A la sal se la ha identificado como uno de los responsables principales del incremento de las enfermedades cardiovasculares. Si que es cierto, pues es de todos conocido, que es causante de elevar la presión arterial lo que explicaría su relación con estas enfermedades.
Los médicos desde siempre hemos recomendado comer sin sal o con poca sal, evitar suplementar con sal las comidas y con ello prescindir de los saleros en las mesas. Sin embargo, estudiar este tema no es fácil y no todos los estudios llegan a los mismos resultados.
A nivel poblacional, aunque pueda sorprender, la conexión entre el consumo de sodio (componente de la sal) y la mortalidad o los resultados en salud, suelen adoptar una curva en «J», pues se conoce que hay una una relación entre la hiponatremia (falta de sal en la sangre) y la caquexia cardíaca, ciertas patologías y la mortalidad ... de diversos países en vías de desarrollo debidas a la pobreza y la malnutrición. De tal modo que análisis observacionales ecológicos a nivel mundial (datos entre la ingesta de sodio y la esperanza de vida de la población de 181 países, ) como el de Franz H Messerli et al (Eur Heart J . 2021) han llegado a concluir que la ingesta de sodio, como valor poblacional, se correlacionaría positivamente con la esperanza de vida o a la mortalidad por cualquier causa.
En sentido contrario, estudios realizados con dietas tipo DASH (Dietary Approaches to Stop Hypertension) para el tratamiento de la hipertensión arterial (aumento en el consumo de frutas, verduras y lácteos descremados...) con poca ingesta de sal, se las ha relacionado con menor morbimortalidad cardiovascular.
Y es que el consumo de sal en personas de mediana edad y ancianos en EEUU en la actualidad es de 3,5 gramos diarios de media, algo que supera lo recomendado por la OMS, la US Department of Health and Human Services, y la American Heart Association y a este exceso de ingesta de sodio se le ha achacado una relación con el exceso de muerte por dichas causas en dicho país. Y es que es conocido, pues los estudios poblacionales lo han demostrado, que ingestas superiores a 4,6 gr/día se asociaría a mayor mortalidad y riesgo cardiovascular.
SIN EMBARGO, también existe una cierta variabilidad en la respuesta al consumo de la sal en forma de elevación de la presión arterial lo que ha definido a ciertas personas como altamente sensibles a esta sustancia y a otras que no. De tal modo que se admite que el 50% de las personas con hipertensión arterial serían altamente sensibles a la sal y un 25% que no. Esto y que los estudios que investigan las repercusiones de la ingesta de sodio en la dieta han excluido con frecuencia a aquellos individuos que ingerían fármacos antihipertensivos hace que se crea que el efecto de la sal en estas personas esté aun hoy minusvalorado, o sea que pueda ser superior a lo admitido.
Un poco por esta razón se realizó el estudio Coronary Artery Risk Development in Young Adults (CARDIA)–SSBP, que ha sido publicado estos días por Deepak K et al en JAMA, y dada su importancia comunicado en la última reunión de la American Heart Association (AHA) celebrada en Filadelfia (11 Noviembre).
Un estudio prospectivo cruzado sobre individuos de la comunidad con o sin tratamiento para la hipertensión arterial a los que se asignó dietas con alto contenido en sodio frente a otras con bajo, estudiando las diferencias en la presión arterial y su relación con el consumo de medicación antihipertensiva.
Para ello se contó con 213 individuos de entre 50 y 75 años (65% mujeres), los que un 25% no tenían hipertensión, un 20% presión arterial controlada, un 31% sin controlar y un 25% sin tratar. Aleatorizados a consumir dietas con alto (2200 mg) o bajo contenido de sodio (500 mg) durante una semana. Durante la cual se le determinó la presión sistólica y diastólica.. durante las 24 horas (monitorización ambulatoria).
El descenso de la presión arterial entre las dietas con alto frente a las de bajo contenido de sodio fue de 8 mm Hg que no difirió según tuviera el individuo hipertensión o no, aunque superior en personas con diabetes (21%), y que se alcanzó en el 73,4% de éstos. En este sentido aquellos individuos que su descenso fue superior al 5 mm de Hg, que son los definidos como «altamente sensibles», correspondió a un 46%.
Con esto queda claro que las dietas bajas en sodio reducen de manera rápida (una semana) sensible y significativa, y semejante a los fármacos antihipertensivos, la presión arterial; algo que realizan independientemente de que el individuo tenga o no hipertensión arterial o que esté medicado para ésta.