Primero fue la tipografía. Y después vino la palabra, y con ella la poesía. La obra de Damià Rotger, tipógrafo de profesión, ha sido reconocida con el premio Vila de Lloseta por L’ésser i el llamp, un título que parte de una dualidad casi metafísica y que indaga en ese ‘rayo’ poético que es la inspiración. El libro, que aparecerá a finales de año en la Nova Editorial Moll, se sumará al Ciutat de Xàtiva y el Bernat Vidal i Tomàs, entre otros certámenes que ha obtenido el autor.
El llamp del que habla en el libro es ese «instante de peligro» del que nace el poema, ¿no es así?
—Es un poco la columna vertebral, tiene que ver con el fenómeno creativo, algo que ya trabajé en poemarios anteriores. Como sabemos, ese ‘rayo’ es invisible e indomable. Tiene que ver con mi forma de trabajar y entender la poesía, que consta de dos fases: el relámpago, primero, y el espasmo. Después del deslumbramiento inicial, me llevo ese material al obrador poético y ahí es donde uno se debe trabajar el poema teniendo en cuenta que la poesía, si no es relámpago, no es nada. El libro está atravesado por esa dualidad, que lo eleva a un territorio extrapalabrístico.
El libro se abre con una cita de Georges Braque sobre ese relámpago. ¿Es una declaración de intenciones?
—Sí, vivo del diseño de tipografías, para mí son dos procesos inseparables. El fenómeno creativo lo enfoco de la misma manera, ya sea en una disciplina o en otra. La poesía tiene la función de decir lo que no se puede decir, mostrar la insuficiencia del lenguaje. Cito a Anna Gual: ‘Acaricia las escamas de un pez, ahora vas y lo escribes’. ¿Cómo explicas una sensación así? Justo eso es la poesía. Mi interés a la hora de mencionar a Braque era hablar de ese mismo fenómeno, que se da en otras artes.
¿Es una constante en tu obra esa reflexión sobre lo poético?
—En mis primeros libros aparecía ya la idea de la metapoesía. Siempre ha habido un interés por el metalenguaje. Como afirmaba Vinyoli, se trata de ‘vivir poéticamente’. Como lector, transito otros lugares, pero lo que quiero hacer es poesía desde ese terreno. Busco lo incierto, lo imposible, capturar aquello que se escapa desde el ámbito de la creación.
¿Qué referentes tiene el tipo de escritura que practica?
—He pasado por diferentes momentos vitales y lecturas, claro, pero siempre regreso a Miguel Ángel Velasco. Es uno de mis autores de cabecera. Ponç Pons también es otro autor fundamental en mi formación, junto al griego Giorgios Seferis. También mencionaría a Laia Malo, pero desde un terreno personal y afectivo, ya que nos dejamos poemas y nos aconsejamos. Como ves, son universos diferentes, pero cuentan con una plasticidad que me resulta próxima.
¿Ese rayo también se da en la narrativa?
—Para mí se continúa manteniendo el fenómeno, pero de forma menor. Al final, el resultado y el proceso es diferente. La narrativa tiene sustancia poética, pero la envergadura de un proyecto narrativo es mayor y se tiene que desarrollar. Te puedes sentar a escribir dos horas y sabes que cada día saldrá un número determinado de páginas. En mi caso, lo cierto es que a la hora de escribir prosa, me doy cuenta de que en la tercera página estoy pensando en versos.
¿Cómo se relaciona el trabajo de poeta y el de tipógrafo? Los dos trabajan con las palabras.
—La prueba de fuego de la tipografía es la palabra. Si no existe, no hay tipografía; es el soporte físico del pensamiento. Cuando trabajamos alfabetos pensamos en el ritmo y en la dinámica, que son los conceptos que fundamentan la poesía. Hay algo que demuestra que no se pueden divorciar: la única forma de mostrar el trabajo tipográfico es mediante la palabra. Un pintor puede exhibirlo de otra manera, pero en mi caso no se puede; es la piel del lenguaje. Una letra sola no tiene información ni contenido. Siempre digo que una letra es el hueso: si digo ‘A ‘no digo nada, pero la palabra es el músculo y la tipografía, el latido. Juntas forman un todo.
buho... no te preocupes, no todos tenemos las mismas capacidades de comprehensión...