La necrópolis protohistórica de Calescoves, uno de los lugares imprescindibles de la Menorca Talayótica, inscrita en 2023 en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, es más visitada por el marco natural en el que se encuentra y por su atractivo turístico que por su riqueza arqueológica en sí.
De hecho, en un paseo por el acantilado, donde se hallan las cuevas que hace años abrió el Consell para que puedan visitarse, es difícil identificar el tesoro que albergan e incluso conocer la ruta que conduce a algunas de las cavidades más importantes como la Cova dels Jurats o l'Esglèsia, que no fue lugar de enterramiento sino santuario desde el final de la Cultura Talayótica hasta el siglo III después de Cristo, y que cuenta con una serie de inscripciones rupestres.
La cartelería es escasa, no hay itinerarios. Desde la Agencia Menorca Talayótica informan de que está previsto instalar más indicativos y señales. Ahora mismo la necrópolis cuenta con dos carteles explicativos en la pequeña playa de acceso y otro en la cueva donde están las inscripciones romanas. Un visitante que no conoce la importancia de Calescoves tiene difícil averiguar qué ver y dónde se encuentran las cuevas que son ese tesoro patrimonial reconocido por la Unesco.
El acceso permanece bloqueado con planchas metálicas en la mayoría de las cavidades, salvo en unas pocas –las que presentan menos problemas de conservación–, que se abrieron en la parte derecha del enclave para facilitar las visitas. Algunos de esos cerramientos, planchas y barrotes de hierro, están muy deteriorados por el paso del tiempo. Hace más de veinte años que se logró el desalojo de las personas, familias enteras, que vivían en las cuevas declaradas monumento nacional desde 1931.
«Falta vigilancia»
Calescoves ha vuelto a sufrir este mismo verano episodios intermitentes de ocupación en algunas cuevas. Así lo ha comunicado la propiedad de Biniadrís, una de las fincas que abarca parte de los barrancos donde se encuentran excavados los lugares de enterramiento, a las autoridades. A la necrópolis, que ha vuelto a la actualidad al recuperar TV3 un vídeo de su archivo sobre la vida en las cuevas a finales de los años 80, «le falta vigilancia y conservación», opina la arqueóloga y expresidenta del Ateneu de Maó, Margarita Orfila, quien además tiene una implicación personal con estos parajes ya que su familia es propietaria de la finca de Biniadris.
Los otros barrancos que confluyen en esta ensenada natural, también con propietarios privados, son los de Sant Domingo y Lloc Nou d'es Fasser.
Orfila, quien entre los años 2010 y 2012 realizó una excavación en los santuarios de Calescoves, Coberxo Blanc y Cova dels Jurats, considera que debería mejorar la limpieza y la señalización; la cueva santuario se halla a unos 10 metros sobre el nivel del mar pero no es fácil distinguirla a simple vista si no se conoce previamente.
Sobre Calescoves hay recuerdos encontrados. La arqueóloga por ejemplo afirma que las cuevas se ocuparon porque tras las excavaciones realizadas por Cristóbal Veny entre 1965 y 1970 «quedaron limpias», y con manantiales de agua dulce en la cala, un lugar maravilloso y vacío.
«Coincidió con el movimiento hippy y comienza a asentarse gente, pero de ese origen naturista pasaron a ser okupas, había camas, cocinas..., se estaba afectando el yacimiento», asegura, tumbas colectivas en las que se encontraron importantes restos, como ajuares de los rituales funerarios que hoy están depositados en el Museu de Menorca. Ella misma afirma que hubo un tiempo en que «no subía a las cuevas, me amenazaban», en alusión a los moradores que fueron más tarde expulsados. «Previamente hubo unas requisitorias para desocupar, y algunos se fueron voluntariamente», recuerda el exconseller de Cultura Josep Portella, quien retomó el expediente iniciado en 1998 por su antecesor, Simón Gornés, y concluyó el desalojo. Otros lo hicieron en presencia de agentes de la Guardia Civil y con una orden judicial. De hecho, se habían llegado a situaciones en las que algunas cuevas eran realquiladas.
La actuación se llevó a cabo para la protección del patrimonio histórico, subraya Portellla sobre aquella decisión, «y también porque se privatizaba de facto el derecho a visitar las cuevas», pero para evitar que de inmediato fueran ocupadas de nuevo hubo que poner puertas y barrotes de hierro. Sobre su estado actual, el exconseller cree que al tratarse de un espacio enorme, no delimitado como pueden ser los poblados, se complica su vigilancia y mantenimiento, «requiere personal y no se autofinancia».
Hay personas sin embargo que guardan memorias románticas de aquellos años y de las personas que vivieron en Calescoves e incluso tuvieron y criaron a sus hijos allí. Uno de ellos, tal vez el más conocido y fallecido de forma prematura, fue Fritz, un artista holandés que se asentó en los acantilados con su pareja. «Una maravillosa familia, en la que había un gran conocimiento de supervivencia con lo que era básico, lo importante. Sin wifi, sin tele... con comunicación constante... nunca vi niños más sanos y sociables, ni padres más unidos y convencidos de lo que hacían», comentan de aquella época.
El apunte
Barrotes y planchas el mismo día del desalojo hace más de 20 años
El Tribunal Superior de Justicia de Balears instó en 1997 a poner fin a la presencia humana en las cuevas por la afectación del patrimonio. Simón Gornés, entonces conseller de Cultura con el PP, inició el expediente para el desalojo, hubo un primer intento en 1998 pero las cuevas se volvían a ocupar. En 2000, con autorización judicial, Josep Portella, conseller de Cultura de EM-IU dio continuidad al expediente y se vació y selló la necrópolis.