Había dejado de reír como le pasó a Buster Keaton, alias "cara de piedra". Fue como si se le hubiesen fundido los plomos de la comicidad. Y pronto se dio cuenta de que un día sin humor, era demasiado pesado para llevarlo a cuestas. Intentó recuperarse, pero solo le salía una risa forzada y falsa, que lo dejaba extenuado. Ni una descarga de cosquillas hubiese podido recuperarlo en ese estado. Tenía que hacer algo con urgencia.
Repasó los clásicos que tenía más a mano. Grouxo Marx, Woody Allen, Harold Lloyd, P.G. Wodehouse, Mark Twain…vio sus películas favoritas (las divinas comedias), recorrió los tugurios donde se contaban los mejores y los peores chistes…pero todo fue en vano. No le encontraba la gracia a nada ni a nadie. Todo le parecía muy importante.
Su amigo, Felipe "el gracioso", llamado así porque de hermoso no tenía nada, podía ser su única tabla de salvación. Era más pobre que una rata (una rata pobre de las de antes) pero parecía no perder jamás su estado de ánimo risueño y optimista. Fue a verlo y afortunadamente, lo encontró en casa, aunque salía mucho, intentando arreglar por su cuenta, un viejo coche de quinta mano que había adquirido hacía poco…
- No puedo ir a ninguna parte con este cacharro inservible, pero estoy aprendiendo un montón de mecánica a domicilio… ¿Te apetece tomar algo?...
Le contó su extraño problema y empezaron una terapia de corrosivo humor negro: ese que trata de cosas de las que no deberíamos reírnos, precisamente porque nos apenan e incomodan demasiado. Su carácter de prohibición y tabú, hace que su tratamiento sea especialmente delicado y explosivo.
- ¿Que es alfalfa?
- Es la primera letra del alfabeto griego, pronunciada por un tartamudo
No es que le hiciese mucha gracia pero, poco a poco, del negro se pasó a un gris intenso.
El primer chiste verde le recordó que tras el frío invernal, llega la reverdecida primavera y la naturaleza se renueva como una suscripción por fascículos.
El humor lila, el colorado, el amarillo…Toda una gama cromática de ingenio, absurdidades y desenlaces inesperados, provocó, por fin, una torrencial catarata de risas impetuosas y sonoras carcajadas. Una agradable sensación de libertad, ya casi olvidada, inundó otra vez su mente y su horizonte. Llegó a pensar que casi todo era gracioso y sorprendente, bien mirado. Se olvidó de la cruda realidad, de la maldad y la soberbia que nos rodean… ¡Qué bonito es tener amigos! – pensó sonriente, tras despedirse agradecido.
Cuando se fue, la misma realidad seguía allí como siempre, dura y fría. Pero él había conseguido transformar su visión por completo y en sus vidriosos ojos miopes, se podía detectar el brillo de los afortunados; de los que pueden soñar sin estar dormidos y de forma autodidacta, han aprendido a reírse sanamente de sí mismos.