Una noche más, la que todos llaman buena. Al recordar, las pasadas, las vividas, vienen a mi memoria el gorgoteo del agua que llenaba el pozo, recorriendo un intrínseco río, retornando su caudal al mismo recipiente y vuelta a bajar por una especie de cascada.
Por el decir de cuantos nos visitaban a la vez que contemplaban aquel pesebre, felicitaban con profusión de alabanzas a su montador. Juan, el padre de aquellos dos niños que le acompañaban en busca de tierra, verdet, piedras de diferentes tamaños, ramas de ullastre, cirereta guinga y otras diferentes más de las que no recuerdo su nombre, llegaban a casa felices, con sus caritas rojas por el frío, cargados de estas cosas que siempre se usaron para el montaje del belén. Entre tanto, sus padres al igual que todas las Navidades discutían mentre se deien picardies moridores. Nada extraño, aquella madre de familia, había iniciado la limpieza general en el salón comedor, recibidor esmerándose con las paredes, parquets, mobiliario, cortinas recién lavadas y planchadas al vapor de una plancha que se encontraba con un almidón a la antiga. Después de tanto trabajo y miramientos, cuando el calendario indicaba que se encontraban al 23 de diciembre, el padre y esposo, se decidía al montaje des betlem. Ello significaba vueltas a limpiar, llevar bordell, cuando lo suyo debía ser dedicación exclusiva en las tareas propias de la cocina, amén de las compras de última hora.
Aquel año de 1979, jamás será olvidado por muchos motivos, entre ellos, la cara de sorpresa que sin disimulo alguno ponían familiares y amigos al entrar en aquel estar… no la provocaba la belleza del montaje de casitas, pastores…, había algo más, mucho más llamativo. Junto a la mesa cubierta de vegetación, de pastores adoradores, la cueva con la Virgen y José cuidando de su niño Jesús, gallos, gallinas, conejos y cerdos esparcidos por aquí y por allá .En aquel mismo lugar a modo de una gran ornamentación navideña se encontraba un cubo de los de fregar suelos con su palo y fregona, sí, sí, no he dit cap disbarat. Dichos artilugios debían encontrarse lo más cerca posible debido a las graves inundaciones producidas al conectar a la corriente eléctrica el pequeño motor eléctrico encargado de las virguerías que hacía el agua. Era tal su caudal, que hi havia aigo per tot inclusive el suelo de la estancia. Por ventura que la mesa estaba envuelta con un mantel o tapete y no podían observarse la cantidad de trapos que bajo aquel pueblo de Jerusalén se encontraban como chupones del caudaloso, rio y… cascada. Transcurridos treinta años, la cosa se ve de distinta manera, no pasa Navidad que no se hable de ello, provocando nostálgicas risas.
Sentada junto al fuego, observando cómo se van consumiendo los troncos y ramajes, tras una frenética danza al son de las llamas que cuidan del bailoteo, cierro los ojos y revivo aquellos felices momentos. Mientras escucho la cantarina voz de Judith, mi querida nieta del alma, para que una vez más le detalle de las peripecias de su madre y su tío quan eren petits. Hay tanto por decir, la primera felicitación recitada desde lo alto de la silla del comedor. Es primer molts d'anys, la primera carta a los Reyes Magos…
El reloj fue girando y las hojas del calendario arrancadas, una a una. Se acabaron las discusiones, las producidas por el montaje del pesebre. Juan, aprovecha los días de principio de diciembre y sus fiestas, que aún hoy desconozco, su significado, para idear cómo desea su belén. Los niños dejaron de ayudarle, dedican el tiempo al de sus respectivos hogares, la que sí ayuda es la niña, nuestra niña, y tal vez por ello con tal de contar con su colaboración, llegado el 15 se encuentra a punto.
Esto y mucho más he ido meditando, no volvería a las discusiones del ayer, no merecía la pena.
