Dentro de la brillante pléyade de figuras femeninas que posee la novela castellana de posguerra, encontramos la vigorosa personalidad de la fecunda novelista Elena Quiroga (Santander, 1919- A Coruña, 1995). Al igual que otras narradoras (Carmen Laforet, Dolores Medio, etc.) se reveló en el ámbito literario con la publicación de Viento del Norte (1950), novela galardonada con el Premio Nadal, que fue el inicio de una vasta producción novelesca, que, en pocos años, vino a reafirmar sólidamente su fama y su prestigio.
Aunque encuadrada por algunos críticos en la llamada generación de medio siglo, integrada por una selecta nómina de escritores, con abundante representación femenina (Ana Mª Matute y Carmen Martín Gaite, entre otras), lo cierto es que su obra sigue más bien unas pautas propias y originales.
Surgida inicialmente de las filas de la escuela naturalista de Emilia Pardo Bazán y, más concretamente, de la corriente de novela rural y provinciana de ambiente galaico, Quiroga inició su creación novelesca con una propuesta que retoma y reelabora el consabido tema del amor entre un viejo (el anciano señor) y una niña (su joven sirvienta), aunque intensificándolo con un problema social, el marcado por la diferencia de clases entre los protagonistas y cuyo resultado es el inevitable fracaso y la destrucción de ambos personajes. Nos referimos a Viento del Norte, obra que parece encontrar su inspiración en la tradición clásica española, caracterizada por un costumbrismo naturalista y en la que se advierten ciertas reminiscencias de Fernán Caballero, Alarcón o Pereda. Hay en ella una íntima comunicación con la tierra, el paisaje y sus gentes.
Aunque nacida en Santander, Elena pasó gran parte de su infancia y adolescencia en Galicia, de donde era originario su padre, un aristócrata orensano. La esmerada formación académica e intelectual que recibió de sus padres le permitió desarrollar, desde muy joven, su innata sensibilidad literaria puesta de manifiesto con este primer galardón. Tras un ambicioso intento de enderezar su creación por los caminos del simbolismo poético, que tiene su máxima expresión en su novela La sangre (1952) en la que relata las vicisitudes de una familia a través de cuatro generaciones, Quiroga da un giro sustancial que la orienta hacia la novela intimista y psicológica de ambiente social y urbano, género en que se estrena con una pequeña obra maestra, Algo pasa en la calle (1954), en la que dos mujeres claramente antitéticas, revisan sus vidas en una magistral reconstrucción del pasado y trazan un vívido retrato del único personaje fallecido, su marido común.
Llevada de su inquietud innovadora y su decisión por experimentar nuevas técnicas estilísticas muestra, a la vez, una especial sensibilidad por el análisis psicológico de sus personajes, mayoritariamente solitarios y problemáticos y con un marcado protagonismo femenino. Aunque nunca se declaró explícitamente feminista, lo cierto es que trata la condición de la mujer española con gran valor y firmeza.
En plena posguerra española, en la que predominaban los valores conservadores y discriminatorios, la problemática educativa llega a ser el eje central de algunas de sus novelas en las que pone en tela de juicio los métodos formativos empleados así como el orden preestablecido. Quiroga cuestiona los pilares fundamentales de la rígida educación tradicional. Es el caso de La enferma (1955) en la que aborda los problemas psíquicos de la protagonista que ha sido abandonada por su amante y que, tras refugiarse en la soledad, acaba, finalmente, en la locura.
En Tristura (1960), obra de cierto corte autobiográfico, ilustra, precisamente, el paralelismo entre la rigurosa educación y la religión católica. Como en este caso, sus nada convencionales protagonistas, víctimas de un entorno familiar y social hostil a sus pretensiones y espíritu liberal, chocan con el muro de una sociedad sofocantemente machista.
Su producción, prolífica e intensa inicialmente, fue remansándose con el tiempo. De su etapa posterior destacamos Escribo tu nombre (1965), quizás su mejor obra, en la que nos ofrece el testimonio de la hipocresía social y los prejuicios de clase, la crítica demoledora de unos métodos educativos anacrónicos y la denuncia de la frustración moral de una juventud a la que no se le reconoce la capacidad de ser libremente responsable de sus actos.
Finalmente en Presente profundo (1973), su novela de madurez más interesante, centra su mirada en la figura de un médico, que rememora la historia de dos mujeres suicidas.
En toda su trayectoria, Quiroga hizo gala de una prosa elegante y depurada en la que destaca la riqueza del lenguaje, vivo y sugerente y un estilo delicado y muy expresivo, que manifiesta pasión por la palabra y un gran amor al oficio literario.