Le decían que estaba chapado a la antigua, pero ahora eso ya le daba igual. En los albores del siglo XXI, con sus penurias e incierto futuro, cuando todo parecía desmoronarse ante sus ojos, él hizo como aquellos renacentistas que volvieron la vista atrás, hacia el pasado, buscando una guía fiable en los autores griegos y latinos que tanto admiraban. Veían el presente como la degradación o degeneración de una edad dorada, donde el hombre había llegado a sentirse la medida de todas las cosas.
El mundo frío, tecnificado y materialista, le resultaba por completo insuficiente. Aborrecía la maldad, la ambición, la avaricia, la envidia y la maledicencia. En el fondo, le ofendían el triunfo de la mediocridad y de tanto egoísmo descarado.
Como aquellos niños malcriados a los que sus padres se lo han dado todo, evitándoles toda frustración o esfuerzo. Convirtiéndolos, a su pesar, en unos seres desgraciados e insatisfechos. Pequeños déspotas que no valoran nada, ni están dispuestos a renunciar a nada: incapaces del menor sacrificio o de albergar en su corazón ideales superiores.
Los falsos dioses, que anteponen la propia riqueza a los semejantes, se habían enseñoreado del paisaje por completo, dejando un rastro de miseria y desolación a su paso.
Paseaba solitario por el antiguo camino que lleva a Trepucó, deteniéndose en la encalada y recoleta Ermita de Gracia, para susurrar a su paso una oración breve y sencilla. En el cementerio que hay al lado, solía visitar las tumbas de sus seres queridos, dejando en ocasiones, algunas flores frescas…
Cuando llegaba al poblado milenario, en las afueras - rodeado de grandes piedras - se imaginaba la vida, costumbres y creencias de aquellas gentes tan unidas aún a la Naturaleza. Nada sabían de Historia ni de Ciencia ni de Literatura. Lejos de las cosas no esenciales que, junto a valiosas conquistas, se habían ido acumulando con el paso de los años. Pero ¿Son acaso los actuales habitantes del lugar, más felices que aquellos? ¿Hemos sabido progresar, en lo humano y espiritual, tanto como en lo tecnológico? – se preguntaba.
Luego dejaba atrás el pabellón fantasma, donde aún se podían escuchar los gritos ensordecedores de miles de gargantas enardecidas, vibrando y jaleando al unísono.
Recordaba los paseos de regreso tras un partido, junto a su amada, con sentimientos que iban desde la decepción por la derrota, hasta la euforia desbordante tras un triunfo. Sentimientos, si, que nos unen a todos, más allá de las palabras y de los discursos vacíos.
Los hombres hablan y se pelean, disputan por el poder, desprecian la sabiduría y la belleza. Pero, inevitablemente, les llega la hora amarga de la decadencia. Siempre ha sido así. Por eso buscaba en el pasado, alguna orientación o modelo que le animase a seguir adelante.
Ella se había ido. Aborrecía las agencias de viaje, las compañías "low cost" y todos los aeropuertos que la alejaban de allí sin saberlo… Se preguntaba si regresaría algún día a su preciada isla. Y sentado en silencio frente al mar, todavía está esperando una respuesta.