Karina, nombre ficticio para esta menor mallorquina, se fumó su primer 'porro' a los 12 años de edad. Ese mismo año, probó el éxtasis. Ahora, con tan sólo 16, ya carga sobre la espalda con un ingreso en el hospital debido a un brote psicótico causado por una combinación de drogas y fármacos que compró en la calle. No le resultó difícil. Siendo miembro de un grupo de WhatsApp en el que decenas de menores ven las mercancías de los vendedores de droga y eligen lo que quieren consumir, sólo tuvo que pulsar algunas teclas. Su padre, que la acompaña mientras la valiente joven, en proceso de desintoxicación, comparte su testimonio con Ultima Hora, llora a lágrima viva.
«Son grupos en los que hay 500 personas, y muchos son menores. Hay ‘camellos’ y venden fármacos, estimulantes, pastillas, todo tipo de drogas. La gente no lo sabe pero los menores tenemos acceso a sustancias muy potentes que puedes comprar por sólo 1€, en WhatsApp o en la calle mismo», continúa la joven con preocupación. Aunque no quiere desvelar más información por miedo a posibles represalias.
Su progenitor la escucha atónito con una mezcla de frustración, culpabilidad y terror. No es el único. Otro padre preocupado de Palma explica que «no sé como mi hijo de 15 años tuvo acceso a las drogas. Yo me di cuenta tarde y no entendía nada, no soy permisivo y en casa no se fuma ni tabaco». Su hijo le llamó una tarde visiblemente afectado por el consumo de sustancias, al borde de la sobredosis. Cogieron un taxi y fueron directos al hospital: «Lo tuvieron en observación y fue un susto inmenso para toda la familia», revela.
Denunció los hechos ante la Policía Nacional y dio varios nombres sobre los individuos que habían vendido la droga a su hijo. «Tenían a disposición 'Tusi', Ketamina. Fui a denunciarles sin ningún tipo de miedo. Me dijeron que me llamarían pero no he sabido nada más», dice. La madre de otra joven adicta de 15 años comparte su opinión: «Lo primero que escuché fue 'no hay nada que hacer'», afirma.
Karina explica que los jóvenes de su misma edad que coquetean con las drogas acaban conociéndose todos, sea a través de Instagram o tras compartir tardes en algunos de los lugares que frecuentan. El peor de todos, el Parc de Ses Estacions, donde una gran mayoría de estos menores adictos iniciaron sus andadas en las drogas. Pero no es el único, la Porta de Sant Antoni, la playa de Can Pere Antoni, los alrededores del Palau de Congressos, Son Gotleu, Camp Redó o la Plaça del Tub, son algunos de los puntos sobre los que se crean estos tejidos de distribución de droga y fármacos; éstos últimos han experimentado un auge de consumo en los últimos tiempos.
Algunas de esas pastillas las compran sueltas y con el peligro de que sean adulteradas: «Una vez compramos un gramo de ketamina para compartir entre unas cuantas amigas. Era rara, parecía un poco plástico. Me colocó como si fuera una droga diferente. Estaba adulterada porque nos sangró la nariz a tope a todas. A mí nunca me han preguntado la edad, yo pago, compro y punto. Y si acaso me preguntan digo que tengo 19», confiesa esta testimonio.
La mayoría de menores afectados por este consumo ya han sufrido pérdidas: «Amigos que se mueren, se ahogan, se matan. Uno pierde el control de sí mismo cuando está drogado», admite. Su propio padre asegura que jamás imaginó que su hija pasaría de fumar marihuana a tomar fármacos: «Cuando me mencionó el fentanilo o la oxicodona, me quedé a cuadros. No me esperaba que por Palma circulase todo esto», dice sorprendido. Aunque también le impactó de igual forma el saber que un compañero de clase de su hija fue expulsado del colegio con 14 años al portar una mochila repleta de marihuana para venderla a sus compañeros.
