Procedentes del restaurante Es Festuc, de Alaior, Laura Garriga y Mar Pérez llegaron el lunes a Valencia, para colaborar hasta hoy con Chefs Solidarios, en su misión de preparar comida para los miles de damnificados, voluntarios y miembros de los cuerpos de seguridad que participan en las labores de rescate y desescombro. Un viaje que surgió casi sin buscarlo, al ver cómo evolucionaban los acontecimientos en la Comunitat Valenciana, y se unieron rápidamente al grupo que se ha instalado en el estadio Ciutat de València, para montar unas improvisadas cocinas de donde salen unas 20.000 raciones diarias.
Todavía en Menorca y con las vacaciones recién iniciadas, Laura tenía un «runrún en la cabeza» que le pedía hacer algo. «Hablábamos con Mar», su cocinera, «y de repente el viernes por la noche surgió la iniciativa de Chefs Solidarios, el sábado me puse en contacto con ellos y el lunes estábamos aquí», señala la restauradora desde la ciudad del Túria.
Laura aporta su testimonio a través del MENORCA, pero rechaza cualquier protagonismo. «Sé que estamos ayudando, pero no estamos en primera línea, en el barro», comenta momentos antes de regresar al campo del Levante UD para iniciar una nueva jornada. A pesar de eso, no esconde cierta sensación de utilidad, pues es reconfortante «pensar que, dentro de una hora, alguien que lo necesita se estará comiendo lo que hemos cocinado». Algo que confirman luego, «con vídeos que nos enseñan, de gente llorando al recibir la comida».
Una gestión «muy difícil»
«Nosotras estamos en Valencia ciudad, no estamos en el follón», en los pueblos más afectados por la DANA, pero igualmente son testigos del caos que rodea su labor. Al final, la iniciativa de Chefs Solidarios la impulsan «cuatro chicas, con el Levante que cede el estadio, donde se han instalado cocinas improvisadas, con paelleros y mesas de plástico» y «filas enormes de gente que quiere ayudar».
«Es muy difícil de gestionar; el primer día, cuando llegamos alucinamos, había una fila enorme, pero pudimos entrar rápido, porque preguntaron primero por cocineros profesionales». Fue así que Laura y Mar empezaron a trabajar «a tope» y durante cuatro días «habremos hecho de todo, cortar cebollas o romper 120 kilos de espaguetis para hacer fideos, para que la gente se lo pueda comer con los cubiertos de plástico».
Aseguran las cocineras menorquinas que «mentalmente es pesado», porque «ves cómo llegan camiones cargados y coches con voluntarios llenos de barro» y «tienes que cocinar entre escaleras y columnas [de los bajos del estadio], con un bar convertido en economato», donde se juntan «unos 250 cocineros por turno». Así, «hay una zona para preparar bocadillos y sándwiches» y espacios donde se preparan platos calientes, «alubias, lentejas, paella, judías, espaguetis con fideos», enumera Laura. «Salen a la vez 2.500 raciones y tienen que servirse rápido para que llegue caliente». Eso supone cierto «estrés», para «emplatar en los tápers, ponerlo en cajas, cargarlas y recorrer 25 o 30 kilómetros hasta cada pueblo».
Todo esto se hace «sin poder tener una previsión, nunca sabes qué tendrás al día siguiente para cocinar», ya que «por la mañana quizá tienes cebollas, zanahorias y calabacines, y por la tarde no queda nada». Y escasea «la carne, cuesta que llegue».
Con todo, se convierte en una misión llena de «improvisación», un «auténtico caos» que se compensa con unas «muestras de solidaridad increíbles, con voluntarios que llegan de toda España, es una pasada», concluye Laura.