A veces, en noches despejadas como ésta, en que la luna brilla tanto que no es preciso encender la luz para ir a la cama, mi recuerdo se sumerge en mi interior, donde procuro mantener estas cosas, iba a escribir bonitas para quedar bien con ustedes, pero no voy a mentir, como dice el mayoral de la finca este es uno de mis grandes defectos, massa transparent, aconsejándome que debería callar en muchas ocasiones. También me lo aconsejaba mamá Teresa, mi deseo era complacerla, mas bien obedecerla, pero no podía, me quemaba escuchar alguna de mis amigas de la plazoleta de san Roque como alababan a unas y otras para obtener algún beneficio… y es que no podía. Cómo iba yo a decir a fulanita o menganita que con aquel vestido, que li penjava de per tot, estaba monísima?
Así fue como en uno de estos buceos interiores recobré mi baixamar. Ya sé lo que algunos dirán. ¿Acaso esa colaboradora no sabe hablar de otra cosa que no sea baixamar? Pues claro que sí, la prueba está ahí, escrito de todo y si Dios quiere continuaré en ello, pero supongo que me apoyaran en mi pensamiento, no hay nada que supere tanta hermosura. La belleza sin igual del puerto de Mahón es inconmensurable y si una ha nacido oliendo su aroma, escuchando el cutuclup, cutuclup… de las cadenas a la hora de echar anclas al fondo, açò és massa. Es imposible desistir, dejándolo de lado.
Y me calcé las viejas abarcas, las nuevas las tengo dentro una bolsa de ropa de aquellas que antaño usaba mi madre, a la hora de ir al economato de intendencia para ser llenada de garbanzos o alubias, las mantengo con algo de grasa la misma que usamos para los correajes de la finca, envueltas en papel de diario y en el saco perquè s'afluixin, de lo contrario me duelen por todos los lados, tanto que mis pies se convierten en un mapa mundi de esparadrapos. Digo mal, este ya apenas existe, los modernos se cubren de tiritas, también apunto de extinguirse suplidos con otros elementos transparentes que su efecto viene a ser lo mismo, pero a un precio, que como dice Praxedies, ni el oro. ¡Madre, qué inventos!
Vaig agafar es tapinets y bajé por la cuesta de la Abundancia, llamándola así en memoria de un viejo y admirado amigo don Miguel Barber, ilustre historiador del cual tampoco se habla, con lo importante que fue, el cual de haber leído semanas anteriores lo que alguien escribió, un disbarat com unes cases. Que para ir a la fuente de San Simón, que es su verdadero nombre, no como aquel lo hizo (font d'en Simon), haciéndonos saber, repito, que para ir a aquel punto bajaba al puerto y pasaba frente los lavaderos. Ignoro de dónde lo debió copiar, pues los mahoneses de toda la vida, tanto si nos dirigíamos desde el muelle de Poniente o por la cuesta de la Clota o de las Picas, camino a dicho manantial, era imposible pasar frente los antiguos lavaderos, ya que aquel camino te llevaba al de La Mola (Mezquida, Murtar, Sant Antoni…) Cós Nou , la Viñeta, Estación Naval. Mientras los que cito te conducían directo a los vergeles de San Juan y de allí, tira petit cap envant. Otros iban por la carretera de Fornells, pasando el puente des Gorg, pero, repito, jamás frente aquellas enormes picas donde tantas mujeres dejaron sus fuerzas, sus riñones y sus espaldas.
De nuevo enrollo el hilo en el ovillo intentando continuar lo que mas arriba inicié.
Al llegar al final de la cuesta de la Abundancia, se encontraba el antiguo merendero de Can Rabots, el cual no se encuentra catalogado con el grupo de tabernas de la época. Hoy se hubiera hablado del lugar como restaurante, por supuesto en plan muy humilde. Según Gori, jamás contempló tantas moscas reunidas. Autentico batallón, a pesar de disponer de un flitador que reposaba en el mostrador. Un artilugio, invento de algún espabilado de los años veinte, que llenando un pequeño depósito de DDT provisto de un disparador que no era otra cosa que una manxa que aspiraba y soltaba una pestilente aroma que no sabría explicar. El aparato de marras era usado en infinidad de hogares y gentes de todos los estamentos sociales. Cuando una pareja se iba a casar, se les solía preguntar: ¿Qué deseáis os regalemos? Una sartén, alguna cazuela, un jarro para las flores… y así iban preguntándoles qué les hacía falta, añadiendo… que ya disponéis del flitador?, por ser un obsequio muy preciado a la vez que de mucha utilidad.
