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Menorquines con acento

Christine Brooker: «Hay que reformar la UE, no salir de ella»

A esta inglesa la trajo la aventura, se quedó por amor y ya lleva en la Isla 45 años

Experiencia. En 2017 cumplirá ya cuatro décadas trabajando como guía turística oficial | javier Coll

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Confirma Christine que la costumbre británica del té de las cinco no es ningún mito, sin embargo por la tarde ella prefiere café. Mientras toma uno contemplando las vistas del que dice es su lugar favorito de la Isla, el puerto de Maó, repasa cómo ha sido su vida en Menorca.

¿Qué se le perdía a una joven británica en la Menorca de 1971?
— Fue un poco una aventura. Vine con una amiga con la que trabajaba en Londres. Nunca pensé que 45 años después podría seguir por aquí. Conseguimos trabajo en el hotel Sant Lluís como telefonistas. Durante aquel año conocí al que ahora es mi marido, así que me quedé...

¿Qué sensación le produjo la Isla cuando llegó?
— Me encantó el Mediterráneo y su olor, aunque he de decir que es algo que ahora no noto tanto. Pero la primera vez que llegas respiras ese olor tan especial, como a hierbas. Aquella época era muy diferente a la de ahora, había menos turismo, se estaba abriendo. Me causó una muy buena impresión.

La cosa ha cambiado...
— Mucho, algunas cosas para bien y otras no tanto. Considero que Menorca lo tenía perfecto al principio, con sus industrias, y no seguía el camino iniciado por Ibiza y Mallorca, el de la masificación. Después, a comienzos de los 80 se empezó a crecer un poco más, y ahora vivimos del turismo.

Y la parte no tan positiva del cambio con el paso del tiempo ha sido...
— Me sabe mal por las industrias que han desaparecido; aún nos queda firmas de calzado punteras, pero muchas empresas pequeñitas han desaparecido; me acuerdo también en ese sentido de los bisuteros.

Y como persona que trabaja desde hace muchos años en el sector turístico, ¿qué propondría para que fuera mejor?
— Todo el mundo siempre dice lo mismo, que necesitamos más vuelos en invierno. De cara a mejorar, intentaría dar más facilidades y permisos a los payeses para que la gente duerma en los predios; no tendría que ser al nivel de un hotel, ni de un agroturismo, sino como un bed and breakfast, con cama y desayuno. Luego considero que el Camí de Cavalls es fantástico, hay que trabajar ese tipo de turismo. La llegada de más cruceros también sería interesante. Me gusta mucho el estilo de los hoteles pequeños y rurales.

¿Qué es lo que busca el turista inglés? ¿Qué le atrae de la Isla?
— No hay que olvidarse de la conexión británica con el siglo XVIII. A mi juicio habría que explotarla mejor. La arqueología es otra baza que hay que jugar mejor: ¡Hay más monumentos megalíticos aquí que en toda España!

¿Cree que la posible declaración de la Menorca Talayótica como patrimonio de la humanidad por parte de la Unesco puede ser el espaldarazo definitivo que hace falta?
— Creo que sería muy importante, sería clave y muy positivo; ojalá que se consiga. Se ha preparado muy a fondo la candidatura.

Supongo que, por cuestiones profesionales, apuesta más por el turismo cultural. ¿Sobra sol y playa?
— La oferta de sol y playa es muy importante, no se puede escapar de eso, está ahí. Se está haciendo lo que se puede para proteger las playas, informando a la gente sobre la importancia de la posidonia... Pero hay un problema de erosión en Menorca. Ya se ha publicado en prensa, no sé si será cierto o no, que Son Bou podría desaparecer en 50 años. A veces parece que se ven más tumbonas que arena en las playas.

Cuentan que es una apasionada de su profesión...
— Sí, pero he de decir que es un trabajo en el que hay mucho intrusismo. Muchos de los guías oficiales nos estamos haciendo mayores y el problema es que los touroperadores cogen gente no cualificada y les pagan menos. A mí me gustaría que hubiera más jóvenes interesados en este sector y que tomaran un poco las riendas. Y ahora que somos Reserva de la Biosfera y posiblemente se reconozca por parte de la Unesco a la Menorca Talayótica, se necesita más gente preparada. Creo que sería bueno que fuera necesario para todas las excursiones en la Isla la presencia de un guía oficial.

