Javier Ramos estaba a punto de empezar su nueva vida en Mallorca junto a su novia y su «compañero y ángel de la guarda», Nano. Un bulldog francés de seis años de edad. Dejaba atrás Sevilla con su perro en el transportín y toda la ilusión del mundo puesta en aquel avión. Pero nunca pudo volver a recordar ese día como bonito. Tras la desatención del animal, bajo la custodia del personal de la aerolínea que le llegó a dejar una hora al sol y sin agua, Nano llegó muerto a su nuevo destino, «rodeado de vómitos, heces y orina», contaba su dueño al realizar la denuncia.
En el aeropuerto de Palma le ocultaron el cadáver de su perro hasta que, ya sin testigos delante, le revelaron lo ocurrido ofreciéndole un bono de 100 euros para volver a volar con ellos. Javier, roto de dolor, no aceptó y buscó justicia. Aquello partió el corazón de todo el país. Fue uno de los puntos de inflexión para reflexionar sobre si lo que se estableció en el Convenio de Montreal de 1999, seguía aún vigente: el transporte aéreo sólo puede portar tres elementos; personas, carga o equipaje. No es ilegal, los gatos, perros y cualquier mascota similar, son maletas. Es lo que dice la ley. Por eso es tan complicado reclamar o batallar judicialmente los casos en los que un animal es desatendido, maltratado o incluso pierde la vida. La muerte de Nano tuvo lugar en el 2013. Más de diez años después, la conciencia crece pero la normativa no.
De Nano a la actualidad
«Javier estaba en una mezcla de pena horrible y enfado monumental», cuenta Pablo Rabanal de Reclamador.es. Su plataforma acababa de fundarse y nunca antes se había producido un caso así en el país. «Nos hicieron pelear hasta el final y conseguimos añadir el daño moral. No te repara nada porque han matado a tu mascota pero al menos se escuchó, tuvo repercusión y se hizo justicia», recuerda.
En 2021, Sonia Aguado, catalana residente en Sudáfrica y ‘mamá’ de cuatro perros y dos gatos, crea FlyTogether, un movimiento con tres objetivos: visibilizar el sufrimiento del animal y lo que ocurre durante los trayectos, hablar con aerolíneas para adaptar mejor las cabinas a los animales y ejercer de lobby para que los gobiernos lleguen a cambiar la normativa. «Los animales se les caen, los aplastan, llegan sangrando, pasan barbaridades y lo peor es que cuando ocurre, a los culpables no les pasa nada. Cuando fallece una mascota, te la entregan muerta, un ‘lo siento’ si se tercia y adiós, y no puedes hacer nada. Si denuncias y lo consigues te pagan igual que si hubieras perdido una maleta. Son abusos al animal y a la vez, a los consumidores», explica la activista, que cuenta con cerca de 40.000 seguidores en Instagram.
Sobre todo porque ni hay protocolos únicos ni registros de los sucesos: «Conseguir información sobre las incidencias con animales es muy complejo, las aerolíneas no lo comunican ni le dan trascendencia porque daña su imagen corporativa y a no ser que los damnificados compartan su historia en redes sociales, no ven la luz. La gran mayoría no reclama porque no conoce sus derechos o no sabe cómo hacerlos valer», aclara Jose Antonio Romero, abogado especialista en Derecho Aéreo de Reclamavión. Ahora, trabajan codo con codo con FlyTogether para ofrecer opciones a los afectados por estos casos.
Dejar la isla
Maite, natural de Coruña, llevaba casi dos años viviendo en Palma. A finales del año pasado, la abandonó definitivamente. ¿La razón principal? Volar junto a Nilo, su perro, se volvió una tortura. La Navidad de 2023 casi se quedan en tierra porque «el perro era muy grande y debía ir en bodega, nos dijeron que compráramos un transportín rígido para poder irnos, nos negamos, le dijimos que preferíamos quedarnos en tierra aunque no pasáramos las fiestas con la familia, que nosotros no volábamos ni sin perro ni con él en bodega», explica la joven. Ocurrió cuando un gran número de compañías bajaron el peso del animal permitido en cabina a 8 kilos, con su habitáculo de transporte incluido, frente a los 10 anteriores. Otro cambio que les afectó fue que les empezaron a colocar en el asiento de ventanilla, más estrecho que el resto, «porque si se producía una evacuación, el animal se quedaba ahí y no obstruía el paso», recuerda Maite.
«Viajar con él se convirtió en ir trampeando con el estómago encogido, no saber siquiera si íbamos a poder volar, la noche antes ya ni dormía de los nervios; además de cómo nos condicionó la vida; volábamos por separado, redujimos los vuelos, probamos de todo hasta que tomamos la decisión final». El precio de los billetes también influyó en la decisión, «la mayoría de veces vuelas más barato tú que el perro, estaría bien que los descuentos de residente se aplicaran a los animales, quiero poder viajar con él como miembro de mi familia que es», zanja.
