El viejo principio que habla de generosidad en la victoria y dignidad en la derrota recobra su vigencia al mirar los resultados y reacciones de la jornada electoral. Quienes han ganado han de asumir la responsabilidad que los ciudadanos les han delegado para los próximos cuatro años y ejercer el gobierno con honradez y eficacia. A juzgar por el nuevo mapa político surgido de las urnas, se espera un cambio y se exige una política más relacionada con los problemas que acosan a la sociedad de hoy. El tiempo de acusaciones cruzadas y la crítica estéril al rival ha pasado en beneficio de la gestión y de la inmediata puesta en marcha del programa más votado. La victoria en las urnas significa confianza y desde la constitución de las nuevas corporaciones municipales e insular ha de transformarse en acción política.
La derrota exige autocrítica, porque sólo desde un análisis sereno de las causas y razones que han llevado a la pérdida del poder puede alumbrarse un nuevo proyecto. Algunas de esas reacciones todavía no se han producido y otras no abundan precisamente en el reconocimiento de errores propios sino en culpas ajenas y entornos adversos, un camino alejado de la humildad que el momento y los electores requieren.