Alguien, con más o menos acierto, "inventó" un día ese lema turístico de Menorca como "isla blanca y azul". Un lema que, aunque no implica una descripción global del ser geológico y antropológico de nuestra isla, ha hecho fortuna y hoy, de modo esporádico y circunstancial, está presente todavía en folletos y en reclamos publicitarios. Podemos presumir que el lema es válido, lo mismo que son válidos los que describen como "brava" a la costa de Gerona, como "blanca" a la de Alicante o como "verde" a la de Asturias y llaman "Costa del Sol" a todo el litoral que va de Tarifa al Cabo de Gata. Son lícitos clarinazos, que buscan los perfiles positivos de una fisonomía geográfica solapando, muy legítimamente, con los contornos de la luz las áreas de sombra que conviven en toda realidad física o espiritual. Faltaría más: el "marketing" así lo demanda. Vale, pues, lo de "Menorca, blanca y azul".
Mucho más que lo de "Menorca, piedras y viento" que alguien enarboló un día y que, aun entrañando una descripción correcta –aunque fragmentaria- de nuestra isla, parece ideado más para minorías amantes de la arqueología y de la meteorología indómita que para el turismo de sol y playa, que sigue siendo el que priva.
Ahora bien, turismo aparte, entiendo que a la fisonomía de nuestra isla le va, a más de lo de blanca y de lo de azul, el adjetivo de olvidada. Porque Menorca, la pobre, ha sido a lo largo de su historia víctima de profundas marginaciones. Son los que yo llamaría los grandes "olvidos históricos" que han marcado nuestra vida y, también, han conformado, al menos en parte, nuestro ser. Y, por huir de circunloquios y prolijidades, marcaría tres de esos grandes olvidos. El primero sería el que acompañó la política conquistadora del Reino de Aragón en el siglo XIII. Aunque es cierto que Jaime I convirtió en tributario al almojarife menorquín, la verdad es que el gran monarca no se molestó demasiado en consolidar la conquista de Menorca en la misma medida en que lo había hecho con la Balear mayor. Menorca no sería reconquistada plenamente hasta muchos años después, cuando Alfonso III "El Liberal" se decidió a desembarcar en la isla para incorporarla, "de facto" y no sólo "de iure", a su corona.
El segundo gran olvido histórico fue el de la incorporación de Menorca al Imperio británico. Menorca fue moneda de cambio en la gran disputa dinástica que siguió a la extinción de la línea sucesoria de los Austrias. Y el olvido, esa vez, nos duró casi un siglo. Con sus más y con sus menos –que no todo fueron sombras-, pero a lo largo de casi todo el XVIII.
Y el tercer gran olvido nos queda tan cerca que somos muchos todavía los que tuvimos la desventura de vivirlo y de sufrirlo. Mientras Mallorca e Ibiza caían pronto en manos de los protagonistas del alzamiento militar de julio de 1936 y la llamada "causa nacional" se consolidaba, aunque no sin dificultad, en esas dos islas, Menorca era abandonada a su suerte.
No se entiende demasiado, desde esta distancia de los tres cuartos de siglo de la guerra civil, la falta de interés de los protagonistas del alzamiento militar por completar la ocupación de todo el archipiélago y su indiferencia ante la situación que ese aparente desinterés instauró en Menorca, donde se tradujo en verdadero régimen de terror. Ni siquiera el fracaso de la intentona de Goded por forzar un cambio sustancial de las cosas en Cataluña –bien cara le salió al general, que fue fusilado en el foso del castillo de Montjuïc- significó un estímulo para compensarlo, al menos, con la ocupación de Menorca, que quizá, en aquella primera fase de la contienda, no hubiera sido tan difícil como lo fue después, con toda la isla convertida en plaza fuerte gracias, en buena parte, al trabajo forzado de grandes brigadas de presos, que la erizaron de trincheras y nidos de ametralladoras en todo su perímetro.
Así, nuestra isla fue republicana hasta febrero de 1939 y, si nos descuidamos, habría llegado a serlo hasta el final mismo de la guerra civil, ya que su tránsito al bando "nacional" no fue precisamente el resultado de una ofensiva militar inspirada y planificada desde las altas instancias del nuevo régimen, sino de una reacción de fuerzas interiores que le abrieron a la famosa "División 105" el camino de una ocupación prácticamente sin resistencia.
De lo que sucedió en Menorca hay por ahí descripciones, aunque muchas menos de las que podría y debería haber. Somos todavía muchos los menorquines con las heridas abiertas en el alma: heridas restañadas por el perdón y las lágrimas, pero que no acabarán de cerrarse nunca. Como esas tres heridas históricas que han marcado el devenir vital de nuestra tierra, de esta entrañable y siempre añorada isla blanca y azul. Y olvidada.