Mario Iceta (Vizcaya, 1965), doctor en Medicina con una tesis sobre «Bioética y ética médica», y en Teología, es el arzobispo de Burgos desde diciembre de 2020. Anteriormente, desde 2010, ejerció como obispo de Bilbao. Mantiene una viva relación con Menorca, a la que acude desde 1990.
-¿Cómo descubre Menorca?
—Estudiando en la Universidad de Navarra mantenía amistad con la familia Maceda de Olives, de Maó. Con motivo de concluir los estudios en Medicina me invitaron a conocer la isla. Esa fue la primera vez que vine a Menorca. Fue una experiencia fantástica, que todavía recuerdo. Y desde ese aquel año, 1990, hasta la actualidad, cada año intento visitar la isla en el tiempo de verano, durante cinco o seis días.
¿Qué le sorprende y le atrae de esta isla?
—Sorprende su belleza. La paz y sosiego que se respira. La hermosura de sus calas y paisajes. La amabilidad y acogida de las gentes. Para mí es un tiempo para descansar y retomar fuerzas, para orar con más sosiego, para leer con calma, para practicar algo más de deporte. También para tener un contacto más directo con esta naturaleza distinta de la castellana, para encontrarme con viejos amigos, para no andar siempre pendiente del reloj, con una cosa detrás de otra en una agenda interminable. Es un lugar paradisíaco, para pasar unos días de oración, amistad y descanso.
¿Se siente apreciado en Menorca?
—Intento pasar desapercibido, pero evidentemente en la parroquia donde suelo celebrar la eucaristía, que es la de Sant Francesc de Ciutadella, ya los feligreses me conocen y hay un trato muy cordial y cercano. Nos apreciamos mutuamente y ha surgido una amistad y un aprecio mutuo entre nosotros, que dura ya muchos años. Cada vez que vuelvo a la isla y celebro en este lugar es ciertamente un motivo de gozo, de reencontrar amigos oriundos de la isla. Lo mismo me ocurre los domingos, cuando me piden celebrar en el Santuario de la Mare de Déu del Toro.
¿Qué significa para el obispo Iceta El Toro, centro geográfico y espiritual de Menorca?
—Para mí es un lugar muy singular. Siendo obispo monseñor Joan Piris me invitó a dirigir una tanda de ejercicios espirituales, en ese santuario, al clero de Menorca. Es un enclave muy especial de encuentro con la Virgen, venerada en toda la isla, con los feligreses que acuden a la eucaristía en este santuario, con las hermanas que lo cuidan, con el grupo magnífico de laicos que atienden la liturgia, el coro y todo lo que tiene que ver con el cuidado exquisito y esmerado de las celebraciones.
¿Mantiene el contacto con la familia Maceda?
—Como no, sigo manteniendo una relación muy cordial. Me reúno con la familia Maceda que me introdujo en la isla hace treinta años. También aprovecho para encontrarme con otras familias tanto menorquinas como de otros lugares y compartir aunque sea unas horas para ponernos al día de cómo transcurren sus vidas, alegrías, esperanzas y también dificultades.
¿Cuál es su valoración de Menorca, como visitante?
—Excepcional. Es un lugar donde me siento acogido y donde es fácil integrarse en la vida habitual de los habitantes de Menorca, aunque soy consciente de que el verano es una época diferente e intensa para los menorquines.
¿Qué relación mantiene con el obispo Gerard?
—Conocí a don Gerardo siendo párroco de Es Castell y vicario judicial de la diócesis de Menorca. Es, pues, una amistad que se prolonga durante más de veinticinco años. Y encontrarlo en la isla, para mí, es un motivo de gozo. Me acoge en su casa. Compartimos oración, y en la medida en que sus obligaciones se lo permiten, tiempo en el que intercambiamos impresiones e intentamos tener una mirada más amplia sobre la situación social en nuestro país, en Europa y lo que ocurre en el mundo. Y, cómo no, también nos encontrarnos en las sesiones de la Conferencia Episcopal, donde podemos comentar no sólo las cuestiones que allí tratamos, sino que también me permite conocer de cerca la vida eclesial de Menorca.
¿Repetirá sus días de descanso en la isla?
—Después de tantos años siendo fiel a mi cita anual de verano, espero, Dios mediante, poder mantener repetir estas visitas. Hacer esta breve pero intensa estancia anual en Menorca y visitar a sus gentes me hace mucho bien.
Se le nota la felicidad,está bien criado.