La interpretación de la moción de censura de este viernes depende del cristal con que se mire. Casi todos los calificativos utilizados por Juana Mari Pons y el PP son más sentimentales que políticos. Una moción «ruin», dicen. La ya exalcaldesa ha disfrutado de un regalo de un año de gobierno y dos convidades de Sant Joan, que nunca habría tenido si la izquierda hubiese pactado cuando tenía que hacerlo, después de que los electores les dieran votos suficientes para un pacto a tres con mayoría. Pons Torres con su discurso sentimental, aunque no sea fruto de la estrategia, la prepara como candidata a las próximas elecciones. Pero para eso quedan muchas crónicas por escribir. Es verdad que el PP ha evitado meterse en charcos durante su año de gobierno, aunque estuvo a punto de hacerlo en un par de ocasiones. Pero eso no significa que la moción de censura sea injusta, que no lo es. La izquierda tenía derecho a negociar un pacto y a recuperar lo que las elecciones le habían dado. Algunos socialistas han ayudado a la estrategia del PP del victimismo al discrepar de la conveniencia de presentar la moción.
De todas formas, el nuevo equipo de gobierno no levanta pasiones. Uno de los motivos es que no ha presentado de forma convincente un programa de gobierno que muestre diferencias lógicas en los objetivos de su gestión. Lo expresó el nuevo alcalde, Llorenç Ferrer, en su breve discurso. «Tenemos tres años por delante para que se entienda por qué hemos presentado la moción de censura». Debería haberse entendido antes de votar. Que el candidato a la alcaldía no interviniera al principio para explicar su programa, sus objetivos y prioridades y se limitara al discurso institucional del final, no es un buen síntoma. Tampoco lo es que la exalcaldesa no felicitara en público al nuevo alcalde ni le diera la vara de mando, que quedó abandonada encima de la mesa. Pobrecita. Todos la quieren pero parecía que no era de nadie.