Esta es una de las mejores obras del pintor Carlos Mascaró, aunque siguiendo la trayectoria ascendente de este autor, no tengo dificultad en afirmar que el mejor cuadro aún no lo ha pintado. Quienes conocemos la obra mascaroniana, sabemos que el maestro ha impregnado de calidad toda su producción artística.
El cuadro de los dos bailarines me parece una obra genial y atrevida, ejecutada sobre un fondo tenebrista absoluto en la más pura tendencia del Barroco de Michelangelo Merisi da Caravaggio, donde la sugestiva composición de los bailarines tiene la fuerza que les da un meticuloso maestro del dibujo que me lleva a pensar que se ha llegado a una estereotomía personal (palabra usada en arquitectura, pero también en dibujo).
Las veladuras no son en Mascaró un recurso, sino el dominio de una técnica muy depurada. Resulta encantador el sutil difuminado del entorno del bailarín; en este caso Mascaró ha utilizado la técnica del «esfumado» que elimina la huella de la pincelada. Una luz cenital enmarca contornos anatómicos en parte de la mejilla de la bailarina que transmiten pasión por el ballet. La luz se extiende por el brazo donde se llega a vislumbrar la musculatura y las venas llegando a una mano perfecta incluso en el detalle de sus uñas. La luz abarca aparte del vestido y las piernas, el omóplato izquierdo del bailarín y muy sutilmente su cara. La camisa da la sensación de sudada y pegada al cuerpo que transmite el esfuerzo del hombre con la habilidad de que el esfuerzo no tenga otra consecuencia óptica que la que le supone darle a la bailarina el principal protagonismo de un maravilloso momento. Es muy difícil plasmar las distintas sensaciones físicas de los bailarines, el esfuerzo de levantar en el aire a la bailarina lo ha conseguido Mascaró en la camisa del hombre, sudada, arrugada y pegada al cuerpo. Y en la cara de la bailarina se nota su entrega y su pasión por bailar.
La genialidad de mostrar la planta de la zapatilla izquierda «fatigada» por muchas jornadas de baile repitiendo una y mil veces los movimientos hasta dominar el difícil arte de la danza como si fuera una libélula sobre un estanque de nenúfares. El color calabaza tan logrado en el tul de la falda, me ha recordado por un instante el cuadro «Framing june» de Frederic Leighton. El vestido de la bailarina tiene toda la fuerza sugestiva de ser el centro focal de esta magnífica obra. Los colores ocres y tierras son los que permiten que la cuidada paleta del pintor Carlos Mascaró alcance sugestivos tonos creando una atmósfera de absoluto relajo. El orden acompasado en el hábil dominio de las luces y sombras, a veces muy sutiles, que hasta cuesta apreciar dadas las dotes de este autor como dibujante, pero ahí encontrará el espectador el predominio del color sobre el dibujo derrochando generosamente el dominio de la luz sobre zonas concretas, todo un abanico de facultades de un consumado perfeccionista.
El cuadro de 106 x 174 cm es una pintura al óleo y alquídico sobre tabla con la técnica de los pintores holandeses del siglo XVII. La cuidada composición, el ritmo en el exigente orden de las figuras, son de una absoluta belleza al haber acertado plenamente, poniendo al bailarín de espaldas y dando a la bailarina la delicada belleza que esta obra tiene.
La fundación Rubió - Tudurí tuvo un gran acierto cuando le encargó a Carlos Mascaró una obra. El resultado es un cuadro que seguramente pasará a formar parte de la buena pintura menorquina y española.
manu menorcaPor lo visto, tampoco de pintura tienes ni idea; esa obra es PURA PINTURA , talento y sensibilidad de Artista, así, en mayúsculas.