatiga crónica, debilidad muscular, dificultad a la hora de masticar y episodios de asfixia. Es el día a día de María Campos, una mallorquina de 52 años a la que la vida le dio un giro de 180 grados la Nochebuena del año pasado. Lo que comenzó como un simple episodio de cansancio se ha terminado convirtiendo en un diagnóstico de miastenia gravis, una enfermedad neuromuscular autoinmune de origen desconocido que se caracteriza por la debilidad y fatiga precoz de los músculos esqueléticos.
«En menos de un año he dejado de ser la que era. A veces ni me explico cómo ha podido pasarme esto a mí», confiesa María, una de las 15.000 personas en España que padecen esta enfermedad, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Cada año se diagnostican 700 nuevos casos de esta enfermedad que se expresa como un auto-ataque por error del cuerpo a la unión que hay entre los nervios y los músculos. Generalmente esta patología se diagnostica en mujeres menores de 40 años y en hombres mayores de 60 años. Pero en los últimos años se ha observado una incidencia más elevada en personas mayores de 50 e incluso puede afectar a personas de cualquier edad ya que, por ejemplo, en un 10-15 % de los casos se inicia en la etapa infanto-juvenil.
María experimentó los primeros síntomas de esta patología en una fecha muy señalada, el 24 de diciembre del año pasado. En ese momento trabajaba en el bar que regentaba su hija en el Mercat de Pere Garau. Ese día, de mucho trasiego, recuerda que al hablar con los clientes sentía que la garganta le picaba; cuando fue a beber agua para quitarse la sensación, se le fue por la nariz. Se lo tomó con humor y no le dio más importancia. Al día siguiente, Navidad, con su extensa familia en casa para comer, todo le comentaban extrañados que hablaba con voz gangosa. El día 27 tenía la garganta tan inflamada que comer se convirtió en una misión imposible.
Se fue al médico, no le vieron nada, pero María comprendía que algo le estaba pasando. La cascada de síntomas se sucedían: apenas podía comer porque tragar era un suplicio; se levantaba cada vez más y más cansada; no era capaz de cocinar, los brazos no le respondían; ni siquiera podía entreabrir los ojos; y en una semana perdió 5 kilos. Acudió a Son Espases y ya se quedó ingresada. Era 7 de enero. Solo habían pasado dos semanas desde el primer síntoma. «Me miré en el espejo y no sé quién se reflejaba en él. Parecía una muerta viviente, estaba descompuesta», apunta la paciente.
Al final le pusieron un nombre a todas sus dolencias: miastenia gravis. Ha sido el comienzo de un calvario que, aún hoy, continúa. María, una mujer fuerte que siempre ha trabajado, al tiempo que cuidó de sus padres hasta su muerte, sus hijos, sus nietos y de su hermana con parálisis cerebral, ahora necesita ayuda para realizar cualquier actividad del día a día. «Me he pasado medio año encerrada en casa; cuando consigo llevar a cabo cualquier actividad, parece he corrido una maratón; me ducho en tres pasos; y necesito la ayuda de mi familia para todo. Yo, que siempre he sido muy independiente, estoy atrapada en el cuerpo de una mujer de 80 años, en un cuerpo que no parece el mío», relata esta mujer.