Catalina Pons Seguí (Ciutadella, 1971) salió del colegio directamente a la fábrica de Patricia. Pero casarse con un payés la sacó del calzado y la devolvió al campo, donde ha pasado toda su vida. Hoy día es una de las voces más autorizadas del sector.
¿Qué es para usted el campo?
—Un lugar donde respiras aire puro y vives con tranquilidad, y en el que trabajas mucho. Es un trabajo que debes amar y cuidar, ya que tienes que ser disciplinada con los horarios para atender como corresponde a tus animales y así obtener un mejor rendimiento. Pero también necesitas que la gente valore más el campo, porque es fundamental para todos. Si se le diera más valor, el precio que cobraríamos sería más digno y no necesitaríamos tantas ayudas.
El campo no es solo de hombres.
—Es que nunca lo ha sido. Siempre ha habido mujeres payesas, pero hasta ahora no se les daba valor ni se las aseguraba. Es más, le diría que antes había incluso más payesas. Las estadísticas dirán que ahora hay más, porque todas estamos dadas de alta, pero eso no es real. Las mujeres antes se quedaban todas en el lloc.En cambio, ahora varias de ellas también tienen que hacer otros trabajos en el pueblo.
La titular de la explotación es usted, no su marido.
—Así es. Y para nada solía ocurrir antes. En eso se ha cambiado, sí.
Viene de una familia payesa. ¿Tenía clara su vocación?
—No es que siempre haya querido ser payesa, es que la vida me ha llevado hasta aquí. Cuando terminé en la escuela, opté por la FP y completé el grado de calzado. Aún no había acabado segundo y ya me llamaron de Patricia para entrar a trabajar en la fábrica. Y allí estuve desde los 16 años hasta 1992, cuando me casé.
¿Pero le ayudó que su marido ya fuera ganadero?
—Él era jornalero (missatge). Empezamos juntos en Son Sarparets, seguimos en Son Mercer de Dalt y en 2008 nos vinimos a Son Quart.
Aún mantienen la producción tradicional de ganado, leche y queso. ¿Sigue siendo tan rentable como antaño?
—Para nada. Antes te bastaba con poco para vivir. En cambio, ahora necesitas tener más vacas para que te salgan las cuentas. Los gastos se han disparado. La luz ha subido mucho, el petróleo, los seguros…
¿Funciona el tradicional sistema de ‘amitges'?
—Sí, pero ya no vas a medias en todo. La tierra, el lloc, es del propietario y tu haces el trabajo, pero hay cosas, como determinadas ayudas públicas, en las que no puedes ir al 50 por cien porque, entonces, se comería todo tu beneficio. Por lo general, la propiedad es consciente de ello y se adapta.
¿Qué la empujó a optar a la presidencia de una organización agraria como Fagme?
—Fue a través de un socio que nos aprecia y de mi propio marido. Tenemos los hijos ya mayores y vimos que podía dedicarme. Me ilusionó y en agosto ya cumpliré tres años al frente de la entidad. Ahora bien, es un cargo que comporta mucho trabajo que no siempre se ve. Debes asistir a numerosas reuniones e informar a los socios. Y ahora la Conselleria nos impone que introduzcamos datos en aplicaciones, a veces de una forma excesiva.
Todo payés también se pasa horas delante del ordenador.
—Sí. Y ahora deberemos hacer gestiones que antes realizaba la administración, como dar de alta a las reses que nacen en el predio, notificar las ventas, los sacrificios… La digitalización ha entrado tan de golpe en el campo que no nos ha cogido plenamente preparados y eso nos lleva un poco de cabeza.
Con cuatro hijos en casa, debe tener el relevo garantizado.
—Sí. Tienen entre 20 y 27 años, han estudiado en el centro de capacitación agraria de Sa Granja, nos ayudan en el lloc y ejercen de missatges en otro predio. El mayor, además, ha cursado el grado de mecánica. Desde muy pequeño ya estaba muy interesado en los tractores. Y el tercero está tan metido con las vacas que se ocupa de presentarlas a los concursos. Ganó el certamen nacional de manejadores de ganado y participó en Italia en un concurso europeo.
¿Con la antigua fábrica de El Caserío todo era más fácil?
—Sí, el campo iba muy bien.
Pero la dependencia era tan grande que, cuando se vino abajo, no todas las fincas pudieron resistir. ¿No se actuó con suficiente previsión?
—Ha ocurrido lo mismo con el calzado. Las fábricas dependían tanto de unos pocos clientes que, cuando se terminaron, precipitaron el cese de muchas empresas aquí.
¿Por qué se han cerrado tantas explotaciones en las dos últimas décadas?
—Por el encarecimiento de los costes y porque muchos han optado por salir a estudiar o trabajar al pueblo. Allí pueden tener un horario definido y cuando han terminado pueden irse a casa. En cambio, el campo no entiende de horarios ni de festivos. Y eso no todo el mundo lo acepta.
¿Es cierto que la leche no es rentable, que cuesta más producir un litro de leche que el precio que se les paga? Si es así, ¿por qué siguen dedicándose a ello?
