Aunque como él mismo confiesa, «a estas alturas del curso» empieza a pensar dónde pasará el resto de su vida, José Luis Cubí (Maó, 1956) se conoce bien a sí mismo, se autodefine en tono jocoso como un 'culo inquieto' y sabe que seguirá saltando de un sitio a otro «al menos durante algunos meses del año... hasta que el cuerpo aguante». De momento su último salto le ha llevado a Luanda, la capital de Angola, donde trabaja para un grupo español de ingeniería, construcción y desarrollo de proyectos de infraestructuras, ELECNOR.
Pero este mahonés, antes de llegar a África, tenía ya un recorrido, no solo como ingeniero civil sino también debido a su carrera militar.
De la academia militar a expatriado con una multinacional española. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
Cuando acabé el Bachillerato en Maó ingresé en la Academia General Militar de Zaragoza y al terminar mis estudios, en 1978, fui destinado a Las Palmas de Gran Canaria como teniente de artillería. Estuve en distintas ciudades, en los empleos de capitán y comandante, Barcelona, Las Palmas y Valencia, intercalando estancias más cortas en Madrid, El Salvador y la antigua Yugoslavia. En Belgrado estuve destinado en el centro de control aéreo y en El Salvador participé en una misión de paz de Naciones Unidas en la que el jefe era el general Luis Alejandre; fue un orgullo que otro menorquín estuviera al frente de la misión internacional y que sea aún reconocido como una de las personas con más prestigio en este tipo de misiones. Fue ya en el año 1995 cuando empecé a trabajar con la empresa ELECNOR.
¿A qué se debió ese cambio?
— En uno de mis destinos, Valencia, decidí completar la carrera de Ingeniería en la Escuela Politécnica, que acabé en 1995. En ese año, con la reducción de unidades de las Fuerzas Armadas se disolvió el Regimiento en el que estaba destinado y pedí el pase a la reserva. De lo contrario me hubiera quedado atascado, a la espera de ascender, y yo no quería eso, quería moverme. En diciembre de ese año empecé en ELECNOR y desarrollé mi actividad en Canarias y Andalucía; Sevilla fue mi última residencia en España.
¿Cómo surgió la idea de instalarse en el continente africano?
— Me lo propuso la empresa, a principios de 2014, con el objetivo de implantar aquí infraestructuras aeroportuarias, hospitalarias, hoteleras y edificios singulares, entre otras. Son actividades que la firma realiza en España y otros países desde hace muchos años, por ejemplo en Angola hace 25 años que ELECNOR trabaja en el sector eléctrico, construyendo centrales hidroeléctricas, subestaciones o líneas de transporte.
¿Es Angola un país en crecimiento actualmente?
— Para empezar tiene dos veces y medio la superficie de España y ha estado sumido en una guerra civil desde su independencia de Portugal hasta 2002, por lo que está llevando a cabo una frenética actividad de reconstrucción y modernización. Un ritmo que se ha visto frenado por la fuerte caída del precio del petróleo -su principal fuente de riqueza-, en el último año. Las infraestructuras aeroportuarias, hospitalarias y de educación ya han tenido un importante desarrollo e inversiones multimillonarias, pero aún falta mucho por hacer. La actividad industrial, agrícola y turística está empezando a desarrollarse, y la construcción de infraestructuras para esos campos es lo que me trajo aquí.
¿Cuál es su cometido y qué proyectos tienen ahora en marcha?
— La contratación de obras, principalmente proyectos de instalaciones aeroportuarias, de hospitales, hoteles o edificios singulares. Ahora mismo estamos realizando la instalación de una central eléctrica en el centro del país, en Cambambe, y también nos encargamos de la instalación eléctrica y el balizamiento del aeropuerto de Dundo, en el nordeste de Angola, ya en la frontera del Congo.
¿Hay demanda de mano de obra?
— Como decía Angola está en pleno desarrollo pero falta personal cualificado para su reconstrucción y modernización, así que cualquier persona cualificada, que pueda aportar sus conocimientos y preparación técnica, es bien acogida.
