Dice que pese a la distancia que separa su pueblo natal de donde actualmente vive, «estéticamente» Menorca se parece mucho a Wisconsin: «todo es muy verde y con muchas vacas». Ashley, que ve su futuro a largo plazo en la Isla, donde ha abierto con una compatriota una academia de inglés, confiesa haberse adaptado perfectamente al estilo de vida mediterráneo. Su dominio del castellano y el menorquín representa una buena prueba de ello.
¿Qué hace una chica de Wisconsin en una pequeña isla del Mediterráneo?
— Todo empezó cuando aún estaba en el instituto, me embarqué con 16 años en un tour relámpago de esos que venden a los jóvenes. El destino fue España y visitamos Madrid, Mérida, Cáceres, San Sebastián y muchas otras localidades, entre ellas Salamanca. Cuando vi esta última ciudad decidí que yo tenía que estudiar allí, porque ya sabía que quería ser profesora de castellano...
¿Por aquel entonces ya hablaba castellano?
— Bueno... En Estados Unidos empezamos muy tarde a aprender idiomas. Creo que comencé a estudiarlo a los 12 años. Cuando visité España por primera vez sabía algo más que mis compañeros de clase, pero tampoco mucho más. Después de los tres primeros años en la universidad, llegué a Salamanca con el programa Study Abroad, parecido al Erasmus en Europa, y me especialicé en la universidad en Estudios Hispánicos. Es un curso especial para gente de fuera que quiere aprender castellano y su cultura.
¿De alguna forma sintió un flechazo con la cultura española?
— Sí, especialmente con Salamanca, un lugar con una vida para los estudiantes fabulosa. Y a los tres meses de estar allí conocí a mi marido, Jacint Genestar, que es menorquín.
También pasó por Santiago de Compostela...
— Sí, pero antes regresé a Wisconsin durante un año para terminar mi carrera y las prácticas de profesora. Pero una vez que acabé, a los tres meses volví a España y pasamos por Galicia porque Jacint quería especializarse en Biología Marina.
¿Cuándo decide instalarse de forma definitiva en la Isla?
— Para los estadounidenses es un poco difícil quedarse en España. Yo hice el programa de lectores que te permite quedarte legalmente aquí unos tres años. Después nos planteamos qué hacer, y tras cinco años de relación decidimos casarnos. Pero tampoco teníamos claro si nos íbamos a quedar; él tiene a la familia aquí y le encanta su tierra, y por eso decidimos instalarnos. A mí también me encanta vivir en Menorca. Y tener la academia aquí creo que está muy bien. He cumplido el sueño de tener mi propio negocio y ahora no me voy (ríe). Antes daba clases en otras academias y lecciones particulares. Es un poco difícil para un extranjero encontrar un trabajo fijo en Menorca.
¿Ser emprendedor en España es más complicado que en Estados Unidos?
— Creo que sí, aunque nunca he montado un negocio en Estados Unidos, pero tengo la sensación de que es mucho más fácil allí. No obstante, aquí hemos tenido la suerte de conocer a gente que nos ha ayudado mucho.
¿Y qué me dice del nivel de inglés que tienen los menorquines?
— En Menorca quizás el nivel es un poco más bajo; tal vez hay una tendencia de repetir mucho en Primaria cuando podían aprender muchas otras cosas. También es cuestión de que no tienen mucho tiempo que dedicarle al inglés... Pero creo que cada vez está mejor.
Y los profesores...
— Cada vez tienen también mejor nivel también. Pero es un problema que hay que resolver y valorar, es importante ser exigentes en ese aspecto. Es necesario que tengan un buen nivel de inglés. Por ejemplo, en Salamanca, donde se daban clases bilingües, ahora que están tan de moda, no te podían decir mucho más que good morning, cuando en teoría te estaban dando una clase de Sociales en inglés. Uno de mis sueños es ser profesora de Historia en un programa como el del TIL.
Aquí acostumbramos a centrarnos demasiado en la gramática y dejar de lado otros aspectos...
— Creo que ahora se están dando cuenta de que es un camino equivocado. Tengo un alumno que se quejaba de que su madre le obligó a ir a Cuenca a un campamento de inglés y que iba a ser muy aburrido, pero aprendió muchísimo en dos semanas, quizás mucho más que tres meses en un aula.
