El nuevo obispo de Menorca, Francesc Conesa Ferrer, que recibió este sábado la consagración episcopal y tomó posesión, inició su mandato con una alocución de bienvenida en la que expuso con claridad cuáles son sus objetivos.
La hoja de ruta del prelado se articula en torno al servicio a la Iglesia diocesana, la evangelización y dar un fuerte impulso al papel de los laicos: «es la hora de los laicos», aseveró, tras manifestar desde la cátedra de Severo que «de una manera muy especial cuento con los fieles laicos; estoy convencido que sin un laicado maduro no se puede formar plenamente una diócesis».
La ceremonia de la ordenación episcopal combinó su profundo significado y simbolismo religioso con varios momentos de viva emoción y alegría, subrayados por los aplausos de los fieles procedentes de todas las parroquias de la Isla reunidos en torno al clero diocesano, las dignidades eclesiásticas desplazadas expresamente a Menorca y una amplia representación del presbiterio de Orihuela-Alicante.
La puntualidad y la rigurosa organización -donde destacó la minuciosa función de Joan Miquel Sastre como maestro del ceremonial- se constataron desde el primer momento y hasta la conclusión de la solemne, por extraordinaria y relevante, celebración litúrgica. A las 11,40 horas, acompañado por el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares; el cardenal de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez; y el obispo de Orihuela-Alicante, Jesús Murgui, llegó Francesc Conesa a la puerta principal de la Catedral. Fue presentado al Cabildo catedralicio y al Colegio de Consultores, y a continuación el presidente del Cabildo, Gerard Villallonga, le ofreció la reliquia de la Vera Cruz para besarla. La Capella Davídica, bajo la dirección de Isabel Juaneda, acompañó la entrada del nuevo obispo con la interpretación de Tollite hostias, de Saint Saëns. Tras orar en la capilla del Santísimo Sacramento y haberse revestido todos los prelados con las casullas cortadas y bordadas por los voluntarios de Manos Unidas de Menorca, dio comienzo la procesión de entrada desde el patio del Cal Bisbe con el canto Poble sacerdotal, poble de reis, assemblea santa, poble de Déu, canta al teu Senyor.
El administrador diocesano, Gerard Villallonga, pronunció unas palabras de bienvenida; se dio lectura a un comunicado de felicitación del nuncio Fratini, y la Capella Davídica interpretó el Kyrie eleison de Tomás Luis de Victoria. Participaron en la ordenación veinte obispos. Entre los más próximos a la cátedra de Severo, los dos anteriores titulares de la diócesis, Joan Piris y Salvador Giménez; y el auxiliar de Barcelona y administrador apostólico de Mallorca, Sebastià Taltavull. Finalmente no acudieron el nuncio apostólico, Renzo Fratini, y el obispo de La Seu d'Urgell y copríncipe de Andorra, Joan Enric Vives Sicília.
En la primera fila de autoridades, la presidenta del Consell, Maite Salord; el conseller del Govern, Marc Pons; la alcaldesa de Ciutadella, Joana Gomila; la diputada Águeda Reynés; y los otros siete alcaldes de Menorca. También estuvieron presentes el comandante general de Balears, general Juan Cifuentes; el director insular de la Administración del Estado, Javier López-Cerón; el coronel Benjamín Oriola, comandante de las tropas en Menorca; y el comandante militar de Marina de Menorca, Francisco G. Santiago Tejeiro.
También ocuparon un lugar destacado los miembros de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, entre ellos el menorquín Gabriel Julià; los familiares del obispo Conesa y los integrantes de las congregaciones de vida consagrada. La ordenación episcopal empezó con la lectura, a cargo de Francesc Triay, del mandato apostólico con el nombramiento de Frances Conesa, firmado en Roma el 27 de octubre pasado.
En su homilía, el cardenal arzobispo Antonio Cañizares afirmó que «no podemos excluir a Cristo de la historia de los hombres, ya que significaría ir contra el mismo hombre» y añadió que «es la hora de la misión, del anuncio de Cristo y de la proclamación de la fe». Subrayó que «a quien le falta Dios, le falta todo, vive en la mayor de las indigencias o pobrezas».
Francesc Conesa efectuó las promesas para edificar la Iglesia y permanecer en su unidad con el orden de los obispos, bajo la autoridad del sucesor de Pedro. Después de las letanías se efectuó la imposición de manos, en la que participaron los prelados asistentes; fue ungido con el Santo Crisma, y recibió los evangelios, el anillo, la mitra, y el báculo pastoral.
En este momento, Conesa Ferrer abandonó el lugar que ocupaba en el presbiterio de la Catedral y el cardenal Cañizares le cedió la cátedra de Severo, de la que tomó posesión. Los asistentes prorrumpieron en un largo y vivo aplauso. Todos los obispos, uno a uno, abrazaron al nuevo prelado, que pasó a presidir la celebración.
La ceremonia prosiguió con la liturgia de la Eucaristía. El pan, el vino y el agua para la consagración fueron entregados por familiares del nuevo obispo y religiosos.
Después de la comunión, el barítono Joan Pons ofreció una bellísima interpretación de la Plegaria de Fermín María Alvarez y el nuevo prelado recorrió, entre más aplausos, el templo catedralicio para bendecir a los asistentes. En su primera alocución, el obispo Conesa afirmó que «a partir de hoy, la Iglesia de Cristo tiene para mí un rostro y un nombre: Menorca».