Wikileaks y su cara visible, Julian Assange, son famosos después de haber difundido los documentos de las embajadas norteamericanas. Del fenómeno, llama la atención el contenido, pero también las cuestiones de forma, con matices interesantes. En cuanto al fondo, sorprende que los hechos descubiertos apenas hayan tenido consecuencias políticas y sociales. Eso confirma la idea de que la cantidad masiva de información no ayuda a cambiar nada, satura y no se digiere, por tanto se pierde el valor. Además, la fuente única, aunque sea de documentos oficiales, no inspira a la confianza ciega. El contraste es imprescindible. Al final queda la sensación que las historias pueden ser verdaderas, las opiniones reflejadas en los documentos tienen base y criterio, pero les falta algo, la fuerza del trabajo periodístico que permite a un documento convertirse en noticia o reportaje. La cuestión de forma tampoco es baladí. Los documentos de Wikileaks han tenido una gran trascendencia pública porque han aparecido en periódicos de papel. Su presencia solo en la red habría diluido su importancia. Confirma lo que ya sabíamos, la información en internet no tiene el peso ni la credibilidad de los periódicos. Al final, lo importante siempre es el contenido y no el envoltorio. Sin embargo, me agrada pensar que no será fácil prescindir de los periodistas.
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