José Esquinas, doctor ingeniero agrónomo y en genética, humanista y máster en Horticultura por la Universidad de California, además de profesor universitario e investigador, y trabajador durante 30 años en la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de la ONU, imparte el miércoles día 22 –junto con Francisco Casero– una conferencia en el Ateneu. La misma titula como su último libro, «Rumbo al ecocidio. Como frenar la amenaza a nuestra supervivencia», un interesante tratado de como el capitalismo globalizado arrasa nuestros hábitos alimenticios con el nocivo añadido que eso supone para la salud, humana y del planeta.
¿Qué falla en un sistema que, según explica usted, produce más alimento del que necesita el mundo, pero sufren hambre millones de personas?
—Producimos más del 60 por ciento de los alimentos necesarios, pasan hambre entre 700 y 800 millones de personas, cada año mueren de hambre 17 millones y a diario 35.000, que eso son cinco veces más de los muertos que había por covid en el peor momento de la pandemia. Algo falla. El alimento ahora es una mercancía.
No parece muy justo.
—No lo es. Antes cada lugar tenía su agricultura, adaptada a las características del sitio. Ahora hay un sistema agroalimentario único e impuesto, que vierte en la atmósfera unos 11.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero al año, el 29 por ciento de los gases responsables del cambio climático. Una tercera parte de los alimentos, y hablamos de 1.300 millones de toneladas métricas al año, se pierde por el camino, y otra termina en la basura. Usamos 1.400 millones de hectáreas, 28 veces la superficie de España, para producir alimentos que acabarán en la basura, y la cuarta parte del agua dulce del planeta. Para transportarlos y transformarlos usamos 300 millones de barriles de petróleo. En España se desaprovechan 7.7 millones de toneladas métricas al año de alimentos, que equivale a 169 kilos por habitante al año. Todo esto es una barbaridad.
¿Y es saludable?
—Ahí tenemos otro problema. Otra tercera parte del alimento del mundo termina como basura en nuestros estómagos, la llamada comida basura. Y provoca un incremento desmesurado de enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer… Europa, para combatir enfermedades derivadas de la mala alimentación, gasta 700.000 millones de euros al año. Este sistema no es justo, no es saludable, no llega al que pasa hambre y no es sostenible.
¿La obesidad está al alza?
—Hasta 2005 el número de hambrientos era muy superior al de los que sufren sobrepeso. Eso se ha igualado sin que bajen los hambrientos. Se han disparado los obesos, sea por sobrealimentación o mala alimentación. Hablamos de más 2.000 millones de obesos en el mundo.
El 75% de las semillas comerciales del mundo y el 65% de los agroquímicos se concentran en unas pocas multinacionales, ¿qué se puede hacer ante eso?
—Leyes y nuestra conducta individual. Ir al mercado y elegir entre comprar lo que se produce en cercanía y proceso agroecológico sostenible, o, en cambio, las chuletas que vienen de Nueva Zelanda. El alimento medio que llega a nuestra boca en España ha recorrido de 2.500 a 4.000 kilómetros, una monstruosidad. Las leyes son las que propician que se consuma el alimento de fuera y no el de cercanías.
¿Es posible revertir esa realidad?
—Cuestión de leyes. A mí de niño se me caía un trozo de pan al suelo y mi madre me decía ‘recógelo y bésalo’. El alimento era sagrado. Ahora es pura mercancía, controlada por un pequeño grupo de multinacionales. Ya lo dijo Henry Kissinger, ‘quien controla el alimento, controla los pueblos’. Antes eran los agricultores los que producían y controlaban los alimentos, ahora lo hacen este pequeño grupo de multinacionales millonarias. Su poder incluso está por encima de los políticos.
Menorca sufre la doble insularidad, sobre todo en la distribución. ¿Quizá debería apostar por la economía circular?
—Estoy de acuerdo. Yo hablo mucho de soberanía alimentaria, que supone producir cuanto más cerca mejor. Un país como España debería tenerla, pero también una isla. ¿Qué ocurrirá si por lo que sea no podemos alimentarnos? Puedes vivir sin televisión o sin móvil, pero no sin comer. Siempre fuimos exportadores de cereales, ahora en un 60 por ciento dependemos de Ucrania y Rusia. Estalla allí la guerra, todo sube... Para un país, una isla... la soberanía alimentaria y energética son básicas… si no, te tienen cogido por el cuello, has perdido la libertad y la democracia.
En lo que atañe a los hábitos, ¿es más culpable el individuo o la publicidad?
—Está claro que hay una publicidad perniciosa, venenosa. Se dicen mentiras sin pudor y la gente tan tranquila. Es imprescindible que la publicidad esté regulada, que diga la verdad, que haya una competencia leal. Eso significa mirar la etiqueta y que informe lo máximo posible, sobre el origen, que el alimento no provenga de un país donde no hay ninguna garantía medioambiental. Que sea un producto de cercanía.
La cesta de la compra se ha encarecido. Más que la etiqueta, se mira el precio.
—Al contrario de lo que cree la gente, los alimentos son baratísimos. Cuando yo era niño, la cesta de la compra en España significaba el 65 por ciento de los ingresos de un hogar, ahora el 17 por ciento. Es un tema importante. Cuando hay una competencia por unos precios y no se paga su precio real, el que asume el agricultor para producir, puesto que el de fuera usa elementos químicos que abaratan el producto, el agricultor abandona y cada vez dependes más de otros.
Está el argumento de que esa libertad de precios favorece al consumidor o lugar con menos recursos.
—Pues le subvencionas. No se trata de pagar menos por el alimento y luego gastar más en medicinas que en comida porque nos estamos envenenando. Subvenciona a los alimentos de calidad, de cercanía… de hecho, no se necesitarían subvenciones si la competencia con lo que viene de fuera fuese leal.
Con el conocimiento que tenemos, ¿se explica que se coma peor que hace un siglo?
—Comemos peor, porque puedes echar aditivos a un producto y convertirlo en apetitoso, pero sigue siendo veneno. Hoy tenemos más elección para comprar alimentos de muchos lugares, pero no estamos midiendo su calidad real. Está muy bien que sea rico, pero ante todo tiene que ser sano.
¿La dieta mediterránea, es la hoja de ruta a seguir?
—¿Pero qué nos queda de la dieta mediterránea? El nombre y ya está. Claro que hay que recuperarla, pero los primeros debemos ser los mediterráneos. La alimentación debería ser una asignatura básica en la escuela... Hay que saber distinguir entre la mentira y la verdad.
Generaciones futuras. ¿Qué les espera?
—Los recursos naturales; tierra, agua, aire, biodiversidad biológica, energía… cuando haces agricultura los transformas en alimento. Los estamos destruyendo en poco tiempo. El medio ambiente, sus recursos naturales, no nos pertenecen, los tenemos en préstamo de nuestros hijos, pero sus intereses no se tienen en cuenta. Ha habido un avance muy interesante en Balears, la ley 10/2023 del 5 de abril, pionera en España, de bienestar para las generaciones futuras del Archipiélago. Vela por el bienestar económico, ecológico y social en el futuro en las islas, aunque desconozco si se aplica.
Que hay compañias que no tienen ningun miramiento por la salud de los demas y que solo buscan hacer dinero, es un hecho. Pero hace 1000 años, con la comida se comerciaba y se especulaba igual que ahora. Se hacien trueques, se pagan cosas con trigo, sal, especies, etc (el concepto "salario" viene del uso de la sal como moneda de cambio). Tanto la iglesia como los señores feudales le cobraban a sus feligreses/siervos impuestos en forma de una parte de la cosecha, que estos obtenian trabajando las tierras del susodicho señor feudal o del convento de turno. Y lo hacian así porque antes, tener monedas de oro, plata u otro tipo de metal, era poco comun para la mayoria del pueblo. Hoy dia el problema es que mucha de la comida que comemos es una basura procesada con muchisimos productos quimicos que no son necesarios, como los aromas, los excesos de sal/azucar o otras cosas, como el glutamato sodico. Tambien hay que tener presente que gracias a los conservantes, ahora te puedes comer ciertas cosas que antes era un riesgo de coger una c+garrina que te ibas al otro barrio. No me gusta demasiado darle un concepto espiritual a cosas para que suenen mejor...