Creo que no tenemos asumido que la democracia se sustenta sobre hombres libres, y que –por el contrario– los fascismos se apoyan en la cobardía de las masas, en un pensamiento único inyectado por quienes ostentan el poder. No entraré en las particularidades de las distintas interpretaciones de la Historia que van desde Polibio, Maquiavelo y Rousseau hasta Hegel, Spengler o nuestro Ortega y Gasset.
La Historia, desde mi punto de vista, aparece con innegables cotas de subjetividad, contada por los historiadores. Hay quien dice que la han escrito los vencedores. Hay quien opina lo contrario. No obstante, el gran valor del ser humano ,radica en que puede beber de diferentes fuentes, contrastar pareceres, y asentar en su mente una visión ponderada de los acontecimientos. Por supuesto aparecen otros factores en esta interpretación. El más subjetivo , muchas veces sustentado por el desconocimiento, es el emocional, el más manipulable por el poder político, en lo que Noam Chomsky denomina «estrategia de la distracción». Se trata, dice el pensador de izquierdas norteamericano, de «técnicas de diluvio o inundación de distracciones e informaciones sin importancia, para mantener al público distraído, lejos de los verdaderos problemas de la sociedad».
Recurrir al pasado de nuestra Guerra Civil y de los años que la siguieron, sigue dando buenos resultados hasta ahora. Una comisión sobre el futuro del Valle de los Caídos o una película bien regada de subvenciones sobre el «maquis» en Asturias, permite desviar temas de suma gravedad, como el endeudamiento del Estado, la pérdida de confianza en ciertas instituciones, el abuso de poder, la corrupción de la vida pública o las trágicas estadísticas de familias que no tienen a ninguno de sus miembros trabajando. Estamos más cerca de lo oclocracia –ingobernabilidad como resultado de la aplicación de políticas demagógicas– que de la democracia, considerada como servicio al bien común.
La Real Academia de la Historia acaba de publicar un ingente trabajo de recopilación en su Diccionario Biográfico Español. Veintitantos siglos de nuestra Historia en cincuenta volúmenes que recogen más de cuarenta mil biografías. Y alguien ha conectado el ventilador emocional, para intentar masacrar a los autores de las biografías de Franco y de Azaña. El Presidente de la Academia, Gonzalo Anes, ha explicado por activa y por pasiva que la Academia no ha querido modificar los contenidos de ninguna de las biografías por respeto a la libertad intelectual de los autores. Por supuesto, todo es discutible y lo admite. No obstante, resulta estrambótica la campaña lanzada contra dos historiadores de enorme calado como son Luis Suárez y Carlos Seco por quienes no les llegan a la suela del zapato en conocimientos. A su obra ingente añade el profesor vallisoletano un carácter liberal que no ostenta la masa abigarrada de lanares, que actúan al dictado del poder vigente y le atacan. A su sombra y amistad, creció como historiador Julio Valdeón reconocido pensador marxista con fuerte influencia en el mundo editoral dedicado a la enseñanza, que ganó una cátedra e ingresó en la propia Academia. El discípulo fue leal amigo desde la distancia de dos diferentes interpretaciones de la Historia. Se respetaron en libertad. Pocas personas pueden discutir el valor intelectual de Carlos Seco y de su enorme obra como también pocos, compruebo, conocen sus circunstancias familiares vividas al comienzo de la Guerra Civil. ¡Cuántos podríamos disentir de la biografía de Felipe González escrita por un periodista amigo al que su grupo le debe enormes favores! ¿O creen que todos estamos de acuerdo con las biografías de Pilar Bardem o de Teddy Bautista?
Cuando se ha llenado un vacío histórico, cuando se reivindica el nombre de miles de españoles injustamente olvidados, no deja de ser esperpéntico poner en duda el enorme valor como Institución de la Real Academia de la Historia, por media docena de palabras que rechinan al «pensamiento único» de parte de nuestra izquierda que, a falta de capacidad para gobernar, destrozado el espíritu de la Transición, pretende reabrir heridas pasadas solo porque «es bueno, nos conviene mantener un estado de tensión». ¡Cuidado con jugar con sentimientos! Hay quien ya pide quemar la edición. ¿No les parece que ya quemamos bastantes libros a lo largo de nuestra Historia? La alternativa no es recordar u olvidar, sino simplemente saber o no saber.
Artículo publicado en "La Razón" el 8 de junio de 2011