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Keynesianismo y humanismo

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El pensamiento keynesiano supuso una revolución en la política económica del mundo occidental desde finales de los años de 1930 y sus efectos positivos se cosecharon en Europa y en Estados Unidos a lo largo de una veintena de años. Siempre he defendido que no existen "revoluciones" dentro de la historia económica, pero sí puede haberlas y las hay en el ámbito de las ideas; en este sentido el pensamiento de John Maynard Keynes fue una revolución ideológica; sin embargo, una nueva idea supone unos retos o cuestiones previas que provocan el surgimiento de dicha idea, que aflora genuina a darles cumplida respuesta o pretenciosa solución. Y la aportación de Keynes también contó con antecedentes específicos.

En efecto, Alfred Marshall en su síntesis marginalista neoclásica (Principles of Economics, Londres, 1890) había advertido que cuanto más corto es el periodo, mayor es la influencia de la demanda sobre el valor y que tipos de interés más bajos incrementan las inversiones de capital. Chamberlain por su parte y Joan Robinson por la suya (ambos, 1933) habían mostrado las desviaciones de la competencia perfecta.

Knut Wicksell fue también un puntal para Keynes en el plano monetario mostrando que el dinero no puede ser neutral dentro del sistema económico, como pretenden las escuelas marginalistas, es más, la inyección monetaria, en términos lógicos y reales genera renta, con fundamentos teóricos e históricos, en un marco establecido. Wicksell revivió la teoría cuantitativa monetaria formulada por los economistas españoles de la escuela de Salamanca (siglos XVI-XVII), como el agustino Martín Azpilcueta (1556), o el jesuita Juan de Mariana (1609), así como por algunos mercantilistas británicos como J. Locke (1691).

Es cierto que Keynes conoció tardíamente las obras de K. Wicksell porque originalmente fueron escritas en sueco, lengua desconocida por el economista de Cambridge; pero sí defendió y acogió las doctrinas de los mercantilistas modernos españoles y británicos, no sólo en sus aspectos monetarios, encontrando en sus libros aportaciones de interés científico; posicionamiento este de Keynes contrario a la actitud de Adam Smith que fue contrario al pensamiento mercantilista.

El método de Keynes a diferencia de los clásicos y neoclásicos contempló en su análisis el circuito monetario que realmente experimentan las instituciones económico-financieras, atendiendo al marco histórico. Tuvo el realismo de entender que no existía pleno empleo a través de los mecanismos automáticos del mercado; que el equilibrio a largo plazo no es el objetivo del economista, sino que debe ser a corto plazo. También fue consciente que la competencia perfecta no existe y que la realidad genera mercados de competencia monopolística.

En definitiva, el paradigma de Keynes no es el equilibrio del mercado con un nivel de renta determinado, sino que el suyo es alcanzar el pleno empleo y la mayor renta mediante la actuación de los agentes económicos, públicos y privados, dirigida a incrementar la demanda total, porque considera poco movible a corto plazo la curva de oferta total. Su enfoque es macroeconómico. El precio de la demanda total aumenta a medida que aumenta la cantidad del empleo y disminuye a medida que disminuye la cantidad del empleo. Los determinantes de la Renta y del Empleo son los gastos de consumo y de inversión. Si incluimos el sector público en este ciclo, la imposición fiscal se convierte en una deducción del gasto de consumo y de inversión privados, al tiempo que el gasto público constituye una adición al gasto total.

¿Cae Keynes en un argumento circular al afirmar que la renta depende en parte de los gastos de consumo y que el nivel de estos gastos depende a su vez de la renta? En absoluto, la propensión al consumo es una función, una serie completa de valores para los diferentes niveles de renta y Keynes suponía que es independiente y estable a corto plazo. La renta varía porque cambia la propensión a invertir y el nivel de consumo varía con la Renta. Las influencias sicológicas sobre la renta y el empleo son según Keynes la propensión al consumo, el deseo de activos líquidos y la tasa de beneficios esperada de las nuevas inversiones (Eficacia marginal del capital), cuyas líneas de causalidad las encontramos en The General of Employment, Interest and Money (1936), a la que me referiré específicamente otro día.

El empleo laboral como principal objetivo en Keynes responde a su preocupación humanista manifiesta con su método realista y en la filosofía social de sus publicaciones como The Economic Consequences of the Peace (1919), The End of Laissez Faire (1926) y otras también relevantes; en una carta a F. Hayek, Keynes le dice: "Una planificación moderada no significaría ningún riesgo si los que la llevan a cabo tienen mentes y corazones bien orientados en los problemas morales". Este planteamiento no se halla en los economistas del Laissez Faire, ni en sus políticas económicas, según comprobamos en la etapa de la depresión de los años de 1930 y de la caída del patrón oro; y ante la depresión actual, no sólo en sus inicios, sino también en la política crematística del BCE, que fomenta la especulación en contra de los activos de la mayoría de los países miembros del euro y a favor de los intereses de Alemania.

El humanismo social de Keynes se puede vincular a la tradición mercantilista castellana, a algunos filósofos sociales británicos y con la filosofía explícita de los políticos constructores de Europa en su época dorada, fieles a las virtualidades sociales del pensamiento cristiano, cuyos paradigmas esenciales de esta doctrina moral nos recordaba magistralmente en este Diario Joan Febrer Rotger (Una mirada creient a la crisi, Menorca, 4 de junio 2012).

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