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La alargada sombra de Woody Allen

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Por razones ajenas a mi voluntad, no pude estar en la presentación en Maó de Cuestión de huevos, la última y regocijante novela de Pedro J. Bosch, humorista melancólico y cazador de absurdos a tiempo completo (lástima que el absurdo no tenga cornamenta, porque no nos cabrían los trofeos en nuestras casas).

Dedicada al gran maestro Woody Allen, a quien le debe el título, y cuya alargada sombra impregna toda la obra de Bosch, esta novela nos permite asomarnos a la alocada semana de Luis Alonso, un periodista pusilánime y cuarentón, comentarista de fútbol y amante del orden, la rutina y los placeres sencillos: comer bien, leer buenos libros, mirar películas, ver todas las ligas del mundo en la televisión digital, escuchar a John Coltrane y concederse de vez en cuando una buena coyunda. Hasta que su apacible existencia salta de pronto por los aires, hecha añicos, y el caos y la aventura lo alteran todo, para eterna nostalgia del protagonista que, en medio de la trepidante vorágine de sexo y violencia, no dejará de añorar su vida apacible de días iguales y previsibles.

No sé si yo, antes dionisíaca confesa y enfurecida, me estaré volviendo apolínea y pequeño burguesa con la edad (lo que a decir verdad resulta una hipótesis harto probable), pero lo cierto es que una de las cosas que más he apreciado en la novela es esa oda a las pequeñas alegrías de la vida tan cercana al espíritu epicúreo, opuesto al exceso, y tan afín también al mandato de Voltaire cuando nos sugería que cultiváramos nuestro jardín. En un mundo cada día más paranoico, irracional, estúpido y cegato, como con mirada crítica lo retrata Pedro J. Bosch en su novela, ¿no es acaso cultivar el propio jardín la única forma de resistencia? ¿No será que, como nos lo recuerda Tibor Fisher en su desopilante Filosofía a mano armada, el único problema filosófico serio es encontrar un poco de felicidad en este mundo demencial? Construirse un rincón agradable y placentero y disfrutar en él de esa misantropía selectiva (gran concepto, gracias, Pedro) que para sí reclama el protagonista de Cuestión de huevos no me parece un asunto baladí, sino toda una conquista de la inteligencia.

Que quienes gocen de los punzantes análisis de nuestra sociedad tamizados por el humor y la ironía, cuando no directamente el sarcasmo, y aprecien una buena prosa, se precipiten pues a la librería más próxima y le hinquen el diente a esta pequeña gran novela.

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