—¿Y eso, cómo se cuenta? Necesitas una vaca de al menos dos años, la tienes que alimentar cada día y la has tenido que inseminar. El pienso lo compras, pero el forraje, el silo, tienes que hacerlo. También necesitas una maquinaria, con la que has tenido que labrar la tierra para que las vacas puedan comer… Todo este coste que genera la actividad del predio no se contabiliza y, aún así, el precio sigue estando por debajo.
Hace apenas un par de meses se pactaron las ayudas del plan Provilac, que garantizan a los ganaderos hasta 7 céntimos extra por cada litro de leche.
—No se trata de una subvención garantizada. Pueden pasarte de 4'5 céntimos a 7 por litro, pero a cambio de que cumplas ciertas exigencias.
El Provilac se anunció tras reuniones con representantes de la administración, de las organizaciones agrarias y de las empresas transformadoras. ¿Por qué éstas, solo unas semanas después, les han bajado de nuevo el precio de la leche? ¿Qué han salido ganando entonces con el Provilac?
—Nada. Te bajan el precio de la leche y, para justificarse, te dicen que vas a cobrar la ayuda del Provilac, pero esto no va así. Si la administración nos da una ayuda para asumir parte de los costes de producción nos la está dando a nosotros, no como coartada para que luego la industria se ahorre esa parte. ¿Qué ha pasado para que nos bajen de nuevo? No hay ninguna nueva guerra, ni se ha subido el precio de la gasolina, ni estamos ya en pandemia. Pero, aún así, nos lo bajan, y éste será el último año del Provilac.
¿Qué pueden hacer ante esta situación? ¿Denunciar a las empresas transformadoras?
—Nos quejamos a la administración, pero poco más podemos hacer porque estamos en manos de la industria agroalimentaria. La necesitamos para que elabore a partir de nuestros productos y ella nos necesita para que le produzcamos. Pero quien tiene la sartén por el mango es siempre la industria.
Hace unos meses fueron Sa Canova y la Payesa, y ahora son Coinga y Dalrit los que bajan el precio de la leche. ¿Habrá consecuencias? ¿Todos aguantarán?
—No, creo que no. Hay muchos ganaderos que pasan por poco de los 60 años que aguantarán como mucho hasta la jubilación y luego cerrarán sus explotaciones. Y, por desgracia, ya no habrá suficiente relevo en las nuevas generaciones para llenar los predios que se vacíen.
La última gran crisis la precipitó el abrupto cese de actividad de La Payesa, que obligó a Sa Cooperativa del Camp a asumir la producción para no dejar tirados a los ocho ‘llocs' que le abastecían. ¿Hizo lo que debía? ¿Qué papel debe desempeñar Sa Cooperativa en el sector?
—Soy socia y no me han informado de nada. Hasta de la dimisión del presidente nos hemos tenido que enterar por Es Diari. Sa Cooperativa intervino en La Payesa para hacer de intermediaria, pero contando con el dinero que ponía el Govern.
¿Qué le parece que Sebastià Triay haya comprado La Payesa?
—Me parece bien. Empresarios como él pueden ayudar, pero hay que ver si luego pone el precio que los ganaderos realmente necesitan.
¿Y Víctor Madera?
—Prioriza transformar por completo la explotación por encima de mantener la producción láctea. Al menos restaura los llocs y los reconvierte al agroturismo. Lo importante es que en cada finca tenga a alguien que cuide de la tierra y produzca.
¿Puede vivir el campo sin subvenciones?
—Hoy en día no es posible. Al menos mientras te paguen solo 46 céntimos por cada litro de leche.
¿Qué hace falta?
—Que te paguen el precio justo a lo que produces. Por ejemplo, un ternero de dos semanas cuesta unos 50 euros, pero hace 35 años los vendíamos por 32.000 pesetas, unos 200 euros, cuatro veces más caros.
¿Qué me dice?
—Lo que oye. Un ternero de carne antes te lo pagaban por 42.000 pesetas y ahora no te dan más de 200 euros. Está claro que no nos valoran.
Generico
El perfil
La vida de Catalina Pons dio un vuelco en 1992, cuando al casarse con Siscu Bosch volvió a trabajar en el campo, en el que había nacido y pasado toda su infancia. También la marcó significativamente el 2008, porque ese año pasó junto a su marido a explotar la finca de Son Quart, de la que es actualmente la titular.
En 2021 dio una vuelta de tuerca más a su trayectoria al relevar a Pau Bosch como presidente de la Federación Agrícola y Ganadera de Menorca (FAGME). Accedió al cargo dispuesta a «conseguir que el campo sea rentable» y que los payeses puedan vivir y trabajar «con dignidad», objetivo por el que, tres años después, sigue porfiando con empeño. Socia de Sa Cooperativa del Camp y la Cooperativa de Ferreries, es también miembro de la junta directiva del Consejo Regulador del Queso con Denominación de Origen Mahón-Menorca (CRDO).