¿Cómo fue su adaptación a la vida menorquina?
— Creo que me adapté muy bien, y tener un novio menorquín influyó. Siempre vi la desventaja de las menorquinas de mi época, que estaban tan cuidadas, que tenían que volver a casa a las 9 de la noche, que si iban a la discoteca Tonic muchas veces estaba la madre o la abuela... En cambio, las que veníamos de fuera teníamos total libertad. Mi suegra era de Andalucía y mi suegro de la Isla, quizás debería hablar menorquín, pero la lengua vehicular en su casa ha sido el castellano. Siempre fueron muy amables conmigo, lo único es que a veces tenían miedo de que nos fuéramos a vivir a Inglaterra (risas).

¿Y qué dijo su familia de su aventura española?
— Al principio estaban un poco preocupados...

Vino, además, a vivir a un país bajo una dictadura...
— Sí, aunque no era lo que yo imaginaba. Llegué en el declive de la dictadura. Pensaba que iba a ser un régimen del estilo de Rusia, que prohibía todo. En cierto modo encontré más libertad de la que esperaba. Pero sí me acuerdo de la censura; hay una anécdota muy graciosa, en el Hotel Sant Lluís vendíamos periódicos, que llegaban con tres o cuatro días de retraso. Un día me encontré con una copia de «The Sun», traída directamente por un turista y otra del mismo día después de haber pasado por los censores, en ella una chica en topless le había pintado encima un bikini.

¿Cómo ha evolucionado la comunidad británica desde entonces?
— Hay una comunidad bastante activa. Hay gente que lleva muchísimos años y no han aprendido castellano ni menorquín, y viven en sus comunidades. Yo, por ejemplo, pertenezco al Lady's Club Lunch, que nos reunimos una vez al mes para comer y siempre hablamos en inglés. Antes había también alemanes que hablaban inglés, pero ahora es menos común, yo creo que se han trasladado muchos a Mallorca porque tienen mejores comunicaciones.

Usted tuvo la suerte de tener una familia menorquina que le abrió las puertas...
— Hay quien dice que los menorquines son cerrados, pero yo eso no lo he visto. Por mi trabajo me relaciono con mucha gente que no conoce mi marido, y creo que es importante si vives en otro país no ser «la mujer de» todo el tiempo.

En el asunto del Brexit, ¿cómo se posiciona?
— Creo que Cameron se equivocó en la pregunta; él no pensaba que iba a perder, como muchos. Creo que hay muchas personas que están hartas de la Unión Europea y el gasto de dinero. Entiendo lo que siente la gente, pero creo que hay que reformar la UE, no salir de ella. Opino que Europa debería permanecer unida. Sería una lástima si se sale.

En su día aparecieron voces que pidieron repetir la consulta...
— Es complicado pronunciarse al respecto. Los jóvenes son más europeístas, pero no acudieron a votar y deberían haberlo hecho. La inmigración también fue una cuestión clave; con los desastres en el mundo donde va a ir esa pobre gente, es un problema para todos. Lo que ocurre es que las condiciones en el Reino Unido son favorables para la gente que viene de fuera, pero ahora en Inglaterra hay un problema porque han ido demasiado lejos lo que se denominan las faith schools (escuelas de fe), algunas de las cuales están fuera de control, en las que se está diciendo cosas como que las mujeres tienen menos importancia. Hemos luchado por muchas libertades, y no podemos ir hacia atrás.

¿Sus hijos son menorquines? ¿De dónde se sienten?
— Sí, mis dos hijas y Marcos, mi hijo que falleció a los 19 años. La mayor tiene doble nacionalidad porque vive en Londres, donde es Policía. La pequeña vive en Maó y trabaja en servicios sociales, se siente quizás más de aquí, pero ambas tienen sus raíces inglesas.

¿Qué echa de menos de su país?
— Ir al teatro en Londres; hay mucha variedad. Me gusta mucho el mundo de la cultura.

¿Qué es lo que más le gusta de la vida en la Isla?
— La tranquilidad... Nadar en el Mediterráneo... Poder ir de tapas... Aquí te sientes seguro.

¿Se ha planteado regresar a vivir a su país?
— No, pero sí que necesito salir de vez en cuando. Es una isla y acabas con la mentalidad isleña. A veces, comentamos de ir a comer a Ciutadella, pero al final decimos, «uff, está lejos», y acabamos en Calasfonts.

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