Por las calles van camino de su hermandad cofrades y penitentes, con sus hábitos, sus sayos, sus capirotes.
Conozco de una cofradía cuyos componentes llevan un hábito de grueso tejido pardo, con gran capuchón que les oculta por completo la cara. Cuando algún miembro de esta hermandad de cofrades fallece, el sudario con el que es enterrado no es otro que aquel hábito de basto tejido pardo que llevaba cuando procesionaba en la Semana Santa de su pueblo.
El conde y su lacayo, el banquero, el sastre, el señorito y el mileurista, todos son por un igual. El capirote y el "verdugo" les hermana.
La reina doña Sofía pertenece a la Hermandad de la Macarena y Siete Palabras. España entera procesiona, simples curas con sotana al lado de purpurados. Cada cual tiene en su corazón un paso con un Cristo crucificado o una dolorosa, pero también en Semana Santa se dan casos de encuentros y encontronazos notables como el que a continuación paso a relatarles: El cardenal arzobispo de Sevilla, Francisco Solís y Folch de Cardona, (16-2-1713 Madrid, 21-3-1774 Roma), encontrándose a la sazón enfermo, corría el año 1751, se le ocurrió que las cofradías, al salir de la catedral sevillana por la puerta tradicional llamada de Los Palos, modificasen la ruta de tal suerte que pasaran por delante del balcón del palacio donde él estaba para así poder ver los pasos. Algunas cofradías dieron satisfacción al cardenal, otras hermandades se negaron a salir incluso de la catedral y hubo una que se enfrentó abiertamente, de tal manera que al llegar los cofrades con su paso a la puerta de Los Palos, pararon en seco diciendo el hermano mayor, Conde de Mejorada, que ellos no iban a cambiar las costumbres por darle gusto a una persona, por muy cardenal que fuera. Enterado el prelado, le conminó con la amenaza de pena de excomunión mayor. Acto seguido, se disolvieron dos hermandades, una por solidaridad y la otra porque se había enfrentado al prelado.
Aquel desastroso encuentro llegó hasta el Nuncio de su Santidad negándose el prelado, incluso ante la Real Audiencia, a levantar la excomunión. Menos mal que al final los ánimos se sosegaron y el cardenal se avino a levantar la pena de excomunión, continuando aquella interrumpida procesión a partir de las once de la noche de aquel, por esta historia, curioso Viernes Santo.
No hay que rasgarse las vestiduras porque en actos que conmemoran la pasión del Hijo de Dios, se hayan dado en el pasado casos donde lo humano se antepone. Baste recordar que: "Si San Pedro no negase a Cristo como negó, otro gallo le cantara mejor que el que le cantó". Era San Pedro y conocía al Señor, pero era también un ser humano sujeto a sus imprevisibles y a veces incontrolables consecuencias. Aunque a pesar de las flaquezas, San Pedro acabó enfrentándose a su grandioso destino de ser por encargo de Jesús, quien confirmó a los demás apóstoles en su fe, terminando por ser la piedra fundamental de la Iglesia. Cuando Jesús le llama, San Pedro es sólo un pescador que no se llama aún ni Pedro y es tampoco por eso santo. Por eso debemos comprender algunos comportamientos y perdonarlos por extraños o impropios que nos puedan parecer.