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Koldobika Jáuregui: el silencio de la materia

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Discípulo de Eduardo Chillida -tan enamorado de Menorca-, Koldobika Jáuregui (Alkiza, 1959) nació escultor, con una corpulencia apta para tratar esos inmensos bloques de piedra, hierro o madera que sus manos transforman en maravillosas esculturas en su casa-taller de Tolosaldea, la comarca donde se encuentra Alkiza, en la que rodeado de la naturaleza, aislado, vive, trabaja, reflexiona y esculpe sus esculturas, a veces megalíticas, siempre potentes. Pero hablar de su obra es difícil, porque es una obra que hay que tocar, que hay que sentir. Sus esculturas en hierro parece que se oxidan, y cuando las tocas transmiten el golpe del martillo, el frío de la noche, el ritmo de la vida; pones la mano y sientes su energía, y resulta difícil quitarla porque una fuerza especial te llama, te atrae, te pide que las disfrutes, que las mires, que las sientas. Y algunas de sus pinturas dejan de serlo para ser lo que hoy se llama escultopintura, donde junto al óleo, la tinta o el acrílico están el cincel, el clavo, la gubia y el martillo. Madera, piedra, hierro, cerámica, xilografía, dibujo: un dibujo hoy elemental, protofórmico, en busca de las formas originarias de la vida, presentes siempre en la naturaleza. Se funde el hierro en sangre, se purifica en las venas y se forja a martillo en el encéfalo; y en la penumbra, cuando las cosas se funden en un paisaje que se desvanece, sin ruidos, Koldobika detiene el instante y busca lo esencial de las formas, las libera, tratando de encontrar respuesta a los interrogantes que aquellas le formulan. "La noche posee rasgos. Posee la intuición que nos hace ver dichos rasgos. El tiempo se hace lento, cierra los ojos el pensamiento y todo es sensación, percepción. Nuestro andar erecto es dudoso y nuestra visión, soporte fundamental, nula. La sensación de todo desaparece y solo el oído percibe un sonido, como al acercarlo a una caracola vacía cree escuchar la mar, en este caso, cree escuchar el silencio. Cuando todo esto ocurre estamos en la noche, el sueño de la memoria y todo es rasgo. Siempre iluminamos para ver o percibir los espacios ¿no deberíamos tal vez oscurecerlos? Y en el negro espacio percibir las otras sensaciones que duermen de la luz del día".

Koldobika es un artista autodidacta en continua experimentación, en una tensión constante entre la figuración de sus principios y lo abstracto: "ser escultor es muy difícil; con el tiempo, mis objetivos han variado. En un principio me interesaba la escultura por la escultura, pero luego me di cuenta de que este arte abarca también otros aspectos: las vivencias diarias, los sentimientos, los libros que se leen, las personas que se conocen... En los últimos veinte años he dado con el modo de encauzar todo eso, y ahora me sirvo de la escultura para expresar lo que llevo dentro. Estoy seguro de que el día que no consiga hacerlo la voy a dejar. La escultura me permite manifestar quién soy. Del mismo modo que el tiempo me cambia a mí mismo, cambia también mis esculturas". Maderas oscuras, tintadas o esculpidas a fuego, purificadas de impurezas, ocultando cualquier vestigio de la talla para dejar una superficie desgastada bajo un discurso de formas calladas, atemporales, esenciales, que apenas se insinúan, que proponen la colaboración del espectador para la comprensión del universo, objetivo al que se dirige el artista utilizando su obra, su soledad y el silencio como las herramientas mas adecuadas para ello: "Últimamente me interesan más las formas simples, porque rebosan de energía y encierran un enorme poder. Hay muchas razones que explican el por qué de la simplificación de mi trabajo. En el mundo artístico los procesos son muy largos y complejos. Los cambios personales que he sufrido tienen mucho que ver con mis obras de arte". Ensamblajes de chapas de hierro, a veces toques de pan de oro: "Es un material al que he ido y he vuelto, de forma intermitente. A veces lo encontraba hortera. Lo he amado y odiado, pero hace cuatro años volví a él. Al final, he decidido dejarme llevar por lo que necesito".

