Lorca conmemoraba aún con dolor el primer aniversario de aquel trágico terremoto que sacudió la ciudad el 11 de mayo, y en un gesto sencillo, pero para muchos de nosotros entrañable, su alcalde entregaba al general Roldan, jefe de la Unidad Militar de Emergencias (UME), la Bandera de España que ondeaba aquel triste día en la fachada de su ayuntamiento. Poco valor material podían tener los jirones de una enseña expuesta al viento y al sol y que las entidades públicas no suelen cuidar con especial mimo. Pero para muchos españoles el gesto fue emocionante. La bandera, representa a la patria, tierra de nuestros padres, y ante ella las gentes de armas juramos un día servir hasta el límite de nuestras fuerzas.
El general Roldán representaba a la UME, pero también a todos los que se entregaron a la difícil labor de ayudar a sus conciudadanos. Condensaba todo un espíritu de servicio que incluía a Cuerpos y Fuerzas de Seguridad nacionales y locales, a Bomberos, a unos bien coordinados Servicios de Emergencia, así como a otras formaciones de las Fuerzas Armadas como la Brigada de Sanidad.
La UME, aparte de sus aptitudes como unidad y de las actitudes personales de sus miembros, tiene la capacidad de absorber otros medios de los ejércitos que en el fondo constituyen la gran reserva con que cuenta el Gobierno para atender este tipo de emergencias. Así, los generadores del Regimiento de Ingenieros de Salamanca, paliaron el «apagón eléctrico» catalán de hace unos años. En el caso de Lorca fue el Hospital de Campaña, EMAT 1, una unidad sanitaria de constatada eficacia –ya desplegó en la Cachemira pakistaní en 2005–, que, ante los daños causados por la serie sísmica en el Hospital Universitario Rafael Méndez y en varios centros de salud, estaba desplegado y operativo en menos de 24 horas.
Pero había algo más en el gesto del alcalde entregando una bandera. Las unidades militares y los pueblos se funden con mucha frecuencia. Jaca le debe mucho, por ejemplo, a las Unidades de Montaña, pero éstas a su vez le deben mucho a las gentes de los valles jacetanos. No hablemos de Cartagena y la Armada o de Alcalá de Henares y Alcantarilla respecto a los Paracaidistas.
Lorca albergó durante siglos a una magnífica unidad creada en 1682 para defender sus costas de las incursiones de corsarios y piratas. Nació con el nombre de Tercio Nuevo de la Armada y del Mar Océano, para convertirse en Tercio de la Armada nº 1 y con el tiempo acabar siendo el Regimiento de Infantería Mallorca nº 13. En su largo historial se anotan campañas en Portugal, Francia, Italia, África y América. En su estandarte de seda blanca con la Cruz de Borgoña bordada, figura desde 1746 el lema: «Primus flamis combusta, quam armis Mallorca victa», antes quemados que vencidos. En el paso del río Tedone en el norte de Italia, las tropas del Regimiento estaban rodeadas por las imperiales austro sardas enemigas, cuando su coronel, el marqués de Moya, juró ante sus soldados morir defendiendo sus estandartes antes que rendirlos al enemigo. Fue consecuente: murió, pero su unidad resistió y venció. De ahí le vino al Regimiento el sobrenombre de «el invencible».
Y la historia se repite. Ya en las inundaciones de 1973 el Regimiento Mallorca, se había volcado con la ciudad que un año después, agradecida como ahora, le concedería su Medalla de Oro.
Pero en una de las primeras reducciones del Ejército –Plan Norte– el Regimiento fue disuelto en 1996. Estaba encuadrado en una magnífica XXXII Brigada de Infantería, a su vez dependiente de la División Maestrazgo, cuyo Cuartel General estaba en Valencia. Estas unidades se distinguían por su buena organización, por su imbricación con las ciudades en las que desplegaban, pero sobre todo por el buen cuidado de sus acuartelamientos y materiales. Se contagiaban del buen hacer de un pueblo responsable y laborioso como es el levantino.
Nunca olvidaré cuando se organizó con urgencia la primera Agrupación que debía desplegar en Bosnia, formada por unidades de la Legión, la entrañable Unidad que algún iluminado –no quiero llamarle de otro modo– quería disolver. Se decidió dotar a los expedicionarios con blindados BMR porque la difícil situación de aquella guerra lo exigía. Ni en Ceuta ni en Melilla se encontraron blindados operativos. Quien sí los tenía en perfecto estado era el Regimiento Mallorca de Lorca. No fue nada fácil para su coronel obedecer una orden urgente. En una semana «sus» BMR salían pintados de «blanco naciones unidas» para el puerto croata de Split.
Todo esto se fundía, viendo la emotiva entrega del alcalde Jodar: historia, patriotismo, servicio, disciplina, valor.
Pero sobre todo ello, brotaba el gesto de un pueblo, que aún con llagas de dolor, sabe decir gracias.
¡Sobre ruinas, hidalguía y grandeza en Lorca! ¡Invencibles, como su Regimiento!
Artículo publicado en "La Razón" el 16 Mayo 2012