¿Se puede aprender bien inglés sin pisar el extranjero?
— Sí que es posible. Pero un factor fundamental, tanto si eres joven como si eres viejo, es la motivación para aprender. Lo que la gente quiere al final es hablar y ser entendido, pero poner nota a eso es complicado. Por eso a veces se recurre a otras técnicas que son menos motivadoras, ese es el sistema que hay...
El castellano lo habla perfectamente y acaba de aprobar el C1 de catalán... ¿Le ha costado mucho?
— Ahora voy a por el C2. El primer año fui a clase y en mi familia es una inmersión, todos hablan menorquín...
¿Habla en menorquín con su marido?
— Cuando nos conocimos yo hablaba español básicamente fatal y él inglés casi nulo. Nos arreglamos como pudimos en castellano. Cuando llegué aquí, al principio realmente lo pasé mal porque no participaba en las conversaciones con los amigos y la familia ya que no entendía. Hacían el esfuerzo por hablarme en castellano, pero al final vi que lo más rápido era que yo aprendiera menorquín. Nuestro idioma vinculante en el matrimonio es el castellano, pero a veces cambiamos; se podría decir que no tenemos una lengua oficial (risas).
¿En qué idioma piensa?
— Pues no lo sé (risas). Depende del día, del momento, de si estoy sola... Tengo tan mezclados los tres idiomas... Pero no me estresa, creo que es algo bonito. Considero que uno de los problemas del sistema educativo aquí es que todo el mundo quiere la traducción, y a veces es más una cuestión de conceptos. A veces no hay traducción para las cosas.
¿Qué es lo que más valora de Menorca?
— La tranquilidad. Puede ser que la gente de aquí sea un poco más difícil de conquistar al principio, pero cuando estás dentro es diferente... Ahora ya me dicen que soy de aquí, menorquina; hablan de los guiris, pero me dicen que yo ya no lo soy. Eso está muy bien. Cuando la gente te coge cariño ya no te sueltan, y eso me gusta mucho.
Y si tenemos que poner alguna pega...
— Mucha gente dice que el invierno es aburrido, pero a mí me gusta. Es otro tipo de vida. Siempre hay cosas que hacer, el problema igual es que la gente no se lanza a hacerlas. A veces cuando sales a pasear con el perro a las nueve de la noche parece que todo el mundo ha desaparecido.
Me cuentan que entre sus aficiones está el submarinismo...
— Hace dos años fuimos a Fornells a hacer un curso con un amigo de la madre de mi marido... Eso es otra cosa buena, que siempre hay un amigo que conoce a alguien y se pueden arreglar las cosas (risas). Probé y me gustó mucho; ahora es nuestro hobby en común. Menorca es un lugar precioso para practicar esta actividad.
En Wisconsin también tienen los grandes lagos, pero supongo que no será lo mismo...
— Sí, pero la temperatura del agua en invierno en Menorca es igual a la más caliente de todo el año allí. La visibilidad es mucho peor en los lagos, pero tengo amigos que lo practican. La próxima vez probaré.
¿Va mucho a su país?
— Para alguna celebración familiar. En un solo año fui tres veces, así que les dije que les tocaba a ellos, y en una ocasión vino toda mi familia, siete personas. Les gustó mucho la Isla; entendieron por qué no quiero regresar a Wisconsin. El clima es mucho más duro allí, donde ya está nevando.
Vive en una Europa en la que las costumbres americanas cada vez están más instauradas... Hace poco se celebró por todo lo alto el Black Friday. ¿Qué le parecen estas modas importadas?
— En Estados Unidos pasan un poco de lo que hace el resto del mundo. Es un problema que estamos viendo con el inglés, que es un idioma que mata a otras lenguas y culturas. Todo el mundo lo adopta. Tenemos que conservar lo que cada país hace.
¿Se relaciona con la comunidad norteamericana en la Isla?
— Antes más... Sí que tengo contacto con Edward Wall, en Ciutadella. No sé por qué, pero siempre hablamos en castellano. Y con Emily, que es mi socia en la academia, que es de Pennsylvania. El resto de americanos que conozco suelen ser de estancias más pasajeras. Por Acción de Gracias sí que nos solemos reunir.