Hace 30 años que Jaume Bagur se dedica a pintar. Es un tiempo prudente para aprender y descubrir de qué va la vida, de qué puede ir la pintura. Si eres listo, no dejas de aprender nunca. Por ejemplo, la dificultad de pintar algo eterno como el mar y la luz. Un tema infinito, hasta el horizonte y más allá. Dice Jaume que él ha probado de pintar otros temas, pero que las galerías se los devuelven. Será que el público ama sus marinas. Son cosas que pasan cuando se aspira a la excelencia.
Entonces, ante la imposibilidad de cambiar de temática y la falta de interés en buscar otros lenguajes, como la abstracción o el arte conceptual, se ha dedicado a profundizar en sus visiones del mar, los veleros y los faros. Y en ese camino hacia lo simple y lo profundo se ha embarcado, y los resultados se muestran en esta última exposición que presenta en la galería Vidrat de Ciutadella.
Con la primera mirada ya descubrimos una pintura más esencial, más serena. Las paredes negras de la galería nos destacan la sutileza y la armonía de sus luces y colores. Visitar esta exposición se convierte en dar un paseo entre instantes eternos de luces suaves. Sus pinturas, de un tamaño nunca excesivo, tienen la virtud de traernos atmósferas marinas envueltas en una ligera bruma, como la de esos días que no acaba de levantar y nada rompe la quietud. Todo parece flotar en un espacio detenido.
Conozco a Jaume desde hace más de 30 años. Tenía yo un estudio de diseño gráfico y era él un estudiante cuando se presentó para trabajar en prácticas. Recuerdo que hicimos juntos un catálogo pera una exposición del pintor Torrent que inauguraba la sala de «Sa Nostra». Fue premonitorio de mi futuro trabajo en esa sala y de una relación de amistad y de trabajo con Jaume.
Él ha seguido dedicándose al diseño gráfico con una calidad notable; y, es más, ha montado una empresa de diseño y estampación de camisetas con sus dibujos que da de comer a mucha gente. Y siempre, en sus diseños, ha destacado su amor a su tierra y sus costumbres. Hay algo en sus obras, algo que siempre nos remite a su origen menorquín y a su manera de percibir su cultura tradicional y la naturaleza.
Un par de años lo tuve como alumno de la Escola Municipal de Dibuix en Ciutadella. Sacando horas tras su jornada laboral y descubriendo los recursos que le ofrecía la pintura. Fue un alumno agradecido, de los que asimilan lo que le propones, de los que disfrutan arriesgando y buscando su voz propia. Pero la carrera y el prestigio como pintor se lo ha ganado él solito.
Aunque su primera pasión era la vela. Desde niño navega en su club de toda la vida: el Nàutic de Ciutadella. Por tradición familiar, por amor a la mar y la atracción por dominar la fuerza del viento. Aunque ahora ya no compite. «Me he vuelto menos competitivo en todo -dice-, en el deporte, en el trabajo, en la vida misma. Debe ser la experiencia o la edad». La mar ahora es inspiración y disfrute calmado.
La mar es ahora un espacio vacío donde encontrarse a uno mismo, donde deambular con tus propios pensamientos y dejando que las preocupaciones y prisas se las lleve el viento. Y luego, de vuelta a casa, a su estudio en el Barranc dels Horts, reflejar en un lienzo esa experiencia vital, emocional, casi mística.
Esta exposición está ligada a su anterior «Boires. Visions d’un navegant», donde ya se percibía un cambio importante y sutil en su obra. Una evolución quizás fruto de la introspección y las sesiones semanales de yoga con su profesora y amiga Elena Baracco. Allí descubrirá ese camino hacia lo esencial, la sencillez y la paz. Jaume Bagur está en ese camino de desprendimiento de lo superfluo y de lo impuesto. Pinta lo que quiere y como él quiere. ¿Se puede pedir más?
¿Y puede servir la pintura para comunicar y llevarnos hacia ese estado de paz y serenidad? ¿Es quizás un nuevo romanticismo enriquecido con la espiritualidad oriental? ¿Ha sido necesaria esta trayectoria de 30 años para alcanzar esta obra madura, precisa, bella y tranquilizadora?
Quizás esa combinación entre la luz del mar Mediterráneo, el modelo de vida menorquín y un toque de espiritualidad oriental explicaría el hechizo de esta isla, que algunos llaman magia. No lo sé. Pero tengo claro que Jaume sí.