Las muertes por calor han aumentado un 22,36 % este verano en Baleares. En total, se han contabilizado 290 fallecimientos atribuibles a las altas temperaturas durante esta temporada estival, mientras que en el mismo periodo del año anterior fueron 237, según la app Mortalidad Atribuible por Calor en España (MACE), que ha sido elaborada por un equipo científico del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC), la Universidad de Valencia (UV) y la Fundación para la Investigación del Clima (FIC).
Dominic Royé, investigador Ramón y Cajal en la MBG del CSIC y uno de los creadores de MACE, explica que, aunque este verano «las temperaturas no siempre superaron el percentil 95, permanecieron sistemáticamente por encima de la temperatura mínima de mortalidad durante largos periodos, desplazando parte de la carga de mortalidad hacia el calor no extremo. Esto confirma que no solo los picos de temperatura generan impacto sanitario, sino también las exposiciones prolongadas a niveles inferiores a los umbrales de calor extremo, especialmente en poblaciones vulnerables». Además, resalta que el año con un mayor número de muertes atribuibles al calor en las Islas fue el 2022, cuando se contabilizaron un total de 339.
Las muertes atribuibles al calor han tenido un impacto importante, aunque no es el único factor que influye, en el invierno demográfico en el que se encuentran las Islas desde 2022, ya que en julio la diferencia entre nacimientos y defunciones es más abultada que en junio, a favor de los segundos. En concreto, en los 7 primeros meses de 2025 nacieron en las Islas 4.899 bebés, mientras que se contabilizaron 6.171 defunciones, por lo que hubo 1.272 muertes más que alumbramientos, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE).
Pere Salvà, catedrático emérito de Geografía Humana de la UIB, explica que hay épocas en las que se producen picos de defunciones: una de ellas es el calor y la otra se da durante los meses de diciembre, enero y febrero, cuando la gripe se cobra la vida de personas que ya tienen otros problemas de salud.
¿Por qué hay gente que muere por calor?
El especialista en Salud Pública y Medicina Preventiva Joan Carles March explica que las muertes por calor se deben a una deshidratación grave, que da lugar a una caída de presión arterial y, posteriormente, al colapso circulatorio. Otras de las causas por las que el calor puede llegar a matar es un fallo renal por la falta de agua y el esfuerzo del cuerpo; así como un daño cerebral por temperatura elevada; un paro cardíaco por sobrecarga térmica; o una trombosis, ya que el calor puede espesar la sangre, aumentando el riesgo de infartos o embolias.
«La alarma surge cuando la temperatura corporal supera los 40º. A partir de este momento, distintos procesos fisiológicos del organismo se alteran y se produce una inflamación acompañada de un brote de enzimas que interfiere el funcionamiento regular de los órganos vitales. Una vez empezado, es difícil de revertir. Los primeros síntomas son dolor de cabeza, confusión y aturdimiento y van escalando hasta la pérdida de conciencia, convulsiones y el fallo cardíaco», explica.
Añade que «aunque el cuerpo normalmente se enfría mediante el sudor, cuando el calor es extremo puede que no sea suficiente. En estos casos, la temperatura del cuerpo aumenta más rápido de lo que el cuerpo puede enfriarse. Esto puede causar daño al cerebro y a otros órganos vitales». En este punto, añade que «muchas personas de salud frágil mueren en verano sin que se tenga conciencia de que el factor que ha desencadenado la muerte es el calor. Es evidente que las medidas actuales para proteger a la población de las altas temperaturas son insuficientes». Por ello, insta a realizar planes ante la emergencia climática.
¿Quiénes tienen más posibilidades de morir por calor?
March precisa que las personas más vulnerables a padecer una muerte atribuible al calor son las mayores, especialmente las que viven solas o tienen enfermedades crónicas; los trabajadores que están al aire libre (construcción, agricultura, reparto); los bebés y los niños pequeños; las personas con enfermedades cardíacas, renales o respiratorias; las que no tienen acceso a sombra, agua o ventilación adecuada (personas sin hogar, en viviendas precarias); así como las que toman ciertos medicamentos (diuréticos, antipsicóticos, etc.).