Waad Odeesh era demasiado pequeño para que le pasaran cosas malas, pero por desgracia tuvo que vivir la guerra de Irak en 2003. Tendría unos ocho años. Su familia es católica. Vivían en Mosul, una ciudad del norte que en ese momento acogía una importante comunidad cristiana en un país donde predomina el islam. Sueña todavía con su madre cosiéndole un traje de monaguillo. El pequeño Waad servía en su parroquia y en esa época tuvo su primer acercamiento con Dios.
«Todo lo pongo en manos del Señor. El sufrimiento, la tristeza, la angustia que he pasado me han servido para ver las cosas de otra manera y ser más fuerte», confiesa Waad, que hoy tiene 28 años y es el primer iraquí en el Seminario Mayor de la Diócesis que estudia para convertirse en cura. Entró en octubre de 2022 y este es su segundo año: «La certeza que tengo hoy es que este es mi camino y mi felicidad la veo aquí, en el Seminario», expresa.
Pero su camino hasta encontrar esta vocación no fue fácil. La población cristiana cayó drásticamente en su país desde la guerra del Golfo, en 1991. Pero a partir de 2003, cuando la guerra de Irak contra Estados Unidos, apenas se contabiliza un millón de cristianos. Una población que a día de hoy «no supera el 2 %», cree Waad.
No fue hasta 2014, con la entrada del Estado Islámico, cuando Waad y su hermano decidieron huir. El terrorismo emitió un decreto en el que obligaba a los cristianos «a convertirse al islam, a pagar un impuesto o a morir, así que elegimos salir de allí sin nada, dejando todos nuestros recuerdos incluso nuestra casa atrás. No fue fácil tomar esa decisión, pero nos pesaba más la fe».
De Irak a Mallorca
La familia de Waad se trasladó a una ciudad fronteriza con Kurdistán. Era una de las opciones más seguras para ellos y miles de cristianos obligados a huir durante esta ofensiva que fulminó de Mosul –ciudad de origen de Waad– a toda la población cristiana. «En ese momento, estaba estudiando Ingeniería Informática. Cuando decidimos marcharnos, la única salida era ir a Europa a través del mar. Atravesamos Turquía y en Grecia nos vinieron a buscar», narra.
Trasladaron a todos los que iban en esa patera a un campo de refugiados. Allí Waad y su hermano estuvieron dos meses, a la espera de conocer la resolución de asilo en España a través de un programa de ACNUR. Aunque su intención era ir a países como Holanda o Alemania, pues allí contaban con familiares, les ofrecían otros destinos. Pero nunca imaginó acabar en Mallorca: «Recuerdo bien la fecha cuando aterrizamos en Madrid. Fue el 30 de mayo de 2016. Éramos 40 personas y vinieron a recibirnos las autoridades políticas. A mí y a mi hermano nos trasladaron con Cruz Roja directamente a Mallorca».
En este último capítulo de las memorias de Waad antes de entrar a la Diócesis, menciona la entrañable relación que tuvo con la Unidad Pastoral de s'Arenal. No solo es que el párroco les ayudase en su alojamiento y en el aprendizaje de la cultura mallorquina y la lengua – habla perfectamente español–, sino que toda la comunidad cristiana se involucró con ellos. Waad participaba en las actividades de la parroquia y fue parte del coro. «Toda esta gente ha sido para nosotros un pilar fundamental. Nos ayudaron con los papeles, con el sistema de salud y con el idioma».
Estuvo trabajando en varios establecimientos y consiguió contratos fijos. Su hermano ya empezaba a rehacer su vida. En 2020, ambos consiguieron traer a sus padres a Mallorca. Waad avanzaba cada vez más y más hasta que de pronto «sentí una llamada; algo me picaba». Se lo comunicó a su sacerdote espiritual, al que acudía por alguna crisis. Decidió probar suerte. Y aunque en ese momento no lo tenía claro, hoy reitera: «Este es mi camino».
El mensaje que cree que Dios tiene para él es «transmitir la fe» entre la población de Mallorca «y contagiarla, porque sí se contagia». Una de las cosas que más le sorprendió fue encontrar iglesias vacías en la Isla. «Me pregunté que cómo era posible que en mi país, que sufrimos persecución y hay guerra, las parroquias estuvieran cada domingo llenas». Pero, por otra parte, es consciente de la crisis que hay del catolicismo en Europa. A esto, considera que todos son cambios y que al final la Iglesia es de Dios. «Yo puedo estar con la gente, con el pueblo, en la parroquia y con amigos a fin de trasmitir el mensaje. Porque al final, solo soy un ser guiado por Dios», explica.