Y volví a soñar, en la penumbra de la estancia, mientras sentí una punzada en mi corazón. Recordando otras Navidades, sentada en el regazo de mamá Teresa, mientras su aliento se confundía en mi rostro y en mis oídos escuchaba sus historias de niñas buenas que ayudaban a sus padres. Sus susurros, su dulce voz y aquel cariño de madre buena, me hizo ir a la mañana siguiente a depositarle un ramo de flores en su tumba. La mañana era gélida pero me alegró la iniciativa, me sentí feliz entre mis rezos a una mujer que sin parirme fue mi madre.
De camino a n'es lloc de sa figuera, recordé antiguas felicitaciones recibidas, por parte del sereno, el basurero, es suquero, el cartero, los repartidores de prensa, entre otros, todos ellos en busca de la propina.
A principio de diciembre, mis padres cuidaban de decantar los correspondientes aguinaldos. Los más arriba citados, añadiendo el barbero, la peluquera, el acomodador del cine, algunos chiquillos que en época de vacaciones escolares ayudaban a mi padre. Supongo que el que verdaderamente ayudaba debía de ser Gori haciéndose cargo de aquellos niños, que sus madres confiaban al de la motora con tal de no tenerlos perduts per enmig des carrer. A estos no les entregaba dinero, se suponía que sus familias no iban sobradas, lo que hacía que mi madre les preparaba una canasta provista de patatas tiernas, tan populares en Navidad, manzanas del Bon Jesús, una botella de aceite, un kilo de azúcar, un paquete de macarrones, una bolsa de lentejas o garbanzos, naranjas Navel y una botella de moscatel de casa Ferré junto a otra de champán Dubois.
Mientras, la mesa de casa Mando continuaba con su impecable mantel repleta de cosas propias de las fiestas que se acercaban. Mando y su esposa Marieta, propietarios de la tienda de comestibles esquina con la de San Sebastián con la plaza de San Roque, se afanaban en atender las compras y demandas de la vecindad. Días de ajetreo y de vigilancia, cada vez que entraba algún chaval acercándose más de lo debido. Con sus palanganas de dulces de congret y de pasta real, tentando a los niños, cajitas de dátiles naturales, almendras, racimos de plátanos pendiendo desde lo alto de una de las vigas. Y turrones de diferentes clases, desde la Reina, que nada tiene que ver el actual que se está comerciando con el mismo nombre, Jijona flojo y del fuerte, mazapán de Cádiz, con fruta, y Dios sabe cuántas cosas más habría expuesto en el rincón de aquella entrada.
Para Mando y Marieta, al igual que los parroquianos de la casa que pasaron a mejor vida, les dedico un recuerdo y una oración.
Por supuesto que hay mucho por escribir y recordar, pero debo dejarles, mis compañeras des Talayot de Trepucó me reclaman para picar varios kilos de almendras que alguien nos encargó… i el primer es el primer.
En esta ocasión me place publicar dos hermosas felicitaciones, recibidas de sendos niños, som tan al·lotera…
Francisco Mogollón Pons, que el próximo 14 de febrero, si Dios quiere, cumplirá los dos años. Agradeciéndole el detalle con esta servidora a su querida madre Na Marta de Ferreries, a la que tanto aprecio al igual que al equipo, formado por auténticos profesionales, fisioterapeutas de dalt de tot. Gracias por vuestras atenciones y por ayudarme tanto. Un beso, Vanesa.
Y si decía que Francesc es un encanto, no sé qué calificativo anotar de Ainhoa y Miryam Egea Sintes, de nueve y cinco años respectivamente, dos preciosas hermanas que según los pajes de Oriente me han dicho, este año vendrán cargados de regalos para demostrarles lo contentos que están de ellas, por ser tan buenas, tan obedientes y ayudar tanto a su mamá. ¡Ah… no olvidéis, dejarles algo de fruta, ya que parece ser que a los tres reyes les encanta, mucho más que las galletas y golosinas!
Y para vosotros, queridos lectores, ¡feliz Navidad!