Vestido como un pincel. Con impecable traje oscuro y sombrero apareció Nicholas Payton en el Teatre del Casino 17 de Gener. Clásico y elegante en la imagen, como en la época del Cotton Club, y revolucionario en el espíritu, mezclando estilos sin complejo alguno. El escenario, tan minimalista como siempre: luz de tonos rojizos y la presencia de un cartel que pide a gritos instaurarse como logo permanente de la marca del festival. En ese ambiente se desarrolló la noche del sábado un concierto para recordar.
El joven trompetista de Nueva Orleans dejó claro por qué a sus 36 años es una de las figuras más importantes del panorama internacional y ofreció un espectáculo distinto, algo parecido a una montaña rusa de ritmos y melodías dosificadas a su antojo. La variedad fue notable: toques contemporáneos que contrastaban con otros más clásicos y alguna que otra cadencia latina gracias a la percusión. Incluso se atrevió con una balada, "Blue", durante la que aparcó momentáneamente su instrumento para dar cuenta de su sugerente voz y probablemente irritar un tanto a los más puristas. Pero, por supuesto, también hubo momentos de arrebatadores solos de trompeta que hicieron al público soltar algún que otro grito de reconocimiento pasional.
Y es que dio la sensación de que el músico está acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo, eso sí, con el debido respeto a su banda. Y es que Payton es solamente una pieza más de un quinteto bien ensamblado y, lejos de acaparar todo el protagonismo, entró y salió del escenario en varias ocasiones con el fin de permitir el lucimiento del resto. En algunos momentos de la noche incluso ocupó un segundo plano en el fondo del escenario con los brazos cruzados y los ojos cerrados.
Todos ellos tuvieron su momento, pero a medida que avanzaba el concierto ya se podía adivinar que el turno de el percusionista Daniel Sadownick prometía más que el resto. Y así sucedió, Sadownick fue quien de más tiempo dispuso, y lo aprovechó para entrar en una especie de trance tribal durante el que sacó más sonidos de sus tambores de los que uno puede imaginar. Fue por eso que se llevó una de las ovaciones más cerradas de la noche.
Un público entregado
Mención obligada merece también el público, que una vez más demostró tener el juicio y dominio suficiente para valorar el buen jazz y saber interactuar con los músicos en el momento justo, dejando evidente que doce años de tradición jazzística en la Isla se hacen notar.
Si hay que poner algún pero al concierto, sin duda sería la duración (unos 90 minutos). Cuando Payton y compañía se despidieron quedó una sensación en el ambiente de satisfacción no plena, algo que el quinteto enmendó con un corto, aunque intenso, bis durante el que la trompeta de Payton y su voz se arrancaron con "I'm gonna stay in New Orleans", toque de referencia a su ciudad natal, además de cuna del jazz, para el que levantó a todo el público de sus asientos "en un final juguetón", según comentaba a la salida del Teatro del Casino Nou uno de los asistentes. Se rumoreaba antes de comenzar el concierto que éste era probablemente el plato fuerte de un festival que el sábado pasado clausuró una nueva edición, y ya van doce.