El fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano y también el primer pontífice jesuita pero que ejerció como franciscano, abre el tiempo de balance de sus aportaciones a la Iglesia católica. Y, al mismo tiempo, inicia una etapa de gran incertidumbre sobre el futuro de esta institución, concretamente el rumbo que emprenderá su sucesor.
Tras llegar «del fin del mundo» a la Santa Sede en marzo 2013, impulsó una reforma integral de la Iglesia al reanudar la senda del Concilio Vaticano II, promover la renovación de la Curia y apostar por la sinodalidad, designar a mujeres para desempeñar puestos clave en el gobierno de la Iglesia, y aplicar medidas para atajar los delitos y pecados de los abusos sexuales en los ámbitos eclesiásticos.
Así como el papa Wojtyla -Juan Pablo II- ejerció un papel capital en 1988, junto con Reagan, Gorbachov y Thatcher, para la caída de los regímenes comunistas en la Europa del Este, Bergoglio emergió como el único líder global y con influencia moral para imponer la razón del sentido común al segundo gobierno de Trump y sus planteamientos imperialistas. Al ‘America First’ del presidente de Estados Unidos replicó con toda la Humanidad. Lo relevante es que el próximo papa tenga los mismos valores y la solidez para actuar con autoridad para hacer frente a los discursos supremacistas.