«El consumo es ascendente. Empiezan y no paran. Mi hijo tenía un amigo muy buen estudiante, deportista, un chico encantador que, en un par de meses, estaba en la calle totalmente 'tirado' y enganchado a los diazepams», cuenta otra de las madres testigo de este reportaje. «Yo intento estar en contacto con el resto de padres porque, la verdad, se las saben todas. Te dicen que se van a dormir a una casa y cuando llamas, otra amiga se hace pasar por la madre y así se camuflan unos a otros. Son muy frágiles. La situación económica de las familias no ayuda porque pasamos todo el día fuera trabajando, ellos no reciben el dinero que quieren para sus caprichos, hay mucho absentismo escolar y unas relaciones emocionales que no saben gestionar», explican los progenitores. «Se buscan la vida. Se cansan de pasar miserias y si una pastilla les cuesta un euro les resulta un plan barato, fácil y que les hace olvidar. Hay que sacarlos de la calle», apostilla otro.
A raíz de estos testimonios, Ultima Hora inició una investigación sobre estos grupos y ha confirmado la existencia de varios de ellos, uno con el nombre de ‘Mallorca Store’ y otro conocido como ‘Merca Palma’; aunque seguir su pista no es nada fácil. Los administradores usan tarjetas SIM anónimas que no permiten rastreos. Mediante videos temporales, exponen las drogas a la venta, incluso con estrategias de marketing visual, y los interesados en adquirirlas hablan con ellos por privado. Los precios varían según lo que se ofrece: ‘Tusi’, Popper, Rivotril, Tramadol, Trankimazin, Oxicodona, Quetiapinas, Viagra, Diazepam, Lorazepam, Fentanilo; la lista es interminable.
El sistema está tan organizado que incluso se incluye un ‘delivery’ por compras superiores a 30 o 40 euros. La droga les llega a los menores hasta su propia casa. El acceso es tan fácil y barato que los jóvenes caen en la dependencia de fármacos potentes que sólo se venden con receta médica.
Este mercado negro proviene de tramas mayores. Los fármacos se consiguen a través de contactos, recetas falsas o robos. Cuando la Policía logra acceder a uno de sus grupos o los administradores tienen sospecha de ello, el chat se borra y nace otro nuevo donde el ‘boca a boca’ vuelve a incluir a los participantes. En zonas estudiantiles como Ses Estacions o la Plaça del Tub se puede localizar a enlaces que dan entrada a estos grupos de WhatsApp, comprobando antes que no se trate de ningún periodista o agente secreto que les ponga en riesgo. Otras vías de contacto se relacionan con vendedores intermediarios de poco más de 20 años: «La última vez que consumió lo hizo porque le suministró la droga el novio de una amiga suya, un poco más mayor», cuenta una madre.
Tanto ella como el resto de padres que han querido compartir este testimonio para pedir a las autoridades policiales y a la Administración que actúen al respecto, lo han intentado todo: Servicios Sociales, psicólogos, entidades que ayudan a la desintoxicación; aunque lo cierto es que los padres de menores que han consumido droga y han desarrollado un problema de dependencia no encuentran ayuda a no ser que el adicto decida incorporarse a algún programa fijo. Además, creen que la consulta a Serveis Socials puede poner en riesgo su custodia; por lo que muchos se paralizan y no saben como gestionar la situación.
«Los recursos son insuficientes. Muchas veces culpabilizan a las familias y hacen que asumamos los errores de forma casi deshumanizada. Cargamos con todo el peso», aseguran. «Yo siento que cuando muere un menor a causa de las drogas es una especie de homicidio colectivo. Mirar hacia otro lado también es violencia. Mucha gente se limita a decir es un 'yonki' y muestra rechazo. Amo a mis hijos y no tengo miedo, cuando explotó la bomba de la droga en casa tocamos todas las puertas posibles. Pero se necesita más ayuda. Los tentáculos de la droga son muy amplios. La verdad duele, nos hace llorar. Yo he llorado mucho estos días pero hay que enfrentarlo», finalizan.