Luanda es conocida por ser la ciudad más cara del mundo para los expatriados, ¿es así?
— Sí, ha sido considerada en 2015 y por tercer año consecutivo como la ciudad más cara. Esto supone que el día a día sea peculiar, el truco es saber adaptarse a una nueva forma de vivir, convivir y de ocio. La vivienda es uno de los mayores problemas, su precio ronda los 6.000 dólares norteamericanos al mes; eso hace que tengas que planear la idoneidad de tu trabajo aquí para asumir esos costes.
¿Y usted cómo lo ha hecho?
— Yo he encontrado una casa de la época colonial portuguesa, en la parte antigua de la ciudad, de dos plantas, típica de los años 1960, con las habitaciones arriba y salón, cocina y jardín interior en la planta baja. Me recuerda mucho a algunas casas de mi familia en Maó. Y en cuanto a la adaptación, la mayor parte del tiempo estás en el trabajo. Especialmente en Luanda los atascos en las calles son un problema para los trámites y eso hace que la puntualidad nadie la tenga en cuenta. Las reuniones pueden retrasarse horas porque ha sido imposible llegar desde un sitio a otro de la ciudad.
¿No funciona bien el transporte?
— El público era inexistente hasta el año pasado, cuando empezaron a funcionar algunas compañías de taxi, aunque este medio es aún insignificante. El medio normal son los candungos, furgonetas-taxi que circulan a la mayor velocidad que les permite la situación, 'metiendo morro' por donde pueden y parando a recoger o dejar pasajeros de forma indiscriminada y sin respetar al resto de conductores. Los hay a cientos por todas las calles, así que al final te acostumbras a conducir tú de esa forma para llegar sin demasiado retraso a los sitios. Aquí tienes que volverte angoleño o no te mueves.
Decía que hay que aprender un nuevo tipo de ocio, ¿cómo es el suyo?
— En Angola es muy importante la convivencia para no sentirte solo, porque no hay mucha oferta de ocio, así que el deporte y las reuniones en restaurantes o en casa son el principal medio para desconectar del trabajo. Aquí me he vuelto a poner en forma, nadando en la única piscina olímpica de Luanda, mantenida desde tiempos coloniales, y corriendo por 'la Marginal', un moderno paseo marítimo de la ciudad, construido en terrenos ganados al mar.
¿Cuál es el primer colectivo extranjero en Luanda?
— La comunidad más numerosa, como en la mayoría de los países africanos en desarrollo, es la china. Por cuestiones de idioma y de historia les siguen los portugueses y brasileños. La española es relativamente pequeña comparada con la de esos países, pero está muy bien considerada aquí.
¿En qué sentido?
— Por ejemplo las empresas, como la mía, que llegó a Angola en los años 90, con el país aún en guerra, para desarrollar sus infraestructuras eléctricas. El buen trabajo durante tantos años, a veces en condiciones muy difíciles, es reconocido por el actual gobierno angoleño y permite que aquí se confíe en los técnicos españoles para el desarrollo de importantes proyectos tecnológicos.
¿Ha hecho nuevas amistades?
— He vuelto a encontrar algunas. He tenido mucha suerte, además del buen ambiente entre el equipo de mi empresa, después de 40 años me he reencontrado con otro menorquín, Biel Calafat, con quien compartía equipo de fútbol bajo la batuta del recordado Yurca y que también vive en Angola (Calafat protagonizó en diciembre de 2013 esta sección). Las reuniones en su casa se han hecho permanentes los fines de semana, muchas veces con unas berenjenas a la menorquina, algún perol, quesito de Mahón-Menorca y por supuesto alguna pallofa.
Así a lo mejor no se plantea regresar...
— Empiezo a pensar dónde pasaré los últimos años de mi vida y por supuesto en regresar, mi casa está allí. La vida no me ha dado muchas oportunidades de desarrollar mi profesión en la Isla, aunque también reconozco que siempre me ha gustado la aventura. Ahora mi ilusión sería comprarme una casa en Menorca y volver para quedarme.