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Sin flash

Un cuento de Navidad

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Había llegado de nuevo la Navidad al Mundo de las Ideas. Ese lugar apacible y etéreo que describió Platón en sus bellos diálogos.

Allí estaban todas reunidas: las viejas Ideas Puras, las innovadoras, las extravagantes y casi todas las malas (la mayoría), en animada tertulia.

- ¿Habéis visto la ambientación navideña que hay allí abajo, en el reino de los pobres mortales?

Todas miraron hacia la Tierra, que en muchas de sus atiborradas ciudades se hallaba más iluminada que nunca. La gente compraba regalos, preparaba cenas familiares, cantaba alegres villancicos alrededor de figuritas de barro…

- Francamente – dijo la Sinceridad – me parece que lo nuestro es demasiado teórico. Me gustaría poder sentirme humana durante un tiempo.

- Vayamos a vivir con la gente de carne y hueso. No creo que haga daño a nadie que las Ideas nos hagamos realidad durante estos días tan señalados.

- Tened cuidado, que es muy fácil corromperse ahí abajo – exclamó la Prudencia.

Cuando la Alegría entró, la Tristeza salió rápidamente de la habitación. Saludó a la Libertad y la Responsabilidad, que siempre iban cogidas de la mano, mientras el Bien, que no quería ofender a nadie, les dijo:

- No podemos bajar todas a la vez. Esto se quedaría sin Ideas.

- Yo decidiré quien va – sentenció la Suerte.

Finalmente, partieron unas cuantas con la Ilusión, que las acompañaba. En el sereno Mundo de las Ideas, todo regresó a la normalidad e inmortalidad de siempre, y durante los días siguientes, se olvidaron todas del asunto.

Al cabo de unas semanas, la Curiosidad quiso saber cómo les iba a las compañeras que habían partido. Hicieron un breve cónclave y decidieron enviar a la Sabiduría, para investigar y enterarse de lo que estaba ocurriendo.

La cosa no salió exactamente como se imaginaban. Ellas, que pretendían mejorar el mundo y pavonearse con su espléndida figura entre los mortales, no tuvieron más remedio que aceptar las dificultades de ser vulnerable y real como la Vida misma.

Lo que se encontró allí abajo, la hizo todavía más sabia y comprensiva. La Verdad iba mendigando perdida en la gran ciudad, ante la indiferente mirada de los miles y miles de transeúntes que no la reconocían para nada; la Justicia y la Igualdad se habían quedado en el paro y estaban pasando un frío horroroso; la Belleza triunfaba en la televisión y el Amor, trabajaba en la ONCE vendiendo cupones.

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