Qué envidia. O no, no lo sé. A estas alturas, amigo lector, si vienes leyendo mis reflexiones habitualmente te habrás dado cuenta de que soy un bicho raro. Que me gusta lo que no es como los demás y que me aferro, como un tonto a un caramelo, a las causas perdidas. Porque a mis 25 años me pienso, ingenuo, que sé de muchas más cosas de las que realmente conozco. Y la vida, que es presumida y caprichosa, que flirtea con cualquiera que se parezca a mí, me suele dar lecciones cada tres por cuatro para recordarme que me queda mucho por aprender.
"Lo siento". Con un cartel tan simple un vagabundo cazó mi atención ayer por Barcelona. "¿Que lo sientes?", pensé. Al no tener compañía y como la curiosidad, aparte de matar al gato, me corroía por dentro, le pregunté al señor de qué iba el mensaje. La verdad es que me siento más periodista en los lugares en los que no se me conoce porque creo que así las historias que me cuentan no vienen edulcoradas de ninguna forma. El vagabundo me explicó que las personas estamos equivocados en muchas cosas y en otras estamos muy equivocados. De ahí que él se compadeciera de todos los que se topaban con el cartelito.
"Caramba, al colega se le ha ido la mano con el tinto", razoné en silencio. "¿Y por qué?", me atreví a preguntarle. Su lucidez a la hora de responderme fue la que, a modo de colleja, me enseñó que cualquier prejuicio es inútil, banal y sobra. "Veo pasar cada día a miles de personas; unos me ven, otros me miran, pero para la mayoría ni siquiera existo. Hablan por el teléfono gesticulando, dando voces y aparentando que son los reyes del cotarro". No le faltaba razón. "Lo siento porque nunca serán felices, siempre perseguirán un sueño que al alcanzarlo se volverá otro".
"A mí me va bien con lo que tengo. Una vez tuve un trabajo, un coche, una mujer y un hijo. Una vez era yo el que hablaba por el móvil, el que cenaba en los mejores restaurantes y el que quería una cosa, luego otra y luego otras más". Ahora, por las pintas, resultaba evidente que no tenía ni lo uno ni lo otro. Un chándal desfasado, sucio y que abrigaba lo suficiente. "A mí ya me va bien", dijo y le solté un euro antes de marcharme. Habrá quien a esta actitud la llame ser ambicioso. Otros dirán que todo lo contrario. A mí, si te soy sincero, todavía me tiene con la duda. ¿Le tienes envidia? Yo no lo sé.