La de Adrián Abadía (Palma, 2002) no ha sido una travesía fácil. Llegar a los Juegos Olímpicos de París ha sido la culminación de un camino lleno de obstáculos, pero también una prueba de fe. De su abuela, la que le acompañó desde el primer día a saltos; de su madre, siempre empujando. Y su entrenador, un italiano que llegó hace muchos años a Mallorca con un plan, un proyecto que ha consumado casi un cuarto de siglo después de ser también olímpico por su país en Sydney 2000.
Porque los inicios de Adrián estuvieron marcados por la falta de instalaciones. Con Son Moix al descubierto durante casi siete años y Son Hugo utilizable a rachas, Donald Miranda, quien ha moldeado al primer saltador olímpico balear de la historia, ha obrado el milagro junto a Adri. Por el camino quedaron otros que lo probaron. Más lejos nos queda Julià Llinàs, el precursor en Mallorca. Después aparecieron Andreu Jaume o Xisca Bauzà, incluso parejo a Abadía Matthew Wade.
Todos sufrieron entrenar en precario, improvisando muchas veces, cogiendo aviones para buscar otras plataformas y trampolines fuera de la Isla, donde las dos instalaciones existentes no sumaban. Bajo el paraguas del CTEIB y del Club Saltos Mallorca, Adrián seguía creciendo, dando pasos, sabedor de que existía esa posibilidad.
Por el camino, títulos nacionales sin discusión y otros europeos júnior. Y unos Juegos Olímpicos de la Juventud (Buenos Aires 2018), tal vez una premonición. Mientras, en silencio, Adrián y Donald seguían a los suyo. Tras la pandemia, lo tuvieron cerca. Quintos en el Mundial de Fukuoka y a las puertas de Tokio, probando la experiencia americana en Louisiana State... La progresión era evidente desde el décimo de Budapest y el Mundial de Doha fue la confirmación.
La pareja formada junto al canario Nicolás García Boissier iba en progresión ascendente y llegó el campanazo. El golpe sobre la mesa. La recompensa a tantos años de esfuerzos y malos tragos. La medalla de bronce en el Mundial de Doha, la primera para los saltos españoles en sincronizado de 3 metros, daba a Adrián Abadía y su compañero el billete olímpico para París tras largos y duros meses de trabajo en Madrid. Sueño cumplido. Donald y Adrián habían alcanzado la meta, aquello por lo que tanto pelearon.
Ahora, ambos lo disfrutan. Se lo han ganado. Mucho que ganar y la opción de una medalla asoman en el horizonte (viernes 2, 11 horas, Centro Acuático de Saint Dennis). Final directa a 8 en la que China (Daoyi Long-Zongyuan Wang) tienen el oro, salvo sorpresa mayúscula, adjudicado. Ahí se abre un espacio en el que pueden colarse Adrián y Nico.
Los italianos Masaglia y Tocci -plata en Doha- y los mexicanos Celaya y Olvera se perfilan como las dos grandes amenazas, junto a los ucranianos Kolodiy y Konovalov. El bronce de Doha es toda una declaración de intenciones. Soñar es gratis y ellos se han ganado el derecho a hacerlo.