El 10 de enero se celebró el nacimiento del escultor y grabador Eduardo Chillida Juantegui (San Sebastián, 1924), que mantuvo, entre 1988 y 2002, una apasionada historia de amor, odio y afectos con Menorca.
«El arte está ligado a lo que no está hecho, a lo que todavía no creas. Es algo que está fuera de ti, que está más adelante y tú tienes que buscarlo. De otra manera, uno estaría todo el tiempo repitiéndose» decía quien doblegó el hierro, fue definido como «el escultor del vacío» y cuya pasión por el arte venció su primera vocación por la arquitectura.
Chillida descubrió Menorca gracias a la amistad que le unía con el ingeniero José Antonio Fernández Sánchez, con casa en la Isla desde 1984. Era su colaborador eficaz para resolver los problemas técnicos que surgían al crear y emplazar las voluminosas esculturas de hormigón y otros materiales en los espacios públicos.
Aquella Menorca de los años 80 entusiasmó al escultor y enamoró a su esposa, Pilar Belzunze, madre de sus ocho hijos, una persona clave para entender a Chillida. No era posible acercarse, conocer y entrevistar al escultor sin pasar previamente por ella.
«Nada en mi vida y en mi obra habría funcionado sin ella», acostumbraba a afirmar el artista filósofo sobre su esposa, que se consolidó como un apoyo fundamental para forjar la ‘leyenda Chillida'.
«Quatre vents»
En diciembre de 1989 el matrimonio Chillida Belzunze formaliza, ante notario, la compra de Quatre vents, en SantLluís, junto con otras diez parcelas colindantes, que formaban parte del lloc d'Alcalfar Vell y una superficie total de 82.382 metros cuadrados.
Una antigua casa menorquina con amplios jardines y una panorámica permanente del mar, con la serenidad del horizonte del Mediterráneo.
Aquella finca, que había sido propiedad del jugador del Barça Estanislao Basora, se convirtió en el segundo hogar y un remanso de paz para los Chillida Belzunze. Acogió los días de vino y rosas de los veraneos menorquines de aquella familia vasca de diez miembros, que halló sosiego e intimidad en nuestra Isla.
Con la intermediación de Emili de Balanzó, que convenció a Pilar Belzunze, conseguí, en agosto de 1993, entrevistar al escultor. El matrimonio puso una condición: que no se divulgase la ubicación de Quatre vents.
Recupero, hoy, treinta años después, un fragmento de aquella conversación. Lo que más sorprendió de Menorca a Chillida fueron la luz y las tanques con las paredes de pedra seca, la cultura lítica. «La luz de esta isla es magnífica, fantástica, como la luz de Grecia, mediterránea; es auténtica. En cambio, allí, en el País Vasco, la luz es negra».
«Declina el día con suavidad, y Chillida advierte la luna que empieza a perfilarse. Hoy alcanzará la plenitud, habrá luna llena», escribí. Inspirado, en un susurro, añadió: «hombres y mujeres pertenecemos a la luz y tenemos que volver a ella, por ello le doy esta gran importancia».
-¿Cuál es su definición del género humano?
-Los hombres somos hermanos. Somos distintos, pero como las hojas de los árboles y como las olas del mar, nunca somos iguales. Como la luz, que nunca es la misma.
El taller prohibido
Aquella conversación transcurrió en el taller de Quatre vents, el espacio blanco y luminoso, donde Eduardo escuchaba a Bach y releía la «música callada» de San Juan de la Cruz -«Noche oscura del alma», «Cántico espiritual» y «Llama de amor viva»- para crear sus lurras y gravitaciones. Intentó, el escultor, añadir un edificio a la finca con la construcción de un taller, pero se lo impidieron las restricciones urbanísticas de Sant Lluís
Aquella negativa, tan insólita como inesperada para quien había recibido toda clase de reconocimientos por parte de las autoridades vascas, nunca fue entendida por los Chillida Belzunze. Enfadó, muy especialmente, a su esposa. En una entrevista con Isabel Rodríguez Anglada, en septiembre de 2001, Pilar manifestó su insatisfacción por la escasa acogida de Sant Lluís.
La torre-escultura
Después, en agosto de 2003, Andreu Manresa desveló en «El País»: «Chillida quiso tener un taller para trabajar en el entorno de su casa de Menorca. También imaginó para esta costa una torre-escultura, en homenaje a la luna, para contemplar mejor su reflejo sobre el mar y hacer pasar por el seno de su obra rayos de la nítida luz nocturna». La luna llena de agosto, cercana y enorme, era una de las grandes pasiones de Chillida.
De nuevo, las prohibiciones urbanísticas contenidas en el PTI y el planeamiento de Sant Lluís y la falta de voluntad política se lo impidieron. Una ocasión perdida para Menorca.
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