Rocas monolíticas de las canteras de Marquina y de Lastur, que el artista talla con paciencia hasta convertirlas en obras singulares, en signos que transmiten silencio y reflexión sobre la naturaleza, sobre el espacio y sobre el transcurrir del tiempo: "Primero se me ocurre una idea, y hasta plasmarla en una escultura habrán de pasar unos dos o tres años. Al ligar el tema con la forma, cuando ya tengo los dos elementos, intento expresar lo que estoy tratando de expresar. Mis ideas suelen ser muy amplias, de modo que en ese largo proceso de creación de una escultura siempre hay lugar para la improvisación". Obras que se reconocen a sí mismas, de las que el artista se considera sólo un accidente porque la obra de Koldobika, esencialmente conceptual y minimalista, huye de retóricas y busca la esencialidad a través de una liberación formal y de una ejecución sin estridencias, de unas esculturas que tienden a lo suave, que transmiten serenidad y una gran capacidad de sugerencia; y a pesar de ello constituyen una obra poderosa, fuerte, rápida y constructiva, como la definió Chillida cuando en 1990 le concedió la beca Zabalaga. Es una obra de espiritualidad creciente, auténtica, a veces ascética, siempre intimista y fruto de una intensa reflexión personal que busca sobre todo la meditación y la calma: "Vale ya de generar dolor por dolor".

A principios de 2007 el Museo Guggenheim de Bilbao dedicó a Koldobika Jáuregi la segunda exposición didáctica de la iniciativa "Laboratorios. Miradas en torno a la Colección Permanente", una muestra para permitir la comprensión del proceso creativo de la obra "Asedio I", adquirida por el Museo para su colección en el año 2004; en la exposición se exhibieron diez bocetos seleccionados entre un gran número de dibujos preparatorios y seis esculturas dedicadas a la figura de Jorge Guillén, por su concepción de la materia y el espacio, que giraban sobre los dos conceptos centrales de "Asedio I": la casa y los árboles como símbolos de la civilización y de la naturaleza, ambos destruidos o susceptibles de serlo por el asedio: el artista concibió "Asedio I" en 2003, año previo a la invasión de Irak; consiste en un conjunto formado por un tríptico que representa un paisaje en tonos negros sobre fondo azul, con un puente como elemento central, y, frente a él, un tótem realizado en madera y formado por casas en su base, formas arbóreas y un sol que comienza a hundirse en ese paisaje-tótem. Una obra que a través de los símbolos representa la angustia y el terror que transmite un paisaje asediado. Y en contraposición a la guerra representada en "Asedio I", un cuadro y una escultura titulados "Almohada de Buda", que simboliza la meditación y la calma, con una clara referencia a las filosofías orientales, en las que se introdujo de la mano de Kart Heinrich Müller durante su estancia en 1996 en Düsseldorf, donde residió como artista invitado en el Museum Insel Hombroich, en un proyecto experimental titulado "Arte paralelo a Naturaleza", conviviendo con otros escultores, pintores, compositores y músicos alemanes.

En 1999 su obra se incluyó en la exposición "Spanische Kunst am Ende des Jahrhunderts" ("Arte español en el fin de siglo"), en el Würth Museum, en Künzeslau, Alemania; diez artistas fueron seleccionados por el Museo: Eduardo Chillida, Antonio Saura, Antoni Tàpies, Manolo Valdés, Miquel Navarro, Luis Gordillo, Alfonso Albacete, Alberto Corazón, Blanca Muñoz y el propio Koldobika Jáuregui. En septiembre de 2007 se inauguró en Agoncillo el Museo Würth de La Rioja, centrado en el arte contemporáneo, fundamentalmente en la escultura, de los siglos XIX y XX, y que cuenta entre sus fondos con obras de este escultor, uno de los artistas vascos con mayor proyección en la actualidad.

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