Pasajero en tierra
Àngels vive en Finlandia y tiene un perro y dos gatos, aunque no viaja nunca con todas sus mascotas porque «sólo aceptan dos animales por vuelo y por eso tienes que reservar siempre por teléfono porque si ya se ha cumplido el cupo, no vuelas», cuenta. Está totalmente en contra de que los animales viajen en bodega, «no se inventó para eso, a veces no se ponen bien las mallas y los animales son chafados por las maletas que les caen encima o se olvidan de presurizar la bodega y mueren». No miente, es lo que le ocurrió a Dakota en México, una golden que no llegó a despegar porque el piloto no aisló la bodega y la presión exterior mató al animal.
Pero además de la muerte, un pasajero que viaja con animales también puede ser víctima de otros perjuicios como cambios de ruta o incluso denegación de embarque. «En un vuelo Helsinki -Amsterdam, para volar luego a Barcelona me ocurrió algo increíble. Hacía mucho calor, yo llevaba a Soul en mis pies, en su transportín, abrí la cremallera unos centímetros para poder acariciarlo y calmarle, quería ver si le llegaba el aire y una sobrecargo me montó un circo tremendo. Me gritó, me humilló, me amenazó; hasta avisó a Seguridad cuando aterrizamos. Yo lloraba y estaba en shock», recuerda enfadada. La dejaron en tierra con la excusa de haber incumplido las normas.
No le permitieron volar a casa y tuvo que viajar en tren durante cinco días para resolver un trayecto que, en avión, habría durado dos horas. Se gastó mil euros. «La falta de claridad en las condiciones de transporte es un perjuicio para los pasajeros, en su caso fue un abuso por parte de la aerolínea y tiene derecho a compensar y restituir los gastos que le provocaron. Está prohibido sacar al animal del transportín pero no abrirlo para calmarlo. Es muy importante que el pasajero exija por escrito una justificación del porqué se le ha denegado el embarque» recomienda Jose Antonio.
Gatos perdidos
El principal problema es el desbarajuste de normativas al existir una regulación genérica estatal, reglamentos propios de cada aeropuerto o aerolínea, además de las normas de las empresas externas subcontratadas. «Hay países con leyes muy duras y si falla un simple certificado no dejan entrar al animal y lo sacrifican, y ni recibes el cuerpo ni nada, esto pasa en China, Kuwait, etc», explica Sonia Aguado. Desde su plataforma intenta implicar a Europa para crear ciertos protocolos aeroportuarios que a día de hoy no existen y suponen un conflicto.
«Hay decenas de gatos que se pierden porque en el control de seguridad obligan a sus dueños a sacarlos del transportín para revisar el interior de una forma más cómoda pero no está escrito en ningún sitio; te lo dicen y tú obedeces. Muchos gatos se han perdido a causa de asustarse en el control y salir corriendo», explica. «Una diplomática italiana tuvo perdida a su gatita Mici durante meses y la encontró medio muerta gracias a GFAM, protectora que trabaja con la colonia de más de 200 gatos perdidos en Barajas. O el caso de Joaquín y su perro Gos, que se salió del transportín hasta tres veces en tres vuelos diferentes; podría haber salido corriendo por la pista de aterrizaje y aquí las órdenes son disparar y matar por razones de seguridad», argumenta.
A pesar de los pocos casos que llegan a juicio, en España se va actualizando cada cinco años la indemnización por maleta perdida, es decir, la misma que por animal fallecido, que ahora está entre 1300 y 1850 euros. «Ha habido algún caso fuera de España, en Alemania por ejemplo, una aerolínea se hizo cargo de 5000 euros por la muerte de un animal pero no es frecuente, ahora también hay un caso pendiente en la Unión Europea por una perra que murió en Buenos Aires, según lo resuelva el tribunal quizá veamos un cambio, si se tuviera que responder con mayor cuantía, las cosas se harían mejor», finaliza José Antonio.
Aplicando el sentido común, todo el mundo estará de acuerdo, en que los animales son seres vivos que sienten y padecen igual que los humanos. Si pagas un pasaje, igual que un humano, ¿por qué no tienen derecho al mismo servicio?. Llevarlo junto a las maletas, no hace falta ser un lumbreras, para saber el trato que van a recibir. Si para uno, solo es un animal, para la família es un componente más. No hace falta ser ni ser animalista, ni ser más papista que el Papa, solo hay que ser respetuoso y nada más. No siempre se viaja por placer, a veces es por necesidad imperiosa. Ya es hora de abrir las mentes y saber que no estamos los humanos solos en el planeta Tierra.