Me ha llamado poderosamente la atención la campaña llevada a cabo por el diario MENORCA contra la denegación, por parte del Ayuntamiento, del permiso para colocar sombrillas, sillas y mesas en la calle José Mª Quadrado, junto a la columna del cordero, uno de los símbolos de nuestras fiestas de San Juan, que convierte aquella privilegiada zona en la extensión de un bar, en su beneficio exclusivo. La postura del diario me parece parcial e injusta.
Existe una normativa municipal, aprobada en su día por unanimidad del consistorio, según la cual no se puede autorizar a un establecimiento a habilitar terrazas (con sillas, mesas y sombrillas) en fachadas ajenas a la suya, es decir de otros vecinos, sin el consentimiento previo de éstos. El establecimiento en cuestión ni siquiera se encuentra situado en la calle de José Mª Quadrado, sino en la de San Sebastián en la cual, por su estrechez, resulta poco capaz para sillas y mesas. Los actuales empresarios del establecimiento, al invertir en el mismo, debían tener perfecto conocimiento de esta normativa, por lo que ahora no tienen derecho a quejarse si se les hace pasar por la misma.
Lo grave del caso es que el Ayuntamiento autorizó la terraza en contra de sus propias normas. Es grave, además, porque nos encontramos en un momento en que la indignación general ha crecido como un souflé por la corrupción de las personas que ostentan cargos públicos. Corrupción que comparten todos aquellos que piden y presionan para que los titulares de la Administración actúen al margen de la Ley. ¡Cuán fuertes deben ser las presiones (y de quién) recibidas por el Ayuntamiento!
La decisión municipal de desautorizar la «terraza» fue debida a la firme actitud de los vecinos de acudir a los tribunales acusando de prevaricación a la responsable de Gobernación municipal que amparaba el desafuero, después de haber hecho caso omiso a sus reiteradas quejas. O hacía cumplir la norma o prevaricaba. No cabía otra alternativa para la regidora. En realidad lo que decidió fue una retirada a tiempo.
Esta situación resulta muy delicada y hasta conflictiva en el casco antiguo con sus calles estrechas y especialmente en su eje central de la calle José Mª Quadrado que experimenta la máxima concentración peatonal. En el casco antiguo de Ciutadella los edificios no son bloques de pisos sino, por lo general, casas de planta baja y una o dos plantas más, constituyendo una sola vivienda familiar. ¿Quién es el vecino que quiera que un bar más o menos próximo se instale en su acera o en su fachada inmediata con mesas, sillas y toldos? No es cierto que terrazas como la del caso que nos ocupa no causen molestias. Tampoco es cierto que no se produzcan denuncias. Muchos vecinos están cansados de acudir al Ayuntamiento y a la policía sin que les hagan caso.
Los ruidos de las conversaciones, del trasiego de vajillas, de la retirada de mesas y sillas y su reposición por las mañanas impiden el descanso de los vecinos, las ventanas de cuyos dormitorios se encuentran situadas sobre las «terrazas». El descanso es una necesidad vital que da lugar a uno de los derechos fundamentales de la persona y de la familia. Corresponde a la Administración velar para que se respete este derecho de los vecinos, la parte más débil, frente a las poderosas organizaciones empresariales en que se aglutinan los restauradores y demás establecimientos de ocio.
Se trata de saber qué tipo de ciudad se desea. La nuestra, en su parte antigua, se está convirtiendo en una zona comercial y de ocio de temporada, despoblada de vecinos. Casas vacías, muchas de ellas en venta. Otras deterioradas. Segundas residencias. Formada a través de siglos, llena de vida, legítimo orgullo nuestro, corre el riesgo de precipitarse por la pendiente de la degradación y la decadencia. Son muchas las ciudades que están tomando medidas drásticas para asegurar la calidad de vida y la tranquilidad de los ciudadanos. Necesitamos, con urgencia, un plan ecológico-urbano-humanista que asegure su futuro.