Comenzaban los años ‘70 cuando Rafael Camps empezó a trabajar en una de las seis carnicerías que había en aquella época en Sa Plaça. Por entonces Menorca era una isla mucho menos demandada por el turismo y el Mercat del Carme era el epicentro de la vida comercial de Maó.
¿Cómo era la Isla y cómo fueron aquellos comienzos?
—Yo tenía 17 años y comencé a ayudar en la carnicería de un hombre que se llamaba Gabriel Esbert, más conocido como «Es Roig» porque era muy rubio. Allí fui aprendiendo el oficio y cuando Esbert se jubiló me ofreció el negocio porque no tenía hijos. Poco tiempo después, al cumplir 22 me casé con Conchi, con quien todavía comparto la vida y nació mi primera hija, Helena, luego vinieron Conchi y Noelia, y para entonces ya era «Rafel el carnicero».
Medio siglo da para muchas vivencias ¿Qué recuerdos tiene de sus años tras el mostrador?
—Ser carnicero ha sido algo transversal en mi vida. Incluso cuando hice la mili, la hice como carnicero del regimiento. Recuerdo que, por aquel entonces, me iba a las 4 de la mañana desde Sant Felip hasta Maó para trabajar en la carnicería y volvía a las 9 para cumplir con la guardia. Incluso una mañana llegué de uniforme y tuve que volver corriendo a Es Castell porque había muerto Franco y en los cuarteles pasaban lista. Yo no me enteré hasta llegar a Sa Plaça (risas).
Ha visto cambiar Sa Plaça al mismo ritmo que la ciudad ¿Qué ve hoy en este lugar que fue como su casa?
—Está muy bonito. Siempre lo fue, solo que antes estaba todo un poco más mezclado. Era un mercado más caótico, más popular, pero muy hermoso. Algunos productos estaban más desordenados, en parte porque la relación con los productores era mucho más directa. Por ejemplo, los carniceros faenábamos nosotros mismos a los animales, cosa impensable hoy en día. Comprabamos las reses y los lunes íbamos al matadero. Incluso algunos cerraban los lunes para poder faenar y durante la semana vendían. Eso ya no sucede. La cercanía con los clientes también era mucha. A veces alguien que tenía que hacer alguna gestión o trámite en otro lugar dejaba su compra en Es Mercat. Era como una gran casa. Por mucho que haya cambiado yo la veo siempre bien. Sa Plaça siempre será Sa Plaça.
Hoy quedan menos carnicerías en Sa Plaça. ¿A qué lo atribuye?
—Bueno, supongo que es un negocio que requiere mucho esfuerzo. Yo trabajé 50 años y cada día que vine a trabajar me levanté a las 4 de la mañana, como te decía. Cuando estaba por jubilarme le ofrecí a mis hijas hacerse cargo del negocio, pero finalmente lo asumió uno de mis seis hermanos, Biel, que también es carnicero. Otro factor que afectó a las carnicerías y a los negocios de cercanía en general fueron las grandes superficies. Recuerdo cuando abrió «Miniprix», que tenía productos más baratos traídos de fuera. Entonces fueron desapareciendo las ofertas de proximidad.
¿Qué tal lleva la jubilación?
—Fantástico. Hace tres años que estoy jubilado y estoy muy contento. Tengo un lloc cerca de La Argentina en el que paso los días tranquilo y alejado de Maó junto a mi esposa. Planto patatas, berenjenas, habas y unas sandías enormes que regalo a amigos y familiares. El campo es algo que siempre me ha gustado porque me recuerda a mi infancia y porque creo que es un territorio que ha sido siempre muy especial en Menorca. También hago viajes de placer para conocer otros lugares.