Por ventura continuaba el de las motoras haciéndome saber que lo característico de la casa fue cuando a can penja i despenja introdujeron las novedosas tiras que algunos llamaban suspiros celestiales, las colgaban en el techo a modo de lágrimas de ser posible no muy lejos unas de las otras para ser más efectivas. Las tiras, cintas o lagrimas, llámenlas cada cual a su manera, estaban impregnadas de una especie de miel que atraía a las volátiles… tanto que justo oler quedaban atrapadas. Al llegar a este punto, el filatero exclamó… qué asco, añadiendo Aguedet… Quin oi que me fas Guideta. No hay para tanto, respondí. Es una verdad, nada hay de mentira en lo que he escrito. La lástima era que cada uno de estos rollos, porque las cintas se vendían enrolladas, recordando las serpentinas, soltándose al ser clavadas en el punto estratégico, tenían un coste de cincuenta céntimos, demasiado caras según la compañera d'en Rabots. Al citar a esta mujer he recordado que jamás hablé de ella y si lo hice en alguna ocasión, no lo recuerdo.
Se llamaba Pilar. Hija de una burgalesa llegada de aquella ciudad acompañando a una familia militar en calidad de niñera, cuando sus señores regresaron a la península, el señor le recomendó que se quedara en Mahón. Muy bien aconsejada, de haber partido con la familia, al tener la hija que ya llevaba en sus entrañas hubiera avergonzado al comandante, la recién nacida salió tal cual, clavadita al que había deshonrado a la pobre joven que debía callar y obedecer cada vez que el militar abusaba de ella, y la señora tan pánfila sin quererse enterar, bastante tenía con asistir con las señoras repartiendo comida a los pobres o sentándose a bordar con las religiosas, aquello era molt guapo.
No sé si continuar con la verídica historia de la Pilar que tantas veces escuché, conocida de mis padres y continuaban… La burgalesa tuvo la niña en la casa de Misericordia, las monjas la acogieron de fregona, arrodillándose para limpiar el suelo como se acostumbraba hasta momentos antes de parir. Allí creció mientras su madre encontró una buena casa como llamaban al topar con buena gente, dándose la circunstancia de que la señora, había vivido algo el drama de La Mola, ya que su hija también era militara en aquel tiempo. Pero la miseria conlleva miseria y el devenir de su vida siempre fue lastimero, el ser madre soltera, era mal visto y no todos disponían de buenos sentimientos, su señora falleció, viéndose obligada a cambiar de faena.
Primero trabajó en una prestigiosa casa que vendían mariscos. En nuestra ciudad se encontraban cantidad de ellas, en casi todas las calles vivía algún mariscador que intentaba vender sus capturas, lo que conllevaba una gran competencia. No se conocía el oficio de escaparatistas y sin embargo, aquellas mujeres hacían verdaderos prodigios, colocando adecuadamente en sus ventanas a modo de escaparate. De ello aún recuerdo la casa Caules de la calle de San Roque, frente la Mutualidad Mahonesa. La propietaria colocaba con esmero escopinyes gravades, llises, cors, dàtils, peus de cabrit, aquí podría ir añadiendo, algo que no pienso hacer.
El comercio en que trabajó Pilar estaba situado en la plaza del Príncipe, junto al casino "de los señores", donde tuvo su oficina de seguros el señor Román Bustamante y ahora se exponen preciosidades para caballero.
Ignoro si trabajó en otro lugar, pero lo que sí sé que fue ayudante de cocina, como se dice ahora, en la casa de huéspedes de la calle del Comercio número 3, conocida por La Familiar. Su propietario don Ramón Deyá, hijo del popular cocinero Dineret, que dio nombre al casino de la Unión. La publicidad en la prensa de aquel fondista decía así:
Bonitas y espaciosas habitaciones. Servicios a domicilio y a la carta. Precios sumamente económicos. Servicio esmerado. Habitaciones reservadas, ¿?.
Aquella casa con anterioridad había sido la oficina de Correos.
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