A pesar de que abandonó la Isla con tan sólo cuatro años, Yury Villalonga Stanton (Alaior, 1988) se siente menorquín y no duda a la hora de referirse a sus raíces. La separación de sus padres le llevó hasta Solihull, una ciudad cercana a Birmingham, en el Reino Unido, donde ha vivido desde entonces. No obstante, el joven regresa cada verano a Alaior, donde vive su familia paterna. Villalonga, que estudia Filología Hispánica en la Universidad de Birmingham, se encuentra desde el pasado mes de agosto en Pekín con el objetivo de mejorar su chino mandarín.
¿Qué recuerdos guarda de su infancia en la Isla?
Fui a una escuela en Alaior que se llamaba La Salle. Vivía en el Polígono La Trotxa, sobre la empresa Villacars, donde todavía me alojo cuando vengo a Menorca de vacaciones. Mi padre y la mayoría de mi familia paterna viven en Alaior y también mantengo algunos amigos de cuando era niño y otros que he ido haciendo a lo largo de los años. Con todos ellos me comunico habitualmente a través de internet. Concretamente mis abuelos viven en la calle Miguel de Cervantes y mis primos cerca del bar Géminis.
¿Se siente 'alaiorenc'?
Sí, soy de Alaior. A cualquier persona que me pregunte de donde soy, en cualquier lugar del mundo, les respondo, en primer lugar, que soy español y, concretamente, menorquín. No catalán, sino menorquín. Tampoco soy mallorquín, aunque hay mucha gente que ni siquiera sabe que existe otra isla con un nombre tan parecido a Mallorca. Finalmente les explicó que soy de Alaior. Me siento muy orgulloso de ser menorquín y una parte de mi corazón y de mi alma estará eternamente conectada a Menorca. Me siento muy cómodo al estar sólo en un lugar extraño, me encanta la experiencia de integrarme en un lugar desconocido pero, cada vez que vuelvo a la Isla me siento totalmente relajado y en casa.
Llegó al Reino Unido con tan sólo seis años, ¿recuerda el cambio como algo traumático?
Mis padres separaron y mi madre, que es de origen inglés, decidió volver a su país. No obstante primero vivimos un par de años en Mallorca, junto con mi abuela y mi hermana. Al mudarnos a Inglaterra nos instalamos en un pueblo llamado Solihull, que se encuentra en el sur de la ciudad de Birmingham. La verdad es que no recuerdo si me resultó difícil adaptarme, era demasiado pequeño. De lo que si me acuerdo es de mi primer día de clase: mi nivel de inglés era muy bajo y me costaba integrarme con los demás alumnos. Salvo este ejemplo creo que fue bastante fácil adaptarme a la nueva vida, supongo que resulta menos complicado cuanto más joven eres. Posiblemente, mi necesidad de viajar y de descubrir el mundo tiene su origen en el hecho de que, con tan sólo seis años, ya había vivido en Menorca, en Mallorca y en Inglaterra. Tal vez me acostumbré ya de niño a no estar durante mucho tiempo en el mismo sitio. A día de hoy ya he visitado la mayoría de países europeos, he viajado por Sudamérica y estuve trabajando en un campamento de verano en Michigan (EEUU). Ahora estoy en China por lo que sólo que quedan dos continentes por visitar: África y Australia. ¡No tardaré mucho en hacerlo!
Estudia Filología Hispánica, ¿fueron sus raíces las que le llevaron a decantarse por esta opción?
Sí. De algún modo quería redescubrir mis raíces. Además quería tener un título que reconociera que sabía hablar castellano aunque al comenzar la carrera me di cuenta de que no dominaba para nada el idioma.
No obstante, se encuentra en Pekín para aprender chino mandarín ¿no es así?
Sí. Escogí este idioma como segunda opción, pensé que sería interesante para mi futuro poder hablar inglés, español y chino. Ahora que estoy estudiando mandarín me he dado cuenta de que no se trata tan sólo de un idioma, sino de una manera de vivir. Los chinos son muy amables, siempre te paran por la calle para hablar contigo y preguntarte de donde eres y si te gusta su país. Además, cuando descubren que hablas su idioma les cambia la cara. Ellos están muy orgullosos de su país y se alegran mucho cuando ven que alguien se ha tomado la molestia de aprender su lengua. La verdad es que me llena mucho poder hablar con los residentes e intercambiar historias.
Aterrizó Pekín en agosto del año pasado, ¿cómo fueron sus primeras semanas en la capital de la República Popular China?
Llegué a Pekín tras un viaje de más de 26 horas. Aterricé a las dos de la tarde y tenía que encontrar mi universidad. No sabía decir nada en chino y estuve un buen rato intentándole explicar al taxista el lugar al que debía ir. Después de pararnos varias veces para preguntar, llegué a la residencia donde me alojo. Deje mis maletas y fui directamente a buscar la universidad. Aquí empezaron los problemas.
¿A qué se refiere?
En China tienen una manera muy complicada de hacer las cosas. Estuve cuatro horas intentando matricularme en la Universidad de Idiomas y Cultura de Pekín. Nadie sabía quien era ni donde tenía que ir. Finalmente, cerraron la universidad y todavía no había conseguido matricularme. Tuve que regresar a la mañana siguiente e intentarlo de nuevo. Tras dos horas más, lo conseguí. Esta fue mi primera experiencia en la ciudad.
¿Mejoró con el paso de los días?
Sí. Durante las siguientes semanas conocí a mucha gente, tanto residentes como extranjeros. No obstante, me resultaba difícil comunicarme con los chinos porque todavía no hablaba el idioma. El tono es muy importante a la hora de hablar mandarín. Si no dices una palabra en el tono correcto, nadie te entiende, aunque estés seguro de que la has dicho bien.
Se trata de un idioma complicado...
Muchísimo. Aprender mandarín es muy divertido pero también muy frustrante. Yo sé hablar inglés, español, menorquín y francés pero puedo asegurar que el chino mandarín no se puede comparar con ninguna de estas lenguas. Cada palabra en chino tiene su propio carácter por lo que hay que aprender como se dibuja cada una. ¡Es una locura! Aún así he de decir que me encanta el idioma y cada día voy mejorando. A día de hoy ya se hablar suficiente y puedo preguntar cualquier cosa.
¿Hubo alguna costumbre que le sorprendiera especialmente al llegar a Pekín?
Los niños pequeños llevan pantalones con un agujero detrás para que puedan hacer sus necesidades en cualquier momento y en cualquier lugar: en la acera, en la carretera o en el parque. Otra de las cosas que me sorprendió en un primer momento es que la gente escupe muchísimo en la calle pero con el tiempo me he dado cuenta de que esto se debe a la polución. La verdad es que hay días en los que incluso me resulta difícil respirar a causa de la contaminación. Por otro lado, el tráfico en Pekín es un caos, cada uno va a lo suyo y no hay reglas. Tienes que ir con mucho cuidado para evitar accidentes. No obstante, Pekín es una ciudad muy moderna a pesar de que se conservan los restaurantes y rincones tradicionales.
¿Le resultó difícil adaptarse?
La verdad es que no. Llegué a Pekín con una actitud muy abierta y tengo la ventaja de que me adapto muy rápido a las nuevas situaciones. Hoy por hoy no hay nada que me sorprenda en esta ciudad. De vez en cuando, veo algo por la calle o en la televisión que en Europa sería totalmente inaceptable pero ya no me extraño de nada.
¿Qué es lo que más le gusta de Pekín?
Me gusta mucho la gente y la manera que tienen de ver la vida. Los chinos son muy trabajadores, no se quejan nunca de nada. En este sentido los europeos podríamos aprender muchas cosas de ellos, nosotros nos quejamos demasiado. Este semestre, por ejemplo, comencé las clases el pasado 4 de marzo y terminaré el 19 de julio. Durante este periodo tendré tan sólo tres días libres. Por el contrario, la comida china me resulta demasiado grasienta. En Pekín es típico freírlo todo.
¿En que zona de la ciudad vive?
Vivo en el barrio denominado WuDaoKou en el distrito HaiDian que se encuentra en el noroeste de Pekín.
En julio regresará de nuevo al Reino Unido. ¿Cómo se plantea estos últimos meses en la capital china?
Seguiré estudiando duro y aprovecharé los fines de semana para viajar y descubrir otros lugares de China. Quiero vivir al máximo esta experiencia porque me encanta este país. ¡Es tremendo!
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