Hoy, 20 de julio del glorioso 2012 (año cargado de esperanzas donde los haya), una vez retiradas las últimas barricadas que defendían por mi estribor los escombrales creados en mayo y que permanecieran desde entonces activos y aportando una generosa producción de polvo y ruido de metralla; hoy, 20 de julio, repatriadas las tropas de operarios que libraron desigual batalla contra el reloj y los imponderables marrones asociados a la construcción, sofocados los más de los días por los rigores del verano, acosados por las miradas entre perplejas (turistas de vario pelaje) y reprobatorias de los hastiados vecinos; hoy, 20 de julio, por fin el campo que fue de batalla se torna terraza de verano: la guerra de estribor ha terminado.
La guerra de babor, donde las tropas no se ocultan en barricadas, sino que yerguen orgullosas un impresionante torreón, continúa. Sin embargo, el ruido de sables en esta zona me llega mitigado por los cincuenta metros que me separan del territorio en conflicto; las polvaredas que producen los combates me siguen visitando algunas veces, pero solo cuando las condiciones meteorológicas me sitúan a sotavento de las refriegas. El daño colateral de este conflicto lo soporto no obstante con indulgencia, ya que si finalmente la guerra la ganan los buenos, se abrirá una imprescindible vía de comunicación entre mi pequeño universo pluritraficado y los aparcamientos situados encima del acantilado que me protegen por popa de las sinrazones que campan por estos pagos.
Ni imaginan la cantidad de transeúntes que me preguntan (extrañados) por la razón de que aquí se permita hacer obras en plena temporada turística. A ustedes confieso que, como el intentar explicarles la verdadera razón sería altamente engorroso y de apariencia tan surrealista que teñiría todo de inverosimilitud, suelo aprovechar estas ocasiones para dar rienda suelta a mi creatividad avanzando explicaciones elusivas (triquiñuela aprendida de nuestros ministros y de don Mariano -genio por otra parte en el arte de cagarla a varias bandas-, que demuestran a diario su maestría en esta disciplina). Unas veces explico que por estas latitudes, desde octubre a mayo el clima es tan inhóspito, con vientos huracanados, hielos glaciales, e incluso movimientos de la capa freática de tal magnitud, que convierten en desaconsejable cualquier intento de afrontar las obras en los meses que no sean estrictamente los oficiales de la temporada turística. En otras ocasiones acudo al socorrido mantra de que las piezas han de llegar de Barcelona, circunstancia esta que explica casi cualquier incumplimiento de compromiso de los que se vienen produciendo desde tiempo inmemorial en nuestra querida isla.
La curiosidad de la gente no tiene límites. Me preguntan también a veces por qué el puerto no es peatonal como casi todos los puertos con encanto del Mediterráneo. En este punto me mantengo firme: hay un proyecto -contesto- de índole publicitaria que pretende conseguir para el puerto de Mahón el récord Guinness por ser el último puerto turístico sin ningún tramo dedicado al peatón.
Los hay incluso que indagan sobre la razón de que haya tantos edificios, alguno de ellos históricos, en ruina. Otros que por qué no se permite actuación alguna sobre las boyeras mientras se ha permitido forrar de cemento de manera demencial la expreciosa Arenal d'en Castell, y temas por el estilo. En estos casos difíciles opto por hacer mutis por el foro con la excusa de una inexistente llamada en vibración a mi móvil. Solo si tuviera la capacidad de Dino Buzzati para hacer creíble lo increíble me atrevería a afrontar cuestiones tan espinosas.