Tal como dije la semana pasada, me dispongo a hablar, o recordar, de una de las antiguas celebraciones familiares, las bodas.
A buen seguro no es el día más apropiado, debí decantarme comentando sobre la hucha de la Munar.
Hace tan sólo unos momentos, acabo de leer a na Vermella las noticias des diari. Mientras le iba poniendo al corriente a modo de susurro muy cerca de la oreja, no paraba de revoltear la larga cola, principalmente al llegar a la cifra de euros que ha debido pagar al juzgado per dormir a ca seva. Y me pregunto ¿cómo es posible que una mujer tan joven haya podido ahorrar tanto...?
Al mirar alrededor, observo hombres y mujeres, familias enteras que han fet feina tota una vida y les viene justito finalizar el mes con dignidad. Y de la hucha, ni hablar, con la llegada del euro la fueron vaciando día a día para poder llegar a los consabidos redondeos que ejecutaron los comerciantes.
Y me vuelvo a preguntar ¿cómo logró tal botín? A esto sí que encuentro una rápida respuesta. Uniéndose, casándose con unos y los otros. Yo te doy esto y a cambio tú me ingresas tanto. Sin pasar pena alguna, como decimos incorrectamente los menorquines.
Me imagino el cuarto de baño, de la ex presidenta, con su ducha, su amplia bañera de hidromasaje, su sauna y los armarios, llenos a rebosar, de potes de potingues, todos ellos repletos de euros. No creo que la Munar usara los de Cola- Cao, o de cubitos Maggi. A la princesa de Palma, como la llaman sus correligionarios, no li treuen aquestes coses.
Tras este breve comentario de lo que en realidad se podría definir lo que representa, el mundo político, me decanto por hacer punto y aparte. Es tal mi decepción que la cosa está clara, si vivim coses veurem.
¡A lo que iba! Escribir sobre viejas costumbres, en este caso las bodas en nuestra ciudad.
Es casaments. Tras un largo noviazgo, llegaban los preparativos de boda. Digo largo, porque para llegar a reunir los enseres en que vestir la casa, pagar muebles, ropa de vestir de la pareja, convite y poco más, els hi venia més just que sa pell des nas.
Se casaban con lo justo. Una mesa de cocina, dos sillas. Muy pocos con nevera de hielo. Ni hablar de lavadora y televisor, estos artilugios no habían llegado, por remontarme a los años cuarenta.
En el comedor, la mesa con sus seis sillas, un aparador y algunos llegaban a disponer de vitrina. Dos butacas de mimbre con su mesa y un aparato receptor, para estar al corriente de las noticias nocturnas que emitía Radio Pirenaica, o la B.B.C. de Londres.
Un dormitorio, al que llamaban de soltera, con su cama de plaza, una mesita, ropero y una percha en la pared. Por supuesto, no olvido el de matrimonio con tocador, armario y dos butacas. La cosa variaba, según la casa que habitaban, una mayoría disponía de habitación para planchar, en un rincón la máquina de coser y de dedicarse al mundo de la bisutería, la usaban para trabajar en la misma. Soldando, haciendo ballestilla, pintando, etcétera.
Recuerdo que poquísimas casas disponían de cuarto de baño, para ello usaban otra habitación. Al final de la casa, el cuartucho o excusat y en el patio, la pica para lavar. No puedo ni debo generalizar, todo era según la vivienda de que disponían, los había que tenían porche, otros sótano y de esta manera la distribución cambiaba. Si a ello añadimos la condición social, la cosa cambia mucho más.
La novia, además de la dote, de la que ya hablé, colgaba en su armario dos batas o vestidos para diario. Otro para los domingos, abrigo de entretiempo o de invierno, según la época, un par de blusas y el traje de boda, amén de la ropa de que disponía de soltera.
Muy pocas, poquísimas, lucían vestido blanco i menos llarg. Quedando relegado a los de alta alcurnia o familias adineradas. El traje de boda, de la llamada clase media, consistía en un traje chaqueta negro con blusa blanca, o bien vestido de aquel color. Zapatos también negros y velo diversa. Solían prenderse en el pelo, o en la solapa, un ramito de azar. Otras, lucieron el velo blanco y algunas más atrevidas se decantaron por llevar sombrero.
La indumentaria de los varones siempre fue la misma, traje oscuro, gris merengo, azul marino o negro, camisa blanca, corbata...
Alguien me preguntó sobre el horario. Decir que en los años veinte y treinta, si alguno de los contrayentes estaba de duelo, se casaban a las cuatro o las cinco de la madrugada. Después de la guerra, la cosa se alivió, llevándose a cabo a las siete. Pero si él o ella eran viudos, la ceremonia tenía lugar a las seis, me refiero de la mañana. Y siempre en la capilla del Sagrario, jamás en el altar mayor. Con la particularidad de que no se hacían fotografía de bodas, algo impensable, Déu mos n'alliberi, tot es poble s'hagués entemut. Siendo mal visto y muy criticado, la mujer que se casaba con un viudo no tenía derecho a ello.
A la salida de la iglesia, la familia se reunía en el domicilio de la desposada, donde la noche anterior con la ayuda de los familiares más allegados se habían montado con tableros y banquets, largas mesas cubiertas con manteles. El desayuno consistía en chocolate a la taza, acompañado de ensaimada. Dos panecillos de Viena, uno de queso y el otro con sobrasada, una empanada o pasta salada, sirviéndose vino blanco de Alella. No todos invitaban de pastel de bodas, esto sucedió mucho después. Pero sí de varios pasteles, un palo, un imperial o un rus. Moscatel y los licores de siempre, anís o menta para las mujeres y coñac para los hombres.
Hubo fiestas de nuvís, celebradas en sus casas servidos por restauradores tan preparados para ello como Ernesto Palli, al cel sia, y otros.
Fue entonces cuando se iniciaron la misma clase de reuniones en el casino , es que se va cremar, el Sevilla de la cuesta de Hannover, el Orfeón Mahonés de detrás de Santa María. Los señores acudían al Casino Mahonés de la plaza del Príncipe.
A mediados de los años cincuenta, llegó la modernidad, sin distinción de clases sociales, las novias lucieron sus galas de novia por todo lo alto, trajes blancos largos hasta los pies con más o menos cola a gusto de cada una de ellas. Adornando sus cabezas con blancos tules, llamados tul ilusión.
Que nadie vaya a pensar que se me ha olvidado hablar del ramo nupcial. Por lo que observo en antiguas fotografías del siglo diecinueve, ya se llevaban.
En otras ocasiones ya hablé de ellos, haciendo hincapié en que iba rematado por cintas de raso o satén, e incluso de groguen blanco. Cada una de ellas con distintos nudos, lo que llevaba a significar para la joven que lo recibía los años que le quedaban, para casarse, nus per any.
Jamás olvidaré lo que representaba para las mujeres de todas las edades acudir a la puerta de la iglesia para observar tal acontecimiento. Agolpándose en la entrada, comentando entre unas y otras las distintas vestimentas de los invitados, esperando lo hiciera el novio y su madre, hasta que por fin llegaba la novia, dejándose escuchar un rumor de... ¡Oh... qué guapa está!
Habíamos llegado a finales de los cincuenta, cambiándose los horarios, teniendo lugar a las diez y las señoras a las doce.
Es una lástima que se me haya terminado el papel... queda tanto por decir... pero les aseguro que volveré sobre el tema. Opino que los niños de hoy cuando sean abuelos les agradará saber cómo vivían y cuanto hacían en una fecha tan señalada.