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145 años de su muerte

El almirante Farragut, un héroe de sangre menorquina que dejó huella en EEUU

«¡Al carajo los torpedos! ¡A toda máquina!». Así bramaba David Farragut, hijo de padre menorquín, quien fue nada menos que el primer almirante de la Armada de Estados Unidos y desempeñó un papel crucial en la Guerra de Secesión (1861-1865).

Imagen de un retrato de David Farragut.

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«¡Al carajo los torpedos! ¡A toda máquina!». Así bramaba David Farragut, hijo de padre menorquín, quien fue nada menos que el primer almirante de la Armada de Estados Unidos y desempeñó un papel crucial en la Guerra de Secesión (1861-1865).

En una concurrida plaza situada en pleno corazón de Washington, a tiro de piedra de la Casa Blanca, se alza la estatua de un marino que, catalejo en mano y sable al cinto, mira al horizonte con un pie apoyado en un cabo, como si pisase la cubierta de un buque.

El hombre inmortalizado en bronce no es otro que el legendario almirante David Farragut, que da nombre a la plaza y a dos estaciones de metro aledañas, lugares que evocan a un héroe de cuya muerte se cumplen este viernes 145 años.

Ya desde la cuna, el agua marcó su vida. Nació el 5 de julio de 1801 en una granja cerca del lago Fort Loudoun (Tennessee) que poseía su padre, Jordi Farragut, capitán español de la Marina mercante casado con Elisabeth Shine, de origen irlandés y escocés.

Jordi Farragut, oriundo de Ciutadella, había emigrado a las colonias inglesas de Norteamérica y participado en la Guerra de Independencia (1775-1783), donde acabó de comandante naval.

La familia se mudó después a Nueva Orleans (Luisiana), donde la madre murió de fiebre amarilla y el padre confió la custodia del pequeño a un buen amigo, el oficial de la Armada David Porter.

De la mano de Porter, Farragut empezó como guardiamarina a la edad de nueve años una carrera naval que se prolongó seis décadas en mares de medio mundo, si bien alcanzó la gloria con dos victorias decisivas en la Guerra de Secesión estadounidense.

Pese a su procedencia sureña, Farragut consideraba una traición cualquier acto secesionista y tomó partido por los estados norteños de la Unión, presidida por Abraham Lincoln, frente a los meridionales de la Confederación, que proclamaron la independencia.

Con rango de capitán, su primera prueba de fuego en la guerra civil fue el asalto a Nueva Orleans.

A bordo de su buque insignia, el imponente vapor de tres mástiles «USS Hartford», artillado con 25 cañones, Farragut puso proa en 1862 a la desembocadura del río Misisipi al frente de una flotilla de diecisiete navíos.

Ni los fuertes de San Felipe y Jackson, que defendían la boca del río, ni las dieciséis cañoneras desplegadas por la Marina Confederada pudieron repeler los bombardeos del «menorquín».

No hubo más y Farragut tomó Nueva Orleans el 29 de abril, bloqueó la principal salida de la Confederación al mar y, en reconocimiento a esa gesta, el Congreso le honró con la creación del rango de contraalmirante, inexistente hasta entonces en la Armada de EEUU.

El flamante contraalmirante volvió a la carga el 5 de agosto de 1864 en la memorable batalla de Mobile Bay (Alabama), último puerto abierto de la Confederación en el Golfo de México.

Una vez más a bordo de su apreciado «USS Hartford», Farragut ordenó zafarrancho de combate y su flotilla irrumpió en la bahía, atestada de minas flotantes y ancladas al fondo (llamadas entonces «torpedos") para impedir el avance de naves enemigas.

Fue entonces cuando el primer buque de línea, el monitor «USS Tecumseh», golpeó una mina y se hundió en un suspiro, mientras el resto de navíos comenzó a retroceder en un caos de fuego y humo.

Farragut, atado a la cofa del palo mayor de su barco para ver mejor el combate, no daba crédito a semejante desbandada.

«¿Cuál es el problema?», gritó el contraalmirante con su bocina al cercano «USS Brooklyn», navío desde el que respondieron: «¡Torpedos!».

«¡Al carajo los torpedos! ¡A toda máquina!», replicó Farragut, quien se impuso en la contienda tras pronunciar «la frase naval más famosa de la guerra», según comentó a Efe Mark Weber, curador de la Fundación de la Memoria de la Armada de EEUU en Washington.

Como premio, Farragut fue ascendido sucesivamente a vicealmirante y almirante, rangos creados en especial para él, y se embarcó en un crucero triunfal por Europa en el que presumió de su origen español.

De hecho, su buque, el «USS Franklin», recaló en diciembre de 1867 en Ciudadela, cuna de su padre, donde fue recibido en loor de multitudes y el Ayuntamiento le nombró «hijo adoptivo» de la ciudad como prueba de su «distinguido aprecio» a «tan bravo marino».

A la vuelta de ese viaje, Farragut enfermó y murió de un infarto a los 69 años el 14 de agosto de 1870, no sin antes encomendarse a Dios: «¡Él -exclamó- debe ser ahora mi capitán!».

El 1 de octubre, marineros, soldados y políticos -incluido el presidente de EEUU, Ulysses S. Grant- le acompañaron, en una procesión fúnebre de más de tres kilómetros de largo, en su última singladura hasta el cementerio de Woodlawn, en Nueva York.

Su popularidad como arquetipo de marino era tal que hasta Julio Verne se inspiró en él para dar vida a un «comodoro Farragut» en su inolvidable novela «Veinte mil leguas de viaje submarino».

En EEUU, el ilustre marino ha dejado huella en una ciudad de Tennessee y un barrio de Nueva York que llevan su nombre, en destructores homónimos de la Armada, en sellos postales, en un billete de 100 dólares y en numerosos monumentos, plazas y estatuas.

Sus «paisanos» de Ciudadela -cómo no- también recuerdan con un busto de Farragut, erigido ante la bocana del puerto marítimo, al almirante que osó mandar «al carajo los torpedos».

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