Hay canciones que evocan momentos concretos y otras que nos acompañan toda una vida. Los temas de Dire Straits pertenecen a la segunda categoría, son melodías singulares más que estribillos pegadizos, que no se olvidan jamás cuando uno se ha dejado cautivar en algún instante por las creaciones de Mark Knopfler. Los Real Straits, alter ego español en el siglo XXI de la banda de Newcastle, prolongaron durante dos horas y media aquellas dos décadas en las que Dire Straits elaboró un carrera musical para muchos imprescindible. Fue el jueves por la noche, en los exterior del Pavelló Menorca, con la luna llena por testigo en compañía de algo más de mil personas.
Y fue una noche carroza, con mucha cana y concurrencia británica. La mayoría de los presentes ha superado ya con creces la crisis de los cuarenta. Para poner en situación temporal, amenizaron la progresiva llegada del personal los Speedway Jam, que versionaron clásicos y no obviaron aquella mujer vestida de pantera en topless de sus raíces. Derrocharon ritmo, intensidad y rock and roll.
Sobre las once de la noche empezaron a sonar los acordes de «Ride across the River». Sirvió para que el público se familiarizara con una voz que remitía a Knopfler sin serlo (como en la estética, acertó al no pretender el mimetismo total), con aquella guitarra única, con sello propio inconfundible, que es el alma del grupo. Una guitarra o, mejor dicho, varias guitarras, porque el vocalista cambió de instrumento constantemente, con lo que complementó el concierto con una verdadera exposición.
La contundente dulzura del tema inicial dio paso a la primera sacudida. Real Straits no tardó casi nada en apelar a los hits de Dire Straits, y por eso golpeó al personal con «Walk of life». Primeros bailes y primeras palabras del vocalista Ángel Miguel. «Estáis buscando la verdad, la música que os ha acompañado en vuestras vidas». Usó mucho la palabra verdad en sus locuciones, algo curioso en un tributo pero no contradictorio: «No somos los de verdad, pero somos de verdad».
Cada canción era un derroche de notas hilvanadas al estilo 'straits', con solos y acordes que son piezas de museo flotando en el aire. En un concierto muy instrumental, como los discos de la banda, la voz apenas se echa en falta. La guitarra habla lo suficiente, se exhibe, se hace grande, impone, en una bella conversación con un saxofón suave y exuberante, propiciado por Juan Flores, ex de Ilegales.
Unas quince canciones llevaron el concierto, casi sin darse uno cuenta, hasta las dos horas y el primer conato de despedida. Pasaron volando gracias, por ejemplo, a un «Romeo and Juliet» sublime, a la emoción de «Your latest trick» y, como no, a la maravillosa, irrepetible, y para más de uno pieza cumbre, «Sultans of swing».
El amago de adiós no funcionó. No era creíble. Quedaban por interpretar la canción que da nombre al disco que conmemora la gira, «Brothers in arms», y la conocidísima «Money for nothing». Real Straits no las eludió y cerró el concierto como tenía que hacerlo, con la instrumental «Going home». Con ella se acabó, los espectadores regresaron de golpe de este viaje algo nostálgico en el tiempo. La luna, radiante, seguía allí, como siempre, presente en nuestras vidas, eterna, verdadera, como las canciones de Dire Straits.