Hoy al fin, me he sentido con valor, para escribir unos renglones dictados desde lo mas profundo de sentimientos dormidos de mi gran cariño y admiración hacia aquel hermano mayor de mi querida Sión, la niña de pelo ensortijado que me daba la manita en el patio, no el de mi casa, ni el particular. Me refiero al patio con dimensiones suficientes para acoger a los chiquitines a la hora del recreo en la escuela parvulario de las religiosas Carmelitas Descalzas, de la calle de santa Rosa 4 de esta ciudad.
Mientras tanto, la otra mano la daba a Margarita Ponseti Calderón, o a Pepi Borras Recasens, todas ellas amigas a pesar del tiempo transcurrido. Y por favor no se me vayan a enfadar otras muchas más, Gero, Nacra, Gloria, Toñi, Juanita, Florentina, Lina, etc.
Yo, acostumbrada a los silencios de mi hogar, al no tener hermanos ni mayores ni menores, me chiflaba cuando iba a los hogares de aquellas niñas tan afortunadas con los suyos, especialmente el mayor de mi Sión. Él, Antonio, un chaval de 15 años, tan guapo, tan parecido a su madre la señora Carmen, de hablar castellano con acento muy particular propio del cartagenero o murciano, no recuerdo de donde provenían, por el contrario no se me ha olvidado eran muy buena gente. Pepe, el otro hermano, no lo recuerdo tanto, apareció en mi vida al hacerse novio de Dea, la amiga de mi prima Paquita, la de la tía Maria.
Casualmente, a lo largo de nuestras vidas, siempre hubo vínculos que nos unieron con aquel Antonio. Primero siendo novio de Juanita, una de las vecinas de la calle de Santa Catalina, la que cosía como las mayores figuras del momento, siempre con tan buen gusto, la que llevaba los delantales más blancos y más bonitos, y las zapatillas con cuña al estilo chancleta que tanto me hacían suspirar pensando, cuando fuese mayor, las quería tal cual.
Y aquella pareja tan especial, se casaron y la niña de ca´n Gori fue a coser en aquel porche del numero 19 de la calle donde nací y la vida fue pasando, y cuando yo ya era madre coincidimos de nuevo en la calle del Castillo.
Miren por donde, ellos en el quinto y nosotros en el primero, y mis hijos aprendieron amarles y a quererles, al ver aquella pareja, la que yo había visto toda la vida, ellos los llamaban con cariño ¡ Toni, Juaniteta! Lo propio hizo mi nieta Judith ¿Qué quieren que les diga? Antonio y Juanit siempre fueron la imagen de la felicidad, de la bondad, de la compenetración, de los matrimonios que todos desearían para los suyos, del orden y las cosas establecidas, jamás se les vio altibajos tan frecuentes entre otros, ellos siempre en la misma línea, tan risueños, llenos de complicidad, lucharon, y fueron caminando por el camino de la vida, unidos y escribiendo en su libro de la vida renglones en mayúsculas, que lamentablemente deberá continuar escribiendo mi amiga del alma. Juanita, sin duda alguna, lo hará con firmeza, ella sabe que no está sola, su Toni continuará a su lado, como lo ha estado toda la vida. De momento nuestra Virgen de Gracia guarda su sueño, en una sepultura a pocos metros de donde lo hacen mis padres, haciendo que un día continuaremos cerca, muy cerca.
Descansa en paz Toni y para ti mi querida Juanita, todo mi cariño. Sabes que te quiero tanto, como aquella vez que me presente en tu casa 'amb sa cadireta baixa', deseosa de que me